David Delgado / Artículo de opinión.- Numerosos periodistas, grandes empresarios, economistas y demás agentes sociales que, de una u otra forma, defienden a capa y espada al sistema capitalista, nos han dejado observaciones relativas a la recesión económica, que muestran hasta que punto estos profesionales titulados son unos ignorantes que dicen lo primero que se les pasa por la cabeza.
Una de las grandes perlas que se han escuchado en tertulias televisivas, debates, y entrevistas a todo tipo de personas mosqueadas porque el panorama cada vez pinta peor, es que el problema fundamental por el que la situación económica no mejora, es debido al estancamiento del consumo de quienes no han perdido capacidad adquisitiva, que para estas mentes privilegiadas son los trabajadores que no han sido despedidos.
Se trataría, pues, de una cuestión de confianza. Los cientos de miles de trabajadores que han sido despedidos, el amarillismo de los medios de comunicación de masas con sus titulares catastrofistas para atraer consumidores, y la presencia de la crisis en boca de todo el mundo en cualquier situación social, siembra el pánico entre aquellos que, sin verse afectados directamente por la crisis económica y social, terminan siendo achantados, con las graves consecuencias que esto trae consigo.
En las limitadísimas y trilladas reflexiones de estos pensadores, se esconden una serie de embustes que no despistan a nadie. Ningún trabajador es tan tonto para creer que el problema, y a su vez la solución, de la ruina del modelo productivo capitalista, pasa porque los trabajadores que conservan su puesto de trabajo consuman como mínimo hasta donde alcanzan sus posibilidades.
En primer lugar, porque una buena parte (quizás la mayoría) de las familias que no han visto disminuida su calidad de vida en los tres últimos años, continúa su ritmo de consumo habitual. Pero estas familias no son ni de lejos la mayoría, pues la recesión económica prácticamente afecta a todos los asalariados, autónomos y pequeños empresarios.
Dejando a un lado a los que han sido despedidos, a las familias que tienen alguno o a todos sus miembros en paro (en el Estado español son más de 1.200.000 las familias que sobreviven en esta situación), a los jubilados que cobran pensiones de miseria, al paro entre los jóvenes menores de 25 años (que afecta casi al 50%, siendo Canarias el territorio con la tasa más alta), a los trabajadores conscientes de que pueden ser despedidos inminentemente, a quienes tienen contratos temporales y a los que han perdido capacidad para consumir, ¿quienes nos quedan? ¿De qué trabajadores nos hablan?
Que vivimos una crisis de consumo, es obvio. Lo que es inadmisible es achacar este descenso en la adquisición de mercancías, bienes y servicios, por parte de las amplias masas de trabajadores, a una cuestión de credulidad y confianza. La drástica disminución del consumo se explica y entiende en base a razones económicas objetivas, no psicológicas.
En el fondo, a decir por las declaraciones de estos pro sistema que por momentos parecen pedir socorro, se oculta la angustia, el pesimismo e incluso el miedo. Cada vez ven más lejos una recuperación, y más cerca el peligro real de ver afectados seriamente sus intereses, negocios, privilegios y puestos de trabajo acomodados. Obviamente, no nos referimos al periodista de un periódico local o digital minoritario, ni al pequeño comerciante, que sufren las consecuencias de la crisis desde hace mucho tiempo, sino al profesional liberal que conserva su nivel de vida y, al menos a muy corto plazo, no teme perderla.
En cuanto a los mass media, si bien es cierto que un titular mientras más apocalíptico es más susceptible de ser vendido, también es innegable que dependiendo del grupo empresarial que esté detrás (que apoyará a uno u a otro partido político), la línea editorial será más o menos adepta al falso optimismo gubernamental, que anuncian el final de la crisis poco más que antes de haber comenzado. Pero, en general, lo que une a todos estos grandes grupos empresariales dedicados a la propaganda masiva, que están controlados fundamentalmente por la burguesía financiera, es el deseo de que, sea como sea, el sistema imperialista imperante a nivel mundial no se venga abajo.
Evadiendo la verdadera naturaleza del estancamiento económico actual, obviando las crisis cíclicas del capitalismo (según algunos teóricos del sistema estas crisis lo que hacen es reforzar al mismo), responsabilizando a las víctimas y sacralizando a los culpables, partiendo de bases psicológicas casi mágicas en lugar de analizar los hechos objetivamente, estos elementos, que ofrecen explicaciones tan bizarras, manifiestan su desconcierto e impotencia ante el posible auge del descontento ciudadano, y rezan (si no lo hacen literalmente, para lo que dicen, es casi lo mismo) porque el sistema supere la recesión, cuando no se ha salido aún de las consecuencias de la burbuja inmobiliaria que afecta a múltiples sectores, y ya se está hablando del peligro de otras burbujas especulativas.
Cada uno hace su trabajo para que el proletariado no se subleve: el gobierno tranquilizando a sus conciudadanos, la propaganda vendiendo humo, los sindicatos conteniendo a los trabajadores, la oposición diciendo que es un problema de gestión y no de sistema, y los partidos de izquierda reformista apoltronados, fiel a su estilo oportunista, aprovechando la ocasión para pescar votos de todos los caladeros posibles y maniatando junto a los sindicatos a los trabajadores.
Los comunistas de todo el mundo también tenemos que hacer nuestro trabajo: organizar la revolución en nuestros respectivos países.
* David Delgado es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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