Samir Delgado * / Artículos de opinión.- Tafuriaste (El Pasado oculto de un polígono industrial).
“Estos puentes están jechos de lata”
Campesino de La Orotava
Todo el mundo en la isla conoce perfectamente por intuición visual el moderno Polígono industrial de San Jerónimo en el norte de Tenerife. Este enclave comercial representa como ninguno estos tiempos del shopping en las grandes superficies y las novedosas ofertas recreativas de cada weekend en el municipio orotavense, que es casi el último reducto autóctono, por decirlo de una forma vaga, antes de adentrarnos en la movida turística internacional del Puerto de La Cruz ya para la posteridad identificado por el exotismo banal del anagrama del Loro Parque.
En las inmediaciones de la antigua iglesia que da nombre a este emplazamiento repleto de naves empresariales en la zona de Las Arenas, podemos apreciar un lugar emblemático que es transitado por el cruce de unos puentes hechos de lata sobre la autopista del norte. Una circunvalación que reproduce un verdadero quebradero de cabeza para miles de trabajadores cada lunes por la mañana.
Quien pase por allí podrá encontrar, a un lado, el montaje publicitado de “Pueblo Chico”, con todas las reliquias arquitectónicas de la isla tinerfeña miniaturizadas para el regocijo fotográfico de los visitantes europeos con intriga aventurera, y al otro lado de la orilla, un laberinto de calles austeras con nombres significativos que recuerdan el pasado agrícola ya perdido por la hecatombe económica de un sin fin de empresas del sector servicios, que centran su actividad económica en la venta de coches mayoritariamente, lavanderías de alto rendimiento para los hoteles, pequeñas empresas de serigrafía empeñadas en el universo publicitario y un nutrido nido de pequeñas empresas minoristas vinculadas a todo tipo de historias que mal llevan el negocio a la sombra del gigante económico de Alcampo La Villa, otro paradigma híbrido de especulación que ha llevado a la quiebra a muchas familias canarias dedicadas a los oficios tradicionales y que han sucumbido por la bestial maquinaria agroalimentaria de la multinacional francesa.
Ante este paisaje empichado por la modernidad más tétrica, los transeúntes encontrarán el espejismo de unos jardines con riego automático bastante mimados por el consistorio municipal y los típicos parkings en batería que ocupan masivamente toda el área urbanizada. Y es aquí mismo, donde se encuentra el pasado oculto del polígono, a la vista de los más viejos resulta fácil detectar la depresión de los barrancos de Siete Ojos y de las Arenas, rodeados en general por la estampa costumbrista de las plataneras y algunas fincas privadas con pleno rendimiento en la actividad hortofrutícola. También suelen quedar a la vista los tractores de turno desmontando nuevas parcelas de ampliación que colgarán los carteles de compra y venta durante los largos meses de verano, a la espera de que algún atrevido foráneo invierta su capital en el fantasmagórico parque industrial.
Solamente en el remanso de los horarios más tempraneros, cuando todavía los negocios no han abierto sus puertas y el estrépito de la autopista apenas es perceptible, cabe la posibilidad de contemplar la atmósfera casi mágica en los vericuetos del barranco Tafuriaste, con una pareja de cernícalos inaugurando el amanecer y los rebaños de cabras custodiados por los últimos pastores de Taoro, que por su persistencia no han desfallecido todavía bajo la globalización del olvido y preservan milagrosamente la tradición del mundo rural para la salvaguarda de un futuro personificado en el sabroso beletén que muchos jóvenes de hoy hemos sustituido brutalmente por el desayuno industrial del colacao.
(Escritos del cibercafé II)
Samir Delgado
www.samirdelgado.org
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