Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- Hemos insistido en varias ocasiones que sin victorias ideológicas no pueden existir victorias políticas. Es en nuestras propias cabezas donde se libra la primera batalla. Pero no vivimos en territorio neutral, en una asepsia metafísica que nos permita elegir “libremente” tal o cual idea. Seiscientos años de colonialismo y de capitalismo nos marcan indeleblemente. No es nada fácil sacudirse un condicionamiento de tal magnitud.
Escuelas, universidades y medios de comunicación reproducen sistemáticamente y sin fisuras las ideas, los conceptos y los intereses de la burguesía y del imperialismo. Conceptos como “democracia”, “respeto a las leyes”, “creer en la justicia”, etc., penetran con especial facilidad tras cuarenta años de fascismo. Y, desde luego, es fácil adoptar una actitud de respeto religioso a la “voluntad popular expresada en las urnas”. No es de extrañar que, para la inmensa mayoría de la izquierda, no haya otro horizonte que el electoral.
Pero, ¿de qué elecciones hablamos? Se trata de un sistema electoral burgués, condicionado por el apoyo económico de los grandes grupos capitalistas a las campañas de tal o cual partido. Un sistema que, en definitiva, excluye cualquier alternativa que no cuente con la financiación y el respaldo de nuestros enemigos de clase. Y aún en el poco probable caso de que una alternativa verdaderamente revolucionaria triunfase electoralmente, ¿no nos enseña la experiencia histórica cual es la respuesta de la burguesía?
Incluso en los países más “avanzados” y “democráticos”, la espada de Damocles de la violencia del Estado acecha constantemente por si las cosas se salen del orden burgués. En palabras de Lenin, “no hay Estado, incluso el más democrático, cuya Constitución no ofrezca algún escape o reserva que permita a la burguesía lanzar las tropas contra los obreros, declarar el estado de guerra, etc., en caso de alteración del orden, en realidad, en caso de que la clase explotada altere su situación de esclava e intente hacer algo que no sea propio de esclavos.” [1]
Para los comunistas, las elecciones no son sino un test del estado de opinión de las grandes masas. Participar o no en ellas es un asunto meramente táctico, que se decide en función de si hace avanzar o no el proyecto revolucionario. No nos hacemos fantasías sobre la democracia burguesa. Precisamente por ello, somos conscientes de que todo proceso revolucionario tiene su encrucijada militar, el momento en que todo se decide por la fuerza. Y, también por ello, esa perspectiva no puede ser obviada. Tenemos que pensar, organizarnos y actuar políticamente teniendo en cuenta que ese momento llegará. Y también tenemos que dejárselo paulatinamente claro al conjunto de los trabajadores y del pueblo.
Claro que también podemos seguir reproduciendo el amaneramiento demócrata burgués, y no “asustar” a posibles votantes. Es la ya vieja fantasía de que “moderando” el mensaje, se amplía la base electoral y se suman más fuerzas. La práctica, único criterio de verdad objetivo, nos enseña justo lo contrario: cuanto más diluido es el mensaje, menos adhesiones suscita.
Marx y Engels lo explican claramente al final del Manifiesto Comunista: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.
Podemos actuar como vendedores de motos, “embelleciendo” y difuminando nuestras ideas y nuestro proyecto para recibir así la aprobación del orden burgués y no ser tachados de “radicales”, “extremistas” o “antisistema”. Con ello, en el mejor de los casos, aspiraríamos a unos minutitos en televisión o a un tratamiento menos despectivo en los periódicos. Pero no sería otra cosa que rendirnos al capitalismo antes incluso de librar la batalla.
La revolución es, ni más ni menos, que el asunto de la toma del poder real por la fuerza del pueblo en armas. Sería criminal permitir que, por el contrario, ese pueblo al que tratamos de convencer de nuestras ideas, lo entregáramos maniatado e indefenso a los tanques del enemigo.
Evidentemente, ese momento aún está lejos, y no podemos arreglarlo sustituyendo la acción de la mayoría del pueblo por el voluntarismo o la desesperación. Pero de dónde no puede estar lejos es de nuestras cabezas, salvo que nos entreguemos, atados de cerebros, pies y manos, a las categorías y los espejismos de la propaganda burguesa.
Ante todo, por lo tanto, tenemos que revolucionar nuestras mentes.
[1] V.I. Lenin, El Estado y la Revolución, Oc. T. II, p.321
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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