Francisco León (*) / Artículos de opinión.- Una relampagueante visita a mi barrio natal de la Playa de San Marcos, en Icod, ha bastado para hundirme una vez más en algunas de mis viejas disquisiciones: la inmoralidad del mal gusto y la lógica aplastante del beneficio. Contemplando la situación de este paisaje litoral, uno piensa como un atolondrado: «extremos a los que hemos llegado». En mi último paseo por San Marcos pude echarle un vistazo a la última obrita concejil en pago del manojo de votos favorables en las municipales pasadas: una fuente rotonda de estética estalinista y una cascada de aguas en diseño infantil. Creo que es la quinta vez que los lumbreras del Ayuntamiento transforman la rotonda en cuestión y la enésima que le meten mano a la ridícula rambla peatonal. El mal gusto es una fuente inagotable.
El espejismo venenoso que en los 80 los progresistas post-franquistas llamaron muy a la ligera «progreso» terminó calentando mentes y atiborrando bolsillos de individuos cuya idea de progreso social coincidía con su enriquecimiento personal y sálvese quien pueda. La morralla de tiburones locales que en aquellos años se forraron hasta las nalgas construyendo tres colosales mastodontes de cemento a pie de playa dio el pistoletazo de salida a una carrera codiciosa de construccionismo destructor que sólo puede calificarse de espeluznante. Que en aquellos años existiera o no una ley protectora del litoral en condiciones —ya que ninguna parece seria— exime menos a los políticos que a los alquimistas del hormigón. Nunca he podido dejar de pensar que ambos grupos de entonces y de ahora son los responsables morales de la decadencia de la única bahía digna de ese nombre en toda la vertiente norte de la isla de Tenerife.
Después de los tres edificios intolerables, monumentos vivos al pelotazo, en algún momento de los años 90, a unos próceres icodenses se les ocurrió plantar, otra vez en las entretelas del litoral, un club náutico aberrante que denigró el derecho de los ciudadanos a su dominio sobre la costa. Otra vez fue posible presenciar la connivente mudez y la inmoralidad de los políticos de turno que se frotaban las manos por debajo de la mesa. Con el paso del tiempo no ha quedado piedra por remover en la frágil bahía de San Marcos. Un espacio costero único en el norte de Tenerife que, por sus dimensiones, no daba para más de lo que era. Con la excusa del progreso a machamartillo, las casetas con techos de caña y sabor añejo se sustituyeron por unos mamotretos de cemento deprimentes que, a día de hoy, han sido abandonados. Se eliminó el muellito de piedra, una joya de la arquitectura portuaria tradicional, y se sustituyó por un bloque de hormigón grotesco con ínfulas de puerto.
Mientras tanto y sucesivamente, en el ala oeste de la playa se construyó un dique rectilíneo que cambió las corrientes internas de la bahía con consecuencias nefastas. Años después se suplantó por otro de prismas con forma circular que provocó la muerte de las algas y la fauna de los fondos del entorno. Por último decidieron despejar la zona en un ataque de ecologismo tardío. Ahora los más de 50 prismas adornan el pie del acantilado.
El resultado de todas estas obras, llevadas a cabo en contubernio obsceno con los notables filósofos icodenses es el actual San Marcos: un monumento a la inmoralidad cuya simple visión produce náuseas.
La coqueta bahía, con sus aguas cristalinas y roquedos brillantes, con su muellito de basaltos pulidos y sus viejas casetas en las que la comida, ya sólo puede disfrutarse a través de fotografías viejas. Todo aquel encanto vendido y arruinado para siempre es la heredad que hemos recibido de nuestros Arencibias, nuestros Quinteros, nuestros Cheos y nuestros Diegos. La lógica tiburonera del cemento y de sus correveidiles políticos escasas veces se corresponde con el sueño de la responsabilidad, la prudencia y la conservación.
A menudo, cuando visito el lugar, me pregunto por la situación física que tendría San Marcos en una ilusoria ausencia de alcaldes y concejales, y bajo el poder y el arbitrio del pueblo. Imagino con tristeza que tal vez la bahía y sus aledaños naturales habrían desaparecido mucho antes. Pero justo por eso, porque alcaldes y concejales deben ser los que hagan respetar el espacio en que vivimos, el escándalo