Pedro Brenes * / Artículos de opinión.- El domingo, víspera del inicio de la huelga, los trabajadores de la Empresa Municipal de Guaguas de Las Palmas estaban convocados a las once de la noche en las cocheras de El Sebadal. Y según iban llegando se encontraban con que las instalaciones estaban tomadas por los efectivos de una empresa de seguridad privada, contratada por el Ayuntamiento, que les impedía el acceso.
El alcalde Saavedra llevaba varios días intentando desesperadamente enfrentar a los guagüeros con los ciudadanos de la capital. En su estado de nerviosismo por la inminencia del comienzo de la huelga indefinida y alarmado por la perspectiva de la coincidencia del paro de las guaguas con la manifestación convocada por las asociaciones de vecinos contra la privatización del servicio y la supresión de líneas, acusaba a los trabajadores de “ir contra los pobres que no tienen coche”.
Y, en el más puro estilo franquista, el concejal González Dumpiérrez, organizaba reuniones informativas con los vecinos para advertirles de que tuvieran cuidado porque “detrás de las protestas y movilizaciones contra la privatización de guaguas estaban los comunistas”.
Cuando llegó la hora anunciada para la reunión previa al inicio de la huelga, toda la plantilla de la empresa estaba reunida a la intemperie del polígono industrial y allí, en plena calle, la Asamblea se ratificó en el carácter indefinido del paro decidido el 9 de Febrero, a pesar de las posiciones entreguistas del Comité de empresa y en contra de la política de Feluco y su gente de perder tiempo y de dar ventaja a los privatizadores municipales.
Con la habitual complicidad de la “autoridad laboral”, el Ayuntamiento había fijado unos abusivos servicios mínimos de más del treinta por ciento. Sin embargo el seguimiento de la huelga alcanzó a la totalidad de la plantilla, lo que atestigua el alto nivel de conciencia y la extraordinaria capacidad de lucha de este colectivo, lamentablemente mal representado todavía por un Comité claudicante y peor asesorado por un “laboralista” exclusivamente preocupado por “evitar un conflicto social”.
A las doce de la noche empezó la huelga. Y no habían pasado veinticuatro horas cuando Saavedra se vio obligado, ante la firmeza de los trabajadores y el apoyo decidido de los ciudadanos, a avenirse a un acuerdo y un compromiso de no privatización y de reposición de los servicios suprimidos.
Se demostró de esta manera que la huelga indefinida y el apoyo de los vecinos, que habían convocado la manifestación para tres días después del inicio del paro, era una combinación que el alcalde no podía resistir. Habría bastado entonces con advertir claramente al Ayuntamiento de que cualquier intento de volver a poner en marcha el proceso de privatización, o el menor gesto de mover un sólo papel en ese sentido, llevaría a la reanudación inmediata de la huelga y a la movilización de los ciudadanos, para neutralizar la maniobra de Saavedra y su banda y ganar definitivamente la batalla, asegurando el mantenimiento del carácter totalmente público de la empresa municipal.
Pero el Comité de Empresa no hizo nada de esto. Por el contrario, Feluco y sus incondicionales iniciaron inmediatamente una campaña contra la huelga indefinida. Decían, en público y en privado, que sólo podían esperarse grandes males e innumerables desgracias de esa forma de lucha. Habrá muchos despidos, aseguraban para meter miedo. Y repetían una y otra vez que, en realidad, se trataba de una maniobra del Ayuntamiento para tender una trampa a los trabajadores y adoptar represalias contra ellos.
Por supuesto no convocaron a la Asamblea, pues había que evitar a toda costa que, tal como había sucedido en la del 9 de Febrero, los representantes de la línea combativa y luchadora dentro del colectivo de guagüeros tuvieran la oportunidad de defender la continuación de la huelga indefinida, en el caso más que probable del incumplimiento de los compromisos municipales.
La campaña del Comité de Feluco llegó al extremo de declarar públicamente y ante el mismo alcalde que “no vamos a hacer huelga indefinida”.
¿Cómo se explica que durante varios meses el Comité mantuviera una política de desmoralización y desmovilización de los trabajadores, renegando de la única arma que se había mostrado efectiva y capaz de llevar a la victoria completa en la batalla contra la privatización?
La respuesta es evidente: Feluco no quería ganar esa batalla. El Comité llevó, de forma consciente e intencionada, al fracaso y a la derrota al colectivo de trabajadores cuyos intereses dice representar. Y traicionó también a los ciudadanos que los apoyaron y que defendieron la propiedad pública del servicio de guaguas de Las Palmas.
De esta manera se explica también el que en ningún momento se hayan planteado siquiera la posibilidad de dimitir. Deben asegurar, desde sus puestos de delegados sindicales inamovibles, que la privatización sea irreversible.
Ahora cada uno deberá sacar sus propias conclusiones. ¿Porqué el Comité prefirió el fracaso y la derrota cuando tenía al alcance de la mano la victoria contra los privatizadores? ¿Bajo qué clase de influencias y asesoramientos actúa? ¿Hasta qué punto está condicionado y comprometido por los acuerdos electorales, que ellos mismos admiten, con el PSOE?
Lo que viene a continuación es la negociación del Convenio Colectivo. Y, por supuesto, el Comité de Feluco ha descartado la huelga indefinida como medio de presión. Cualquier cosa antes que ir a la huelga, esa peligrosa trampa en la que el avispado Comité evitará que caigan los trabajadores. Y ya circulan rumores sobre furtivos contactos entre Feluco y la dirección de Global para evitar, a cualquier precio, indeseados “conflictos sociales”.
(*) Pedro Brenes es Secretario General del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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