Manipulación y sensacionalismo / Moncada.- Jorge Gómez Barata. Mediante técnicas de reciclaje y marketing político que incluyen publicidad, manipulación y sensacionalismo, la industria del anticastrismo en Miami, con el auspicio de la editorial Santillana y el Grupo PRISA de España, ha lanzado al mercado un nuevo producto: Memorias de Juanita Castro.
Con semejantes asociados y procedimientos, contando con los recuerdos y las vivencias de una persona cuya relevancia se limita al apellido, nadie puede esperar revelaciones trascendentes, ni un suceso político. Se trata simplemente de una operación comercial de mal gusto y baja catadura moral.
A estas alturas, ninguna institución cultural o entidad política respetable se presta para un exhibicionismo en el cual se manipulan acciones conspirativas contra la Patria y la familia. Sólo faltó involucrar a Dios para lograr la triada perfecta.
El hecho es más chocante, precisamente porque, para tomar distancia de la frivolidad habitual, como ningún otro líder occidental, durante más de 50 años, Fidel Castro se ha esforzado por preservar la intimidad de su familia de los avatares de su actividad pública. Consecuente hasta la exageración nunca, por ninguna razón, incluyendo el protocolo de Estado, el líder cubano permitió que sus relaciones familiares y sus afectos se mezclaran con su labor oficial y con el ejercicio de su liderazgo. Esa posición y ese ejemplo se convirtieron en parte de la ética de la Revolución Cubana.
Servirse de vínculos filiales que la mayoría de las personas envueltas en grandes procesos políticos tratan de preservar de contradicciones a veces inevitables, no entraña merito alguno, sino todo lo contrario, sobre todo cuando, como en este caso, no se trata de una persona que sacrifica valores para dar a conocer revelaciones de importancia histórica, sino de un folletín creado para echar a rodar afirmaciones francamente intrascendentes.
De ser cierto que a principios de la década de los sesenta la autora de las trabajó para la CIA, sería apenas una más entre miles de cubanos que por dadivas, dinero u otras motivaciones, entre las cuales pueden estar incluidos el odio, los afanes de venganza y la intolerancia, trabajaron para la CIA y se prestaron a servir como peones de la política norteamericana contra Cuba. En este caso, la diferencia provine de haber conspirado también contra familiares allegados. No hay en esa conducta mérito ni excepcionalidad alguna, sino al revés.
No hay que ocultar los hechos. Ninguna revolución evade su destino ni la intensa confrontación a que da lugar. Por su naturaleza, esos procesos dividen y provocan rupturas de las cuales en muchos casos, desdichadamente resulta imposible sustraer a las familias que se separan, se fracturan y en casos extremos se confrontan, cosa que para los protagonistas, constituye una tragedia que se sufre en silencio. Restañar esas heridas, unir y tratar de trascender el pasado, es un cometido humanista al cual, hace años la Revolución Cubana conducida por Fidel, trata de avanzar.
Las truculentas historias de querellas entre hermanos, padres e hijos hicieron correr las tintas y formaron un recurso manido por los peores panfletos al servicio de la propaganda anticomunista durante la Guerra Fría. Las colecciones de Selecciones Reader s Digest y las librerías de viejo, están plagadas de tales historietas en las cuales los comunistas eran siempre los culpables.
Por esta vez, aunque sin quererlo, la publicidad de los enemigos de la Revolución Cubana favorece el esclarecimiento de los hechos. La verdad está a la vista: Fidel Castro es la víctima, el ofendido, el individuo contra el cual se conspiró y el que guarda un silencio que lo honra y lo enaltece. Se trata de un caso típico en el cual el disparo sale por la culata.
La Habana
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