Francisco Javier González / Artículos de opinión.- Los huesos de Lugo.
“Aquí yacen según dice
maestro Pepe el campanero
los restos del bandolero
que conquistó Tenerife”.
¿Será verdad esta copla popular lagunera? No es que me importe demasiado, pero ¡vaya usted a saber! Al fin y al cabo, si Franco tiene su tumba en una Basílica, ¿por qué razón no iba a estar el presunto Lugo en una Catedral? Hace unos días leí una crónica lagunera de Domingo Barbuzano en que se hacía eco de unas consideraciones muy atinadas de mi buen amigo Eduardo P. García sobre la posible falsedad del cadáver enterrado en la conocida tumba en la catedral de Aguere del conquistador Alonso de Lugo, un “caballero español y cristiano” que hoy, sin duda, sería juzgado por crímenes de guerra y del que un nada sospechoso historiador como A. Rumeu de Armas, de españolismo reconocido y furibundo, en su obra “La Conquista de Tenerife”, al referirse al susodicho Adelantado Alonso Fernández de Lugo, enjuiciando su personalidad y trayectoria nos dice que “no es posible olvidar que la población actual de Tenerife, mestiza en su mayor parte, desciende de las que fueron sus víctimas”.
La crónica periodística de Barbuzano extractaba un documentado y extenso trabajo de Eduardo Pedro García, quien tuvo la deferencia de remitírmelo: (“Alonso Fernández de Lugo versus Valeriano Weyler Nicolau” subtitulado “El esqueleto de Alonso Fernández de Lugo”), en el que tras un exhaustivo estudio de la “virtudes humanas y castrenses” de ambos carniceros –el de Tenerife y el de Cuba- y basándose en la anotación que Manolo Fariña hace en el Tomo III de la “Historia del Pueblo Guanche” de Bethencourt Afonso, en la que refiere el expediente para el traslado de los restos de Alonso de Lugo iniciado por el alcalde de Aguere, en ese entonces Tomás Martel y Colombo, sobre el descubrimiento el 18 de junio de 1860 de “un sepulcro que aunque ya no conservaba loza alguna…afortunadamente se encontró en él un fragmento de loza negruzca jaspiada y el esqueleto de un seglar….por lo que no dejó duda a los circunstantes, según los precedentes, de que aquellos eran los restos mortales” todo ello a la sombra de un pencón de tuneras en el solar de la incendiada iglesia de San Miguel de las Victorias –de la que solo quedó en pie la espadaña de la actual iglesia del Cristo de La Laguna- hace luego una acertada disquisición sobre las escasas posibilidades, o al menos las fundadas dudas, de que ese esqueleto fuera el de Lugo.
Los supuestos restos del bandolero Lugo –así lo califica maestro Pepe el campanero y no soy quién para desmentirlo- permanecieron, dentro de una caja de pinsapo disfrazado de caoba por aquello de la nobleza criolla hispanófila que pulula por La Laguna, más de una veintena de años metidos en un triste armario conventual hasta que, tras la intervención del carnicero Weyler nombrado Capitán General –léase Virrey Colonial- de Canarias en 1878, el Ayuntamiento de Aguere en noviembre de 1880 crea una Junta para realizar el traslado a la Catedral y acopiar fondos entre los ayuntamientos de Tenerife y La Palma, las islas que tuvieron el muy dudoso honor y peor fortuna de ver sus poblaciones diezmadas y esclavizadas por Lugo, aunque se les escapó el de Agaete, Junta en la que con los oficiales del Batallón, el Cabildo Catedral y la R.S. Económica, entraba también el Claustro de Profesores del Instituto Provincial, mi querido Instituto de Canarias que, una vez más, demuestra haber tenido toda clase de profesores entre los que me cuento. El 1 de agosto de 1881 los restos hallados en las tuneras de la huerta de Foronda, fueron trasladados en solemne procesión cívico-militar encabezada por su hermano espiritual el carnicero Weyler a la catedral lagunera, casi un modelo para las actuales procesiones del Pendón (siempre me asalta la duda si son del Pendón o de los pendones).
Manolo Fariña analiza en la citada Nota que toda la parafernalia de la búsqueda de los huesos de Lugo coincide con el patriotismo neocruzado de lucha contra el infiel sarraceno desatado por la colonial Campaña de Marruecos, la toma por los españoles de Tetuán y el posterior Tratado de Wad-Ras, patrioterismo que el criollismo hispanófilo trasladada a Canarias, donde los “infieles” a conquistar eran los hombres y mujeres del pueblo guanche y el hispano cruzado victorioso que traía religión y civilización era el bandolero Lugo, estereotipos con los que se identificó Weyler al reactivar más tarde el traslado, asumiendo el papel “civilizador” de Lugo que, luego, supo aplicar con maestría en los campos de Cuba, inventando los campos de concentración y el terror civil como arma de guerra, inventos que se han perfeccionado con el tiempo y que tan bien se conocieron en Canarias a partir de 1936.
