Luis Alberto Henríquez Lorenzo* / Artículo de opinión.- El presidente del Congreso, José Bono, ha reconocido en los últimos meses, en varias ocasiones además, que no está en su conciencia el propósito de dejar de comulgar: comulgar, asegura, forma parte de sus convicciones más profundas, de sus convicciones de fondo; tan profundas y tan de fondo, que no se siente impelido a dejar de hacerlo por causa de que los obispos en España hayan manifestado que, en conformidad con la doctrina de la Iglesia, sancionada por el Magisterio, se sitúa fuera de la comunión con la fe y la doctrina católicas todo aquel fiel que ampare, por activa y por pasiva, el crimen del aborto. Y más delicadamente es el asunto aun para los políticos socialistas que acaban de legislar a favor de una ley que, no solamente no deroga la anterior del PP –ya suficientemente inicua, afirman los prelados- sino que convierte el aborto, de un crimen punible con algunas excepciones, en un derecho civil.
Asimismo, dado que “la Iglesia somos muchos” –se ratifica el político manchego-, mientras su actitud no provoque directamente escándalos él va a seguir decidido a recibir el cuerpo del Señor resucitado. De modo que, sabedor de que algunos sacerdotes y obispos, o acaso muchos de ellos, de reconocerlo en la fila de los comulgantes le iban a negar la comunión, lo que siempre trataría es de acudir a iglesias en las que él tuviera garantías de que no le iban a negar la comunión eucarística.
Me gustaría comprender a José Bono. Me gustaría sentir simpatía hacia su persona: creo ser plenamente consciente de que a nuestro alrededor no escasean las personas que, incluso desde la increencia, el agnosticismo, el ateísmo y, por ende, los valores humanistas meramente inmanentes y terrenales o mundanos, se comportan con altos niveles de honradez personal, capacidad de compromiso, compasión, amabilidad, sentido de la justicia social, bonhomía… José Bono puede ser una de esas personas, con el añadido de que no es agnóstico ni ateo sino católico.
Con todo, y hecho el esfuerzo anterior, no me es posible silenciar que en efecto, sin entrar a juzgar las razones más íntimas y subjetivas que siguen llevando al dirigente socialista a actuar como actúa en lo tocante a la recepción del sacramento de la comunión, lo cierto e innegable es que su gesto aparece como un desafío a la disciplina de la Iglesia, a su Código de Derecho Canónico, su doctrina, su Magisterio. Le guste más o menos o le preocupe mucho o nada al católico y político socialista Bono, la cosa es que es así. Y a esto mismo, miren ustedes, el señor presidente del Congreso no tiene ningún derecho. Ninguno.
Entonces siendo que las cosas son así, yo a menudo me pregunto por qué el político socialista y católico decidido a seguir comulgando a pesar de no haberse mostrado contrario a la reforma de la Ley del Aborto, el ínclito José Bono, no presenta su dimisión. Para el presidente del Congreso, ¿acaso importa más el César que Dios? De no ser así, ¿tal vez es porque supone que no hay contradicción entre su apoyo o consentimiento, más directo o menos o más tácito o menos, a esa ley inicua, y la fidelidad debida a la doctrina y disciplina de la Iglesia? ¿Es que quizá no toma el señor Bono suficientemente en cuenta la advertencia o exhortación del mismísimo Jesucristo: “No podéis servir a Dios y al dinero, porque vuestro corazón se apegaría a…”
Desde luego, muy poquitas personas deben conocer cuáles pueden ser las razones del político socialista de marras para no abandonar la nave del PSOE. Ahora bien, quien estas líneas escribe, no conociendo, en efecto, ni pudiendo conocer siquiera cuáles pueden ser, lo que no consigue preterir o silenciar es la tentación de formular una sospecha, que es la siguiente. En la España que va camino de los 4.500.000 de parados, según la amenaza de todos los indicios y datos disponibles, la llamada clase política aparece como una casta de privilegiados: muy considerables sueldos, inmensamente superiores al salario mínimo interprofesional, que ronda en España los 624 euros. Pues bien, si un diputado o un senador son privilegiados en este país, ¿qué clase de privilegiado, en lo laboral y económico, es el señor José Bono, presidente del Congreso? Consideremos en su justa medida que si un diputado nacional puede llevarse, mensualmente, sin contar lo que se ahorra y los privilegios diversos derivados de su cargo, unos 6.000 euros, nuestro presidente del Congreso puede que casi triplique esa cifra: sí, la friolera de ¡16.000 euros mensuales!, ¡2.500.000 de las extintas pesetas!
“No podéis servir a Dios y al dinero” (cfr. Mt 6, 19-20; 19, 23-26; Lc 12, 13-34; et alii), exhorta Jesús de Nazareth. Así que no estoy insinuando que el mandatario socialista no dimita por causa de esos astronómicos ingresos, pero… ¿será que sí lo estoy insinuando? La verdad me parece que es que, con insinuación por mi parte o sin ella, de socialista (esto es, militante, solidario y obrero) tiene muy poco un sueldazo de tamaña envergadura. Un sueldazo así, en nombre no sé de qué impostor socialismo, haría que uno se destornillara de risa si no fuera porque un sueldazo así es sencillamente una inmoralidad.
Produce, al menos a quien estas líneas escribe, una profunda tristeza teñida de desesperanza y desengaño: repara uno en los grandes militantes que la historia reciente de la humanidad ha conocido, algunos de ellos socialistas de carné (Bruno Alonso, Julián Besteiro, etcétera), y lo resultante es que cualquier parecido con la realidad actual del fraudulento, burocrático, corrupto y antimilitante PSOE es mera coincidencia. Piensa uno en los millones de desheredados y empobrecidos de la humanidad y…
En fin, ¿dejamos la respuesta en el viento, como cantaba Dylan?, ¿o qué tal si en el viento del Espíritu…?
Marzo, 2010. Gran Canaria, Islas Canarias.
* Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Enseñanzas Medias. Gran Canaria, Islas Canarias, marzo, 2010.
Comentarios