Samir Delgado / Artículo de opinión.- Con un salón de actos tan empetado como la primeriza luna llena de este nuevo año, el Ateneo lagunero acogió la pasada noche una fenomenal velada cultural con motivo del estreno en público de la reciente novela de la escritora tinerfeña Cecilia Domínguez Luis, que estuvo a su vez acompañada muy de cerca por la crítica elocuente de Daniel Duque, el responsable de la editorial Camps y la titular de la Dirección General del Libro, todos ellos en la tarima frente a un público de lujo ya que entre los asistentes andaban nada menos que Carlos Pinto Grote situado durante toda la noche en primea fila.
Y valdrá la pena empezar esta crónica ateneística precisamente por el final, que es a su vez el principio de todo, las pupilas acuosas del poeta octogenario que en medio de la conversación saca a relucir instantáneamente los cruentos años de la guerra civil que aún mantienen su aguijón desangrando las memorias del republicanismo. Nada queda en el olvido, después de todo anoche nadie se fue del Ateneo sin la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo, pues se dijeron en verdad muchas cosas acerca de una etapa histórica que todavía guarda en su haber mortificado un caudal impresionante de testimonios sobre nuestro devenir social.
Con una textura narrativa exquisita, bien urdida la novela con su pátina literaria de engarces familiares y anecdotarios de sutileza ideológica, ramalazos humorísticos y denuncia soterrada en unas páginas nada mitineras, la orotavense Cecilia Domínguez Luis ya forma parte de la constelación de autores isleños que han legado a la posteridad una fuente de referencias fundamentales para acercarnos al pasado que nos funda, echando hacia atrás "una mirada sin ira", pero recontando los episodios trágicos que precedieron a la oscura dictadura franquista.
Junto al mítico barranco de la escritora Nivaria Tejera donde las vivencias de una niña lagunera también servían de vehículo comunicacional sobre los momentos aciagos del golpe militar, junto a las añoranzas prisioneras del anarquista canario Antoñé y la novela emblemática sobre la prisión de Fyffes del autor José Antonio Rial, además del trabajo documental del historiador Ricardo García Luis mediante el cual hablan siempre los protagonistas amordazadas por la negra oficialidad, Cecilia Domínguez Luis nos ha obsequiado con un trabajo novelístico impagable, que de seguro tendrá un lugar destacado entre los pupitres universitarios y las reseñas sobre el realismo literario del futuro.
No hace mucho que el premio nobel Günter Grass proclamó un jaque mate sobre el tablero de ajedrez de sus memorias personales, con una confesión tardía sobre su participación juvenil en el nazismo, pero muy lejos de cualquier juicio sumarísimo lo que el escritor alemán quiso trasladar en público era la fuerte impregnación de cada época y la maquinaria política que pervierte las inocencias. Por eso mismo, aquí en las islas ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre, que la generación de mayores educados de por vida en la férrea moral nacional católica del franquismo sepa quitarse de encima tanta fantasmagoría sobre el pasado y que la juventud de hoy no se quede hipnotizada por las versiones edulcoradas de la televisión sobre la borbónica transición democrática.
Y es que, gracias a novelas como la de Cecilia Domínguez Luis, tal vez la normalidad sea algún día la pauta seguida en el rescate necesario de nuestra identidad, justo en un tiempo en que la búsqueda de la fosa común de Federico García Lorca y el itinerario que marcó la fuga de Pedro García Cabrera nos invocan una estela histórica que hace de la falta de libertades individuales, de la opresión bajo el latifundismo caciquil y el miedo insuflado bajo la ignorancia social distintos capítulos de un mismo ñibro aún a la espera de su desenlace final.
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