Carmen Moreno Martín / Artículo de opinión.- Muchos de ustedes, estimados lectores, al leer el título de este artículo, pensarán que me voy a referir a las llanuras africanas, a Australia, a La Pampa Argentina o a Sudáfrica, pero se equivocarán, y no sólo porque esas lejanas tierras no son en la actualidad “reinos”, si no porque del reino del que les voy a hablar es del nuestro: el reino de España.
¿Y desde cuando hay por nuestros lares avestruces? Bueno, haberlos haylos, ya que en la actualidad existen granjas dedicadas a la explotación de la carne de estos animales para el consumo humano, pero no, tampoco me refiero a estas magníficas aves, sino a los ciudadanos del Reino, esto es a los españoles.
Es el avestruz un ave que cuando se siente amenazado o en peligro, huye a la carrera. Unas veces en línea recta que es la más segura y otras en zigzag, pero, en ocasiones, cuando tiene el nido ocupado por sus huevos o sus polluelos, no puede simplemente huir y dejarlo todo en peligro; en ese caso, tiene una conducta muy peculiar: echa su cuello a tierra alargándolo y dando la impresión de que esconde su cabeza, como una estrategia de distracción cuando siente que sus huevos o sus polluelos están amenazados por un depredador. En realidad, lo parece, pero no entierra ni esconde su cabeza ante el peligro, eso es un mito falso, pero el mito falso convertido en leyenda ha servido mucho para ilustrar una conducta –no del avestruz, sino muy humana: “No lo veo, lo ignoro; no lo proceso, entonces no existe.” Y sí, justamente, de eso voy ha referirme hoy, porque si bien nadie que haya investigado a los avestruces ha podido presenciar tal cosa, cualquiera que haya vivido en España ha podido consignar la tal conducta la mar de bien. Una conducta muy enraizada en nosotros y de mucha solera: “Si no hablamos de ello, si lo negamos, si no lo vemos, o si no lo queremos ver, entonces no existe”.
No sé si hemos copiado tal conducta de lo que se dice –mal dicho, insisto– sobre los avestruces o no; lo cierto es que la tal conducta tiene raíces que se pierden en las noches de los tiempos entre nosotros. Pongamos por ejemplo el aborto: durante la dictadura franquista estaba absolutamente penalizado con pena de cárcel tanto para la mujer que lo hacía como para quien lo llevara a cabo, en todos sus supuestos. La Iglesia Católica estaba feliz: España, país católico por excelencia no tenía abortos. Pero las mujeres españolas y las hijas de esas mujeres, abortaban. Si pertenecían a la burguesía acaudalada y nacional-católica, se iban a una buena clínica de Londres y volvían sin el embarazo no deseado, felices y con “buena cara”. Las del proletariado también lo hacían, pero no en Londres, sino en el suelo patrio, clandestinamente, sin ninguna garantía de seguridad y en manos de gentes sin escrúpulos sin formación ni recursos –muy pocas veces profesionales de la medicina– dando por resultado una tasa de muerte de mujeres tremenda. Todo ello silenciado pero en los términos de un secreto a voces que todo el mundo conocía y aceptaba haciendo cómo los avestruces: “lo escondo y así no existe.”
Y al igual como sucedía con el aborto, sucedía con otras cosas como por ejemplo el divorcio. Durante la dictadura franquista “la familia estaba bien salvaguardada” y la Iglesia Católica era feliz: para los “avestruces” en el reino de los avestruces, no había ningún matrimonio roto. ¿Qué el porcentaje de parejas rotas era elevadísimo y las “queridas” y “queridos” estaban a la orden del día? Cómo no existía el divorcio, tampoco existía todo eso. Pero si se llegaba a saber, a las "queridas" se les llamaba adulteras e iban a prisión –con los hombres se era más indulgente, más benevolente, más avestruz–
A los hijos que les nacían a las “queridas” y a los “queridos” se les llamaba “ilegítimos y naturales”, eran la escoria, el fruto y la evidencia del pecado, y sólo contaban para ser denigrados. Bueno, denigrados si no tenían caudales sus progenitores, pues de lo contrario, contar no contaban, seguían siendo naturales e ilegítimos, pero se les daba buena vida y tenían un buen pasar...
