Josep Maria Antentas y Esther Vivas* / Artículo de opinión.- Hace ahora diez años el mundo se vio sorprendido por las protestas de Seattle en ocasión del Encuentro Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Estos “días que conmovieron al mundo” marcarían la abrupta emergencia de lo que vendría a conocerse como movimiento “antiglobalización” e inaugurarían un nuevo ciclo internacional de movilizaciones, que tiene la crítica a la globalización como su elemento motriz.
Antes de Seattle
Seattle no fue producto de la nada. Los acontecimientos de noviembre de 1999 marcaron, en cierta forma, la culminación de todo un proceso de gestación y desarrollo de luchas y resistencias a la globalización capitalista iniciado a mediados de los noventa y cuyo inicio simbólico suele fijarse en el alzamiento zapatista del 1 de noviembre de 1994.
Desde mitad de los noventa una serie de campañas internacionales, movilizaciones y encuentros, en interrelación con luchas significativas a escala estatal, fueron dibujando un entramado de redes, organizaciones, y experiencias cuya solidez y consistencia iría en aumento. Visible para el gran público a partir de Seattle, la crítica a la globalización venía ya de lejos.
Las movilizaciones en Seattle, donde confluyeron un amplio espectro de organizaciones y redes de diferentes países y de Estados Unidos, marcaron “un antes y un después” en la trayectoria del movimiento.
La mezcla entre la sorpresa causada por el rechazo tan contundente e inesperado a los fundamentos del capitalismo global en el “corazón de la bestia”, el radicalismo de las formas de movilización (en especial el bloqueo de la sesión inaugural de la cumbre), y el propio fracaso de las negociaciones oficiales, explican el fuerte impacto de la “batalla de Seattle”.
La explosión del movimiento
Seattle inauguró un periodo de rápido crecimiento del movimiento, hasta las movilizaciones contra el G8 en Génova en julio de 2001 y los atentados del 11 de septiembre (11S) en New York. Ésta fue una fase de desarrollo lineal, semi-espontáneo y “automático” del movimiento. Miles de personas se sintieron identificadas con estas protestas y una gran diversidad de colectivos de todo el planeta tuvieron la sensación de formar parte de un mismo movimiento, de compartir unos objetivos comunes y sentirse partícipes de una misma lucha. Parecía que cada vez más sectores empezaban a ver sus problemas concretos desde una óptica global y a percibirlos, aunque de forma imprecisa y difusa, como parte de un proceso más general. El movimiento “antiglobalización” se configuró rápidamente como un movimiento portador de un rechazo general a la lógica de la globalización neoliberal, sintetizado en sus eslóganes más conocidos como “El mundo no está en venta”, “Globalicemos las resistencias” u “Otro mundo es posible”.
Tras el 11S
Las protestas en Génova y los atentados del 11S en New York abrieron paso abruptamente a un nuevo período en la trayectoria del movimiento “antiglobalización”. En los meses inmediatamente posteriores al 11S, éste dio muestras de haber perdido fuelle y centralidad política y mediática.
Sin embargo, esta situación de desconcierto e incertidumbre inicial fue disipándose y el movimiento recuperó de nuevo capacidad de iniciativa, beneficiándose del estallido de la crisis Argentina y del escándalo de Enron.. En enero de 2002, el éxito del segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre mostró que, lejos de haberse descompuesto, el movimiento seguía con fuerza.
En poco tiempo, ante la estrategia de “guerra global permanente” de la administración Bush, la denuncia de la guerra y el imperialismo tomaron centralidad en las actividades del movimiento “antiglobalización”, hasta entonces centrado más en las cuestiones sociales y económicas. La guerra en Irak desencadenó un gran movimiento antiguerra, que tuvo en la jornada mundial del 15 de febrero de 2003 su mayor expresión, llevando al periódico The New York Times (17/02/05) a afirmar que “existen dos superpotencias en el planeta, los Estados Unidos y la opinión pública mundial”.
Pérdida de centralidad
A partir de finales del 2003 y 2004 se entró en una nueva etapa marcada por una pérdida de visibilidad de las movilizaciones internacionales “antiglobalización”, de su capacidad aglutinadora, así como de mayor dispersión, regionalización y “nacionalización” de las luchas sociales. La imagen de un movimiento internacional coordinado, que actuaba como polo de atracción y de referencia simbólica, desapareció. A partir de este periodo dominaron las tendencias a la fragmentación y a la dispersión. Aunque la dinámica general desde entonces ha estado marcada por el aumento de las resistencias, éstas han sido muy desiguales por todo el mundo y han experimentado dificultades importantes en Europa y Estados Unidos, donde han tenido una lógica globalmente defensiva y han conseguido pocas victorias que permitieran acumular fuerzas de forma sólida. En América Latina, en cambio, se ha producido una crisis profunda del modelo de acumulación neoliberal y un ascenso de los movimientos populares, convirtiéndose en uno de los principales focos de resistencias al neoliberalismo en estos diez años tras Seattle.
De la “antiglobalización” al anticapitalismo
El estallido de la “gran crisis” del 2008, con el hundimiento de Wall Street y la crisis financiera y bancaria, abrió un nuevo escenario para las resistencias a la globalización. A pesar de la retórica grandilocuente de las cumbres del G20 en Washington, Londres y Pittsburg, las medidas adoptadas durante este año han buscado transferir el coste de la crisis a los sectores populares y apuntalar los cimientos del modelo económico, sin cambios significativos del mismo, más allá de la corrección de algunos “excesos” negativos desde el punto de vista del propio funcionamiento del sistema.
La incapacidad para arrancar cambios importantes en las políticas dominantes se explica fundamentalmente por la debilidad de la respuesta social. El desfase entre el malestar social y el descrédito del actual modelo económico y su traducción en movilización colectiva es claro.
La crisis levanta el doble desafío de renovar las perspectivas estratégicas y de dar respuesta a los retos de un momento marcado por el ascenso de un rechazo al actual sistema económico, pero también por las grandes dificultades para hacer arrancar la protesta social. Cambiar el mundo se ha rebelado como una tarea mucho más difícil de lo que imaginaron muchos de los manifestantes de Seattle.
Un mero enfoque “antineoliberal” no basta. Pasar al “anticapitalismo” consecuente aparece como un desarrollo estratégico necesario para avanzar hacia este “otro mundo posible” del cual el movimiento “antiglobalización” ha sido una referencia.
* Josep Maria Antentas y Esther Vivas son autores del libro Resistencias Globales. De Seattle a la crisis de Wall Street (Editorial Popular). Artículo publicado en Altermundo-Galicia Hoxe, 29/11/09.
+ info: http://esthervivas.wordpress.com
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