No menciona la Nota de M. Fariña que la incitación al “descubrimiento” de los huesos de Lugo en 1860 parte de una carta que a través y con el respaldo del Capitán General Narciso Ameller dirige dos años antes al ayuntamiento de Aguere el Dr. Mariano Nougués Secall, Auditor de Guerra de la Capitanía General de Canarias –del que ya tuve ocasión de ocuparme recientemente respecto a su diagnóstico sobre el enfrentamiento cainita entre canarios- y que copio íntegra, guardando la ortografía original, de su libro “Cartas Histórico-Filosóficas-Administrativas sobre las Islas Canarias” (S/C de Tenerife 1858) donde figura como “Carta 60”, en la que incluso plantea anticipadamente todo lo que luego el ayuntamiento desarrollaría, como la formación de una comisión para el traslado a la Catedral con una pendonada cívico-religioso-militar presidida por el Capitán General, la erección en dicho templo de un monumento y que se invitara a los descendientes de Lugo al acto, lo que cumplió el consistorio aguerense al solicitar al Marqués de Villa Seca su adhesión al pretendido traslado pero, o el marqués estaba resolviendo la sequedad de su villa o no consideró pertinente participar en la exhumación de su bandolero antepasado porque, en realidad, no se dio ni por enterado.
Me he permitido resaltar determinados párrafos que refuerzan mi opinión de que son esta carta y la presión posterior ejercida por el Virrey-Capitán General los que determinan la chapucera operación de la búsqueda de los huesos de Lugo. También recalco algunos otros de especial significación para nuestra memoria histórica como el contraste que se evidencia entre los restos del vencedor y los desaparecidos de los menceyes derrotados. Sabemos eso si, que el magnánimo y caballeroso vencedor, civilizador y cristianador que fue el tal criminal Alonso de Lugo ordenó decapitar a Achimenchia-Tinguaro y dejar su cabeza clavada en una pica en la montaña de Sejeita –frente a la ermita de San Roque- para alimento de guirres y cuervos. Claro que eso no era una “profanación de cadáver” tan ruin y alevosa como encontrar acomodo entre higos tunos.
Exmo. Sr. D. Narciso Ameller.' .
»Muy Sr. Mio y mi estimado General: triste seria la suerte de los auditores: si en regiones tan apartadas no pudiesen tener con los generales, sino relaciones de oficio. Afortunadamente la aficion que V. tiene al estudio permite que las tengamos mas agradables; á virtud de la confianza que inspira el amor á las ciencias me atrevo á dirijir á V. la comunicacion que tenia preparada para el Ayuntamiento de la Laguna. Despues de escrita reflexioné que mi representado quizás no fuera suficiente para mover su ánimo. La copio á continuacion por si V. acepta el pensamiento y considera conveniente emplear su posicion social para que se realice. Mi comunicacion proyectada era como sigue:
¿No me será permitido dirijiros la voz, cuando todos los ciudadanos gozan ahora del derecho de peticion y pueden llevar hasta el trono sus súplicas, sus dolores y sus esperanzas. Confio, pues, que oireis la de un viajero que pisó con respeto éste suelo histórico, sobre el cual se levantó como por encanto una ciudad para que fuera un monumento de la piedad, de la gloria y de la civilizacion de los españoles: un nudo santo entre los conquistadores y los guanches, que despues del abrazo de los Realejos no formaron mas que un pueblo que perteneció á la noble nacion española. Oid, pues, respetables consejales, mis palabras, escuchad mis votos. Si los acojeis favorablemente, la pátria os agradecerá esta condescendencia, las almas de vuestros padres se sonreirán en la mansion eterna: los pueblos todos de las islas alabarán vuestro patriotismo: los hombres imparciales, amantes de la gloria de los varones célebres, os tributarán aplausos; y vosotros cumplireis con un deber de justicia que es evitar la profanacion de los cadáveres que fueran templos del Espiritu Santo: pero si por degracia desatendeis mis ruegos, á lo menos no tendré el remordimiento de haber sido impasible espectador y cómplice, hasta cierto punto, con mi silencio, de tan vergonzosa profanacion.