Siempre me ha hecho gracia el calificativo de “hijos naturales” otorgado a la bastardía… ¿Conocen ustedes algún hijo artificial? Porque yo no… A las madres solteras, muchas de ellas de estatus “queridas” se las lapidaba de pensamiento, palabra y obra, no con piedras –que los avestruces de este reino eran y son muy civilizados– pero sí arrinconándolas, obligándolas a ganarse la vida con las tareas menos remuneradas –si es que el padre no era un buen y bien acaudalado burgués– o conduciéndolas a la prostitución y al ostracismo más mísero.
Por su lado, la Iglesia, las separaba de su seno y ya estaba: “no existe el divorcio en España, España es un país católico y la familia está a salvo” se decían las jerarquías de la dictadura y de la Iglesia. Y todos felices. Claro que para los señores burgueses y las señoras burguesas, para los y las nobles de la nobleza, y los y las de la farándula con caudales, el divorcio si existía, sólo que se llamaba “anulación” y lo concedía la mismísima Iglesia desde su Tribunal de la Rota, tal y cómo lo sigue haciendo hasta hoy.
Con los curas, célibes de obligación, pero “queridos” y “padres” de hecho y con normalidad, sucedía lo mismo. Bueno, aún sucede, ya que el celibato impuesto sigue vigente. A los curas ni les está permitido casarse, ni pueden tampoco tener relaciones sexuales con nadie, ni con mujeres ni con hombres, ni mucho menos, con menores. Pero las tienen, vaya si las tienen; y las tienen con mujeres, con hombres y con menores; y cuando las tienen con menores, algunos enarbolan disculpas arguyendo que son los menores los que los provocan. Pero la Iglesia Católica española -la Romana y el Vaticano- es Santa, y su sacerdocio, inmaculado. Y su conducta la del reino de avestruces.
De las relaciones con mujeres, viejo es el refrán popular que dice “Nunca digas que de esa agua no vas a beber, ni ese cura no es tu padre” y ya se sabe lo veraces que son esos refranes. De modo que tienen relaciones "matrimoniales" sin haberse casado y con vástagos que son frutos de esas relaciones; vástagos que sufren en sus carnes el empecinamiento de esa Iglesia Santa y avestruz.
Con hombres también las tienen, les decía yo, pero lo dicen ellos mismos, así que habrá que creerles, y, por descontado que a mí me parece muy bien que las tengan con quienes quieran, hombres y mujeres; lo que denuncio no es el hecho de que los curas disfruten de su sexualidad, sino la conducta hipócrita y avestruz de sus jerarquías y de algunos de ellos mismos.
Y con menores también las tienen... Esto me parece de lo más execrable y abyecto que puede existir, pero más criminal aún me parece la conducta avestruz de la jerarquía eclesiástica que lo esconde negándose incluso a que la justicia actúe.
Otros ejemplos del reino de las avestruces de nuestro país podríamos ubicarlo en la manera de hacer política de un muy grueso número de políticos; en la forma de resolver los problemas que los españoles tenemos, siempre o casi siempre centrándonos en el “qué dirán” y casi nunca en lo que realmente nos conviene; siempre con la muletilla esa de “que la casa arda por dentro pero que no salga el humo”, puesta en práctica, que en eso somos maestros; pero hablar sobre todo ello aquí haría este artículo interminable.
Aborto, divorcio, celibato de los curas, política ¿Y qué más? ¡Pues todo o casi todo!, que para eso España es el reino de los avestruces con traje, con faldas, con sombreros y con paraguas, que si es con dinero mejor y si es sin “blanca”, tampoco importa demasiado, porque el reino de los avestruces es muy amplio y muy diverso.
Durante la dictadura franquista y durante las épocas anteriores en las que todo era pecado y todo estaba prohibido, el reino de las avestruces brillaba floreciente, ya que de todos es conocido que las prohibiciones tienen una relación directa con la puesta en práctica de las conductas prohibidas; pero se supone que hace treinta años que vivimos en un Estado aconfesional, social y democrático –o eso dice la Constitución–, ¿por qué, entonces, sigue en auge y florido el reino de las avestruces?
Carmen Moreno Martín alias Hannah
Comentarios