Julián Ayala Armas / Artículos de opinión.- Es usual en los debates político-sociales que se suelen dar por estos malhadados peñascos acudir a simples expresiones descalificadoras del oponente, sin pararse a tratar de refutar sus argumentos, que sería lo lógico en cualquier discusión civilizada entre personas (o colectivos de personas) que mantienen posiciones contrarias en torno a cualquier cosa.
El portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, D. Ángel Llanos, es el último –no el único, desgraciadamente– que se ha servido de esta falacia totalizadora para soslayar una verdadera argumentación sobre el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), de cuyas virtudes parece estar convencido. Así, en unas recientes declaraciones de prensa ha descalificado a los opositores al citado Plan, tachándoles pura y simplemente de “antisistemas”.
Como víctima y objetor del Plan, me he considerado aludido por la expresión despreciativa del señor Llanos. Y no es que me sienta especialmente mortificado por el calificativo, pues considerando la concepción sistémica que según todos los visos tiene D. Ángel, me parece normal (y a mucha honra) que a sus ojos las personas como yo sean antisistema. Lo que ya no me parece tan normal es que a estas alturas de la verbena un personaje con tantas ínfulas no haya aprendido todavía que en política hay que hablar con la cabeza fría y la boca templada, no acudir a frases y latiguillos que dicen más de la pereza mental de quien los pronuncia que de los presuntos “torcidos intereses” de los destinatarios.
Quizá, en su opinión, la reacción más apropiada debería ser callarnos y esperar con ilusión que los mismos que nos han conducido a esta situación de indefensión legal respecto a los derechos sobre nuestras viviendas deshagan buenamente el entuerto. No organizarnos, no protestar, como hace la Plataforma Ciudadana contra el PGOU, pues eso es ponernos fuera del sistema, que en la concepción de personas como D. Ángel Llanos parece ser un sistema donde unos pocos –algunos los llaman “clase política”– deciden sobre los avatares de la mayoría, que debe limitar su participación en el gobierno de su propia vida a darles un cheque en blanco cada cuatro años para que nuevamente vuelvan a hacer y deshacer su antojo y al de los poderes fácticos de la sociedad (léase grandes prebostes económicos), que esos sí caben perfectamente dentro del sistema.
Al final va a resultar que aquí nos conocemos todos.
Julián Ayala Armas
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