Vosotros sabeis que el valiente Alonso Fernandez de Lugo fué el que conquistó esta isla: que la conquistó para someterla al imperio de la religion católica: para civilizarla; que pocos años despues de la conquista se levantó en el lugar que fué teatro de la victoria contra Tinguaro y Bencomo la ciudad de la Laguna; que por encanto se erijieron templos, donde se tributó culto al Altisimo, escuelas donde se instruyó la juventud, y palacios donde se aposentaron los guerreros para trasmitir con su sangre á sus sucesores el amor á la patria y á la religion, en una palabra, que no fué solo conquistador, sino poblador y colonizador de este pais.
Al recorrer esa ciudad el viajero absorto pregunta ¿donde están los despojos mortales del héroe de la conquista, del fundador de la Laguna? El murió aqui, y no se halla su tumba: ningun estrangero pasó en son de Guerra la Cuesta ¿que se ha hecho de sus huesos? Y hice estas preguntas; busqué el sepulcro de Lugo y no lo hallé: se me indicó no obstante que su cuerpo habia sido enterrado en la Iglesia de S. Francisco y se me dijo que estaba convertida en un plantio de nopales. Permitid, señores, que yo me lamente de esta metamórfosis. Solo por haber posado alli su encanecida cabeza el héroe de la Laguna y de los Realejos, debia haberle conservado aquel sepulcro é impedido que se confundiera con las ruinas del templo incendiado hace muchos años: pero sus bóvedas vinieron abajo y los huesos del héroe recibieron la lluvia del cielo, como hubiera perecido en Acentejo. Siendo vencedor ha tenido la misma suerte que si hubiera sido vencido, y que si en este suelo no se hubiera enarbolado la enseña de la cruz juntamente con el pendon de los Reyes Católicos. Todavia peor: por los huesos de Lugo discurre el agua del riego: los atraviesan quizás las raices de las tuneras, y tal vez los quebranta el azadon del cultivador.
Yo me dirijo á ese respetable Ayuntamiento, para que no se repita este escándalo: para que fijando la consideracion en un hecho, que tal vez no se la habrá llamado por sus muchas ocupaciones, acuerde inmediatamente la busca de los restos mortales del adelantado Lugo: los coloque en una urna, y verificado sin dilacion este acto, que es de indispensable urgencia, reuna los honrados y distinguidos ciudadanos de la Laguna para que en union de V. S. nombren una comision que prepare el medio de hacer la traslacion á la Catedral, construyendo un sencillo monumento.
El hallazgo no es dificil: ancianos habrá que no ignoren el punto de la sepultura de Lugo: su testamento lo dice.
La traslacion debe ser una funcion civica y religiosa: V. S. como sucesor de aquel distinguido cuerpo que creó Lugo, que fué el senado de la isla: el promovedor de su ventura, el consejero de todo lo bueno, debe ocupar uno de los principales lugares con las autoridades que se prestarán gustosas á un acto de justisima reparacion. Todos los ciudadanos, todos los habitantes de la Laguna, en una palabra, todos aquellas en quien lata un corazon español, contribuirán á solemnizarlo, pero con especialidad los que lleven todavia el glorioso renombre de Lugo considerarán como un deber de conciencia asociarse al Ilustre Ayuntamiento de la Laguna, para tributar sus homenages á un esclarecido guerrero que con su sangre les trasmitió un apellido histórico, y con el un estimulo para la fidelidad á sus Reyes, para promover el bien de la Pátria y no separarse de la senda del honor.
Reciba el ilustre ayuntamiento de la Laguna, con esta sencilla manifestacion, el sentimiento de la consideracion mas respetuosa. B. L. M. de VS.
De todas formas, y para aumentar las dudas que expone Eduardo P. García sobre la autenticidad de los malhadados huesos, el tenaz y eficaz investigador de nuestra memoria histórica más reciente y de los crímenes del franquismo, mi estimado amigo Pedro Medina Sanabria, con esa afición a tabular todo lo habido y por haber que caracteriza a todo químico que se precie, ha confeccionado un “Registro de Causas de Reos y expedientes relativos a Personal” que en sus 44 apretadas páginas, repletas de causas de los tribunales militares fascistas en Canarias, sangrantes muchas con los nombres de asesinados y desaparecidos, aparece una causa iniciada el 20 de enero de 1938 y cerrada un par de meses más tarde que reza “Restos mortales en excavaciones de huerta anexa a Batería de Montaña de La Laguna”, justamente la famosa huerta de Foronda de donde salieron los trasladados a la Catedral. ¿No sería algo de justicia poética que los verdaderos huesos de Lugo hayan terminado tan desaparecidos e ignorados como los de sus asesinados o los asesinados por sus émulos de camisas azules y cristianísimos brigadistas del amanecer?
Probablemente y por fidelidad a la memoria histórica lo más sensato con los supuestos huesos de Lugo sería devolverlos al pencón de tuneras de donde salieron.
Francisco Javier González
Gomera 22 de marzo de 2010
Comentarios