Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- Cuentan las malas lenguas que el escritor Eugeni d´Ors, cuando acababa de dictar un artículo a su secretaria, le preguntaba: “¿Se entiende lo que quiero decir, Rosita?”; “Perfectamente, don Eugeni”, respondía ella. “Pues entonces oscurezcámoslo”, decía él, y le dictaba los cambios para que su artículo quedara los más abstruso posible. En el mundo académico y universitario ocurre lo mismo: quienes escriben tratan de demostrar lo mucho que saben y lo mucho que han leído. Entre menos se le entiende, mejor. Y, desde luego, nada de exponer ideas originales y propias: no cabe mayor pecado. Tiene que quedar claro que todo lo expuesto son ideas de otros (de ahí el gusto por la larga ristra de citas y referencias bibliográficas).
Desde luego, se trata de intelectuales (es un decir) que escriben para otros intelectuales. Si se enteran que sus artículos o ensayos los entiende una oficinista o un obrero de la construcción conectado a Internet, se cogen una depresión. Este tipo de endogamia convierte al pensamiento en un patrimonio personal de los pensadores, convertidos así en una casta separada del común de los mortales. Desde luego, los temas sobre los que escriben suelen tener escaso interés, y sólo son adiciones al curriculum o a la vanidad.
Pero mientras unos tratan de convertir las nimiedades en categorías, otros nos vemos en la obligación de explicar ideas verdaderamente complejas en palabras sencillas. Porque, precisamente, tratamos de que nos lea la inmensa mayoría, los asalariados, ajenos a las luchas por el escalafón académico y más preocupados por sus propias necesidades vitales. No es de extrañar que los funcionarios universitarios adopten una actitud despreciativa hacia este periodismo revolucionario.
Lógicamente, para poder exponer una idea o un hecho se forma sencilla tenemos que comprenderlo muy bien. Decía Einstein que uno no entendía de verdad una cosa hasta que no era capaz de explicársela a su abuela. De ahí que, entre menos se entiende algo, más farragosas suelen ser las consideraciones que se hacen sobre ello.
Como explicaba Marx, “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” [1]. Esto es especialmente así para los que sufren el actual estado de cosas, para los asalariados, que necesitan objetivamente transformar el orden mundial capitalista. Las necesidades prácticas no son compatibles con comprensiones insuficientes de las cosas o con discursos almibarados y escolásticos acerca de ellas.
Claro que también estamos acostumbrados a lo contrario: generalidades abstractas, tópicos manidos y frases hechas. Si la vacuidad académica es insoportable, el atrevimiento de la pura y simple ignorancia no tiene nombre. Pero tiene mucho descaro. Aquí se atreve a presentarse como “socialista” y hasta como “comunista” quién no ha estudiado o ni siquiera leído nada al respecto. Cuatro consignas y mucho desparpajo y a tirar.
¿Se imaginan ustedes que alguien se presentara como médico o arquitecto sin haber estudiado nada al respecto? Pues en el mundo de la política ese disparate es el habitual. Difícilmente podrán explicar con claridad lo que no entienden. Por eso lo suyo no es sencillez, sino simplonería.
Cambiar el mundo, acabar con el poderosísimo sistema capitalista e iniciar la construcción de un nuevo orden social no es un asunto fácil ni baladí. Tampoco basta con que entiendan el asunto cuatro mentes iluminadas. Tiene que convertirse en un proyecto de mayorías, entendido y respaldado por los asalariados. En esto no caben chapuzas, apaños ni planteamientos esotéricos.
Hacen bien las trabajadoras y trabajadores en exigirnos precisión, discernimiento y las cosas claras. Al fin y al cabo, si vamos en serio -y esta es la clave- es su vida y su futuro lo que les pedimos que pongan en juego.
[1] Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach (XI)
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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