Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- A pesar de los planes del presidente Obama para recuperar la economía de EEUU sobre la base de forzar una supuesta revolución tecnológica en las energías limpias y la medicina biológica, el ritmo de crecimiento de la productividad del país se va quedando bastante atrás con relación a los países emergentes. A esto se une un persistente déficit por cuenta corriente y un creciente déficit fiscal. Ambos factores intensifican la depreciación del dólar. Aún más: el movimiento internacional de los capitales a corto indica una tendencia creciente a retirarse de los bonos del Tesoro de EEUU para entrar de nuevo en el mercado de capitales de riesgo.
El dólar se encuentra en caída libre, mientras que el euro sigue subiendo, con lo que las exportaciones de productos desde la Unión Europea se están viendo afectadas de manera importante. A medida que el dólar pierde fuerza, los inversores internacionales disminuyen sus depósitos en dólares y los incrementan en euros. Una moneda que superó la semana pasada la barrera de los 1,50 dólares (el máximo en 14 meses), castigando así las exportaciones europeas.
Sin embargo, es dudoso que el euro pueda convertirse en la moneda principal en las reservas internacionales, debido a varios factores. Así, los problemas estructurales en la zona euro, que mantiene un amplio sistema de seguridad social en medio de una alta tasa de desempleo. Igualmente, la disparidad de las estructuras de los países europeos y sus ciclos económicos, que hace difícil adoptar una política financiera y monetaria unificada. Tampoco el yen aparece con capacidad para sustituir al dólar. En cuanto a las monedas de los países emergentes, su opción más realista es convertirse primero en monedas regionales.
Países como Irán, Arabia Saudita, Corea del Sur, China, Venezuela, Sudán y Rusia han adoptado medidas para sustituir el dólar americano en sus reservas de divisas. Por ejemplo, la república iraní ha pedido recientemente a Japón que lo sustituya por el yen en sus negocios petroleros. Tampoco es que sea novedad: desde octubre de 2007, Irán ha recibido el 85 % de sus ingresos por petróleo en monedas distintas al dólar americano, y Teherán está decidido a encontrar un sustituto para su 15 % restante.
Lo cierto es que el llamado “paquete de estímulo” de la administración estadounidense a las grandes corporaciones financieras, consistente en dólares impresos sin respaldo efectivo y verdaderamente improductivos, unido al alto coste de las guerras de Irak y Afganistán y del mantenimiento de más de ochocientas bases militares en el extranjero, tiran del dólar a la baja de forma acelerada. Los expertos calculan que el nivel de deuda estadounidense reconocida estará por encima del 100% del PIB en 2014 (en comparación al 70% de la deuda declarada en 2008). Lo que implica que en cuatro años las tasas de interés se habrán duplicado del 10% del ingreso público total al 20%, al menos. Si, como se sospecha, la deuda real de EEUU superar varias veces la declarada, sería impagable.
A ello hay que añadir el hecho de que EEUU, mediante la impresión de dólares no convertibles en oro, se ha dedicado a timar al resto de mundo y, de paso, obligarlo a financiarle de forma subsidiaria. En agosto de 1971, por orden del presidente Richard Nixon, el dólar dejó de ser convertible en lingotes de oro, tanto para los gobiernos como para los bancos centrales.
Durante todo el siglo XIX, con 20 dólares se podía adquirir lo mismo que con una onza de oro. En la primera década del siglo XX se empezó a pervertir el patrón oro y, con sólo 20 años, en 1934, el valor del dólar se había dilapidado de tal forma que hacían falta 35 para comprar una onza. Cuando, a mediados de siglo se abogaba por el retorno al patrón oro con una paridad que costaba el doble, más de 70 dólares, el valor del dólar respecto del oro siguió cayendo mucho más. Hoy, en los mercados internacionales, ni con 1.000 dólares alcanza para comprar una onza de oro.
Es decir, en los últimos cien años el dólar ha perdido más del 100% de su valor (en oro). Ya cuando Nixon decidió romper el último lazo entre el oro y el dólar, en el mercado predominaron los que quisieron deshacerse a toda prisa de sus dólares para poder comprar activos cuyo valor no se degrade tan rápidamente. Por eso, el oro, el petróleo y otros activos vieron cómo su precio se disparaba en dólares. La inflación del dólar llegó a los dos dígitos. Curiosamente a esto no se le llamó “la crisis del dólar”, sino “la crisis del petróleo”.
Cuando se financió el enorme gasto público a fuerza de imprimir más dólares sin respaldo en reservas, el dólar perdió su valor rápidamente. Para frenar la inflación, los gobiernos impusieron todo tipo de restricciones y controles de precios y, sobre todo, salarios. Y EEUU tiró de la máquina de emitir dinero, dando como resultado contar cada vez con más billetes y con menos riqueza. Pero a la vez, obligando a los demás países a admitir como pago unos dólares que no valían ni el papel en que estaban impresos. De esta manera, el mantenimiento del dólar como principal divisa internacional ha sido la principal imposición imperialista: la de una moneda con un valor nominal ficticio, respaldado sólo por su agresividad belicista y su poderío militar. Puro matonismo.
De hecho, la Reserva Federal, con su programa de Quantitative easing (facilitación cuantitativa) para imprimir dinero, se ve obligada en la actualidad a comprar la mitad de la nueva emisión de deuda cada mes, en una dinámica piramidal que acabará por colapsarse tarde o temprano.
El problema para los países que han comprado una enorme cantidad de esa deuda pública en dólares es como deshacerse de ella sin perderlo todo en el camino: si se retrasan demasiado, se verán con un montón de papel que no vale nada, importando así el déficit estadounidense; si se precipitan a venderlos provocan el derrumbe del dólar y, con ello, de sus reservas en esa moneda (amén de la caída de exportaciones que ello supondría).
Para esos países, deshacerse progresivamente del dólar (y, consecuentemente, del imperialismo estadounidense) es hoy una delicada operación a medio plazo, muy parecida a desactivar una compleja bomba de relojería. Y eso, claro, sin contar con las “sacudidas” que los pueblos del mundo le vayan a dar, y de las que cada vez más se ven los “brotes rojos”.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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