David Delgado * / Artículo de opinión.- El modelo político democrático-burgués europeo, establecido tras la Segunda Guerra Mundial en la Europa occidental, -salvo en países como España, que tardaría aún más de tres décadas en adoptar este régimen-, ofrece aparentemente grandes libertades democráticas con la tan cacareada pluralidad electoral.
Esta concepción burguesa del derecho y las libertades políticas se topa, sin embargo, con grandes contradicciones, limitaciones y trampas que ponen al descubierto la verdadera naturaleza del Estado contemporáneo, que no es otra que la definida hace siglo y medio por Marx y Engels: la violencia organizada de la clase dominante minoritaria frente a la mayoría de los explotados.
Por mucho que se adapte y renueve la forma política que reviste el Estado, su carácter clasista y represor no se ve alterado de ninguna forma en lo esencial, pues la existencia misma del Estado es la demostración de que las contradicciones de clase son irreconciliables.
Y como los comunistas no percibimos la apariencia de la realidad de forma intuitiva, sino que vamos a la raíz de los fenómenos que estudiamos científicamente para extraer conclusiones fundamentadas, advertimos que la emancipación de los trabajadores y su lucha por el socialismo no tiene cabida en los asfixiantes márgenes que consiente la democracia burguesa.
Pero no basta con compartir esta concepción ideológica, que hasta los pequeñoburgueses anticomunistas pueden asumir en teoría. Es en la práctica, en la evolución de la actividad política, de la adopción de la táctica y las estrategias a emprender, donde se comprueba la fidelidad de la línea política que cimenta la acción política de una organización a los principios revolucionarios.
En Europa actualmente, donde el Estado moderno ha “perfeccionado” su máquina represora, y los comunistas corren la seria amenaza de ser criminalizados, ilegalizados y perseguidos -en muchos países ya lo son-, las tendencias fascistas organizadas se sienten confortablemente, tanto en las instituciones parlamentarias como en la calle.
En los parlamentos nacionales ven aumentar progresivamente su presencia. En la calle, tienen derecho a manifestar sus consignas xenófobas, racistas, homófobas e inconstitucionales, protegidos y amparados por las fuerzas represoras estatales, que son las mismas, naturalmente, que luego se dedican a la caza del comunista.
La unidad entre las fuerzas políticas y sociales fascistas, los partidos burgueses neoliberales y socialdemócratas y los cuerpos especiales de represión, es muy estrecha, coexistiendo vínculos personales, económicos y políticos. Como se escucha en multitud de manifestaciones antifascistas, no es extraño encontrarse individuos que sean “nazis de día, de noche policías”.
Al fin y al cabo, el fascismo que sembró el terror durante el siglo XX, con la eliminación física de decenas de millones de personas y la tortura y desaparición de otros cientos de miles, no fue sino la expresión del gran capital financiero e industrial, que precisó de un Estado de excepción total, sin garantías constitucionales de ninguna clase, ni libertades individuales ni políticas, para combatir despiadadamente al movimiento obrero en alza y, más en concreto, la expansión de las ideas y la influencia comunistas tras el triunfo de la revolución rusa.
En España, tras tres décadas de monarquía constitucional y democracia burguesa, si el pueblo canario colonizado, decidiera tomar el camino legítimo de la autodeterminación, el Estado tiene reservado el “derecho constitucional” de emplear al ejército para contener el desarrollo del proceso. Esto es: en las actuales condiciones, a la burguesía española no le interesa ni le conviene un sistema de dominación declaradamente fascista, pero ejerce el poder con elementos propios del franquismo cuando la hegemonía y los intereses de los explotadores puedan ser socavados.
A medida que avanzan las condiciones para que los trabajadores emprendan la revolución, el Estado democrático-burgués se va fascistizando.
Por ello en tiempos de crisis económicas como en el presente, se refuerzan las unidades de choque antidisturbios, crece el seguimiento policial a las organizaciones más combativas y decididas, se difunden y promueven ideas fascistas en el seno de la clase obrera para neutralizarla y se intensifica la represión paralelamente al surgimiento de luchas económicas fruto de la lucha de clases, como pudimos constatar recientemente en las brutales agresiones policiales en las movilizaciones del pasado 6 y 7 se septiembre promovidas por el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT).
En Alemania, en los últimos tiempos se han permitido numerosas manifestaciones de organizaciones nazis, mientras se han criminalizado y prohibido otras que denunciaban al fascismo.
El 5 de septiembre se celebró en Dortmund lo que los organizadores conocen como “National Anti-Kriegstag” (día nacional antiguerra), que es una perversión de la iniciativa de los sindicatos en 1957, que conmemoraban el “Anti-Kiegstag” movilizando a las masas bajo el lema: “¡Guerra nunca más, fascismo nunca más!”.
Los actuales organizadores tergiversan los hechos en base a su ideario elogiando la invasión alemana de Polonia iniciada el 1 de septiembre de 1939. Quienes acudieron a protestar contra esa tergiversación nazi fueron reprimidos con gases lacrimógenos y hubo más de 200 detenidos.
No es casual que las manifestaciones fascistas se impulsen en los barrios obreros. El mensaje de que la precariedad y la grave crisis que azota a los trabajadores españoles es “culpa” de los trabajadores extranjeros, es interiorizado por los trabajadores más atrasados y alienados, y los únicos beneficiados son, como no podía ser de otra manera, los capitalistas que alborozados contemplan la fragmentación y rivalidad entre personas que tiene los mismos intereses pero defienden los de otra clase social.
Los comunistas, ante la perspectiva de un futuro en el cual defender la ideología marxista-leninista sea motivo de criminalización, y en el que las democracias burguesas patrocinen las ideas y métodos fascistas, como se han fomentado en Italia, y los reformistas pequeñoburgueses alienten la entelequia de que una transformación democrática y pacífica hacia el socialismo es posible, tenemos que afrontar la responsabilidad ideológica y política de concienciar a los trabajadores de que ante el imperialismo, el colonialismo y el fascismo, la única respuesta posible es la revolución socialista.
(*) David Delgado es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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