Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- En el socialismo de tipo soviético se soslayaba la ley del valor formulada por Marx –y que explica que el valor de los productos se determina en el mercado– con el argumento de que el sistema de planificación tenía en cuenta, en sí mismo, esa ley objetiva. Se demandaba que las empresas ahorraran tiempo y materiales para reducir los costos por unidad producida, elevar la productividad del trabajo y aumentar los beneficios de los fondos invertidos, para que así los precios reflejaran el valor.
Pero esto resultaba imposible porque no se quería tomar en cuenta ni aplicar una tasa de interés al capital (un “precio”). Los precios pueden reflejar el valor solamente si reflejan también los costes financieros de las empresas. Si el capital es gratuito, si no tiene un precio o si el Estado lo entrega sin coste alguno, entonces los precios no pueden reflejar el valor. Si los precios reflejan solamente el coste de producción excluyendo el coste del capital, el Estado nunca sabrá cómo está utilizando sus limitados recursos. Las empresas deben ser autónomas y el capital debe tener un precio para corregir la situación. Y, consecuentemente, tener un sistema de contabilidad estandarizado.
Si decimos que el socialismo libera el desarrollo de las fuerzas productivas, un país que inicie el camino al socialismo no puede aislarse del desarrollo mundial de esas fuerzas, especialmente de la ciencia y la tecnología, ya que su división del trabajo quedará inevitablemente atrasada y el país sufrirá duros reveses en el mercado mundial.
Por el contrario, hay que partir del propio marxismo entendiendo que no existe contradicción entre el socialismo y la economía de mercado. No se trata de la vieja idea soviética de que el mercado debe ser un “complemento” del plan económico, como una muleta en la que tenía que apoyarse una economía socialista débil. El mercado y el plan son socialistas si sirven al socialismo, y son capitalistas si sirven al capitalismo.
Precisamente por eso, la clave está en si se mantiene o no el capitalismo como forma de Estado, siendo evidente que el proceso fracasará si da lugar a la formación de una nueva clase burguesa (esto es, no de si existen en el largo proceso de transición individuos o grupos capitalistas, sino de si éstos se constituyen como clase capitalista). Sólo hay capitalismo cuando una clase capitalista tiene el poder por medio de una representación política. La clave es, por lo tanto, la conservación del poder por parte de las fuerzas socialistas.
Si éstas pierden el poder del Estado, los subyacentes procesos de producción de capital, incluso si son cuantitativamente inferiores a los socialistas o a la propiedad pública, acabarán sirviendo de base a una clase social capitalista. Esto es lo que ocurrió en la ex Unión Soviética, aunque antes de la crisis final el sector privado fuera prácticamente inexistente. No fue la cantidad de procesos de producción de capital o la cantidad de empresas privadas lo que determinó la caída del PCUS, sino una completa y radical derrota política.
Y aunque la política principal debe ser la de autosostenimiento, un país que construye el socialismo debe abrirse al resto del mundo, atrayendo fondos y tecnologías para promover su desarrollo. Es precisa la acumulación de capitales internacionales, en cuanto suponen una inyección no sólo financiera en un periodo en que ello sea vital, sino además de tecnología y métodos de producción avanzados, y tanto lo uno como lo otro han de venir en el actual período histórico, necesaria y principalmente, de los países capitalistas desarrollados.
Lógicamente, no se trata de que el capital imperialista entre como Pedro por su casa arrasando y colonizando la economía nacional, sino de permitir las inversiones en aquellas áreas que lo necesiten y no sean estratégicas para el control del proceso, la soberanía nacional y la estructura de propiedad socialista.
Para poder competir en el mercado internacional, frente a las productividades más elevadas y mejores tecnologías de los países capitalistas desarrollados, para un país socialista la calidad y no solamente la cantidad de la producción pasan a un primer plano. No basta producir mucho para “cumplir el plan”, cuando lo que se produce son mercancías de escasa calidad o muy atrasadas tecnológicamente.
Esta es otra forma de la necesidad del desarrollo de la división del trabajo, ya que la calidad de los productos es expresión de la especialización en un sector determinado. Y si no avanza la división del trabajo, y con ella las fuerzas productivas, es imposible avanzar al socialismo, la economía nacional se estanca y la revolución termina siendo derrotada.
Durante el siglo XX los comunistas en el poder, con un nivel deficiente de comprensión del marxismo, absolutizaron el sistema soviético de planificación. Tampoco es que que la lectura soviética del marxismo era simplemente “errónea”: hay que reconocer que estaba determinada por un periodo histórico global en el que el capital no era separable del capitalismo como sistema político.
Lamentablemente, muchos sinceros y consecuentes revolucionarios, en su afán por combatir el capitalismo, terminaron negando el mercado y los procesos de división del trabajo y de acumulación de riqueza. Pero ahora, el subterráneo proceso de la socialización del trabajo ha creado finalmente una situación mundial en la que tal separación es posible y deseable, y en la que sólo el sistema socialista puede permitir el continuado desarrollo de las fuerzas productivas.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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