Luis Alberto Henríquez Lorenzo / Artículo de opinión.- Hay un dicho perteneciente al acervo de la cultura popular que reza: “Siempre y en todo lugar habrá personas que, por su actitud y comportamiento en la vida, bien merecerían que se les dijera esto y lo otro y lo más allá, en plan llamarles al atención sobre un particular cualquiera…”. Lo cual no quiere sino significar y poner de relieve que a menudo criticamos el mal que vemos en los otros sin reparar en la gran responsabilidad, culpa y autoría que tenemos cada uno de nosotros en la gestación, propagación y afirmación de ese mismo mal criticado. Como se ve, lo anterior dicho viene a ser una asimilación de la enseñanza evangélica: “¿Cómo te atreves a decir a tu hermano: Déjame sacarte esa pelusa del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, sácate primero la viga que tienes en el ojo y así verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano” (Mt 7, 3-5).
Así las cosas, un ejemplo de lo que aquí seguimos podemos detectarlo en la edición del diario Público correspondiente al lunes 28 de septiembre de 2009; concretamente en la última página del periódico, o sea, en la contraportada (página 64), en la sección titulada “Visto/dicho/oído”. Así, en la viñeta situada más a la derecha de la página, debajo de la foto del periodista Jordi González, conductor del programa “La Noria” de Telecinco, leemos que algunos desde Público se quejan de que viene a ser completamente incoherente que desde Telecinco lamenten la radical pérdida de valores que afecta a grandes mayorías de jóvenes en España, teniendo en cuenta que desde ese mismo canal televisivo caracterizadamente desenfadado y superficialoide se emiten programas de muy dudosa ejemplaridad moral: “Gran Hermano”, “Hombres, mujeres y viceversa”, incluso “Operación triunfo”.
En principio totalmente de acuerdo con la observación del periódico Público: es como mínimo desconcertante (como mínimo; en verdad es mucho más grave el asunto) que Telecinco ponga el grito en el cielo lamentando la falta de valores entre las actuales generaciones de adolescentes y jóvenes en España, cuando por otro lado fomenta descaradamente la pérdida y ulterior ausencia de esos mismos valores que sorprendentemente echa en falta en los jóvenes actuales, con la emisión de programas como los tres citados y aun de otros propios de la llamada telebasura.
Sin embargo, La Sexta (que es algo así como la versión televisiva del periódico Público, aseguran que ahora más próximo que nunca antes en su corta andadura editorial de tres años, más próximo a los postulados del PSOE gubernamental) también debe entonar su particular mea culpa porque hasta hace apenas unos meses emitía, cierto que en horario casi de madrugada, los viernes y los sábados un programa apologético de la pornografía; ya no recuerdo el título de ese programa, pero ni falta que hace y, sobre todo, no deseo darle publicidad; además, los perspicaces lectores de este artículo seguro que no encontrarán mayor dificultad en reconocer a qué programa me refiero.
Cierto que Telecinco sigue empeñada en ofrecer diversos programas de descaradísima telebasura (en plan “pan y circo para la plebe”); La Sexta, no, o no propiamente de la factoría de la telebasura, aunque cierto que ofreció hasta no hace mucho ese programa auténticamente infamante y destructivo y nihilista exaltador de la pornografía, en horario no tan tardío ni imposibilitador de la visión del mismo a los adolescentes y jóvenes, pues hoy día es lo más normal del mundo que incluso muchos adolescentes a esa hora vean la tele con gran o total libertad, es decir, sin tutela alguna por parte de sus padres o tutores. De hecho, varios alumnos adolescentes de la ESO (de ambos sexos) a los que di clases en el pasado curso 2008-2009 llegaron a comentarme que veían con frecuencia ese programa de La Sexta. Siendo adolescentes, esto es, inmaduros, personas en formación física y mental y espiritual y cultural, la bazofia pornográfica que veían, pues no se acierta a calibrar…
En fin. Una vez más vuelve a aparecerme como muy claro que el sustrato propiciador de toda esta realidad mediática no es otro, no puede ser otro que el laicismo en su versión más mundanizante y, por ende, más excluyente de Dios.
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