Luis Pérez Aguado / Artículo de opinión.- Es curioso lo que pasa en esta bendita tierra. Quien más tiene que le digan es quién más tiene que hablar. Eso, por lo menos, es lo que afirma el dicho popular, y ya saben ustedes que el pueblo sencillo y campechano suele acertar en sus predicciones porque es muy sabio.
Los que más prerrogativas tienen, los que gozan de más ventajas y privilegios, los que tienen más y mejores honorarios, son los que pregonan a los cuatro vientos que se bajen los salarios de los currantes de a pie. Lógicamente, para que puedan subir más sus beneficios.
Los que disfrutan de coche oficial son los que quieren imponer a los más frágiles y canijos, lo que ellos no hacen: Congelar el sueldo. El de los funcionarios, por ejemplo. Porque, incapaces de dar salida a la crisis y reducir el paro, hay que criminalizar a alguien. Pero sus bolsillos, ni tocarlo. Más bien hay que incrementar sus cuentas bancarias. Y para lograrlo no les importa utilizar cualquier tipo de artimaña. Y eso que están al servicio del pueblo. Eso dicen. Luego vienen dando lecciones de austeridad.
Sigue siendo curioso que, también, una parte del pueblo llano diga que sí, que los funcionarios, los pobrecitos, que no dan golpe, paguen con la consecuencia de los apuros y los malos momentos que pasa la sociedad.
Mientras el país nadaba en la opulencia nadie se acordó de los perdedores del momento. Cuando no había forma de encontrar a un fontanero que te viniera a casa a enderezar las tuberías o a un carpintero para poner unas tablas derechas; cuando el chico del vecino paseaba a su novia en su flamante BMW, porque ganaba su buena pasta en la obra de la esquina; cuando el más torpe de la clase montaba una constructora; cuando los chicos dejaban de estudiar porque ganaban en la hostelería, con propinas incluidas, tres mil euros al mes, nadie se acordaba de quién sudaba la gota gorda estudiando varios años para tener una carrera y sacar unas oposiciones.
Ahora el que pudo y no quiso se pone negro porque el funcionario tiene su sueldo “asegurado”. Ahora al que pudo y no quiso estudiar se le revuelven las tripas porque los maestros tienen sus meses de vacaciones. Ahora el que nunca dio un palo al agua se “encochina” cuando dirige su mirada y ve el chalet de su vecino que es juez. Ahora…
Ahora resulta que la culpa la tienen los funcionarios. No la tienen los altos ejecutivos de las empresas públicas canarias con retribuciones superiores a la del propio presidente del Gobierno (130.000 euros anuales, por mencionar alguno). No la tienen los miembros del Gobierno que proponen ampliar la edad de la jubilación, cuando a ellos, simplemente, les bastó jurar sus cargos para tener la pensión máxima. No la tienen los avariciosos banqueros que fueron inflacionando el país. No la tienen los miembros del primer partido de la oposición, cuyo presidente gana más que el propio presidente del Gobierno de la Nación. No la tiene la joven Secretaria de Estado que con el sueldo de un año podríamos cualquiera de nosotros hacernos un bonito chalet con vistas al mar. No la tiene esa senadora, cuya única valía es la de haberle caído en gracia a su jefe, y asegurará su pensión con siete años que mantenga su escaño en las Cortes Generales, mientras los demás ciudadanos tendrán que romperse los cuernos cotizando 35. No la tienen esos parlamentarios, algunos de los cuales no han trabajado en su vida, y pueden llegar con dietas, asistencia a sesiones y otros beneficios, a cobrar hasta 6.500 euros mensuales. No la tienen los caraduras que dan lecciones de austeridad exigiendo a sus oponentes políticos la reducción de cargos, pero no se aplican el cuento a sí mismos, ni en los ayuntamientos, cabildos o gobiernos en los que mandan sus correligionarios. El Gobierno canario, por ejemplo, tiene actualmente 119 altos cargos, 98 eventuales (personal de confianza de los que 43 están adscritos a la Presidencia), 19 sociedades mercantiles, 12 fundaciones públicas y dos entidades públicas empresariales.
No tiene la culpa esa concejala, de su mismo partido, que cree que su sagrada misión la ha traído a este mundo para gastarse alegremente 6.800 euros de los contribuyentes en un viaje a la capital del Reino.
No la tienen esos sabios, algunos de los cuales no han alcanzado el bachiller, que en lugar de ponerse a trabajar ellos, deciden que los enfermos y convalecientes se incorporen a sus puestos de trabajo para ofrecer al resto de los mortales un denigrante y fatal servicio, ya que su mente estará más en el otro que en este mundo, con lo que se malgastará el dinero de los contribuyentes y repercutirá negativamente en las arcas de la comunidad.
Es tan enorme la lista de despropósitos que es imposible reseñar aquí lo que sucede a nuestro alrededor. Tampoco entramos a valorar si sus sueldos están en relación a sus responsabilidades. La cuestión es que “siempre” es otro el que cargará con todas las culpas. Pero una cosa es segura: No tienen ellos la culpa. La culpa es del Cha-cha-cha.
Luis Pérez Aguado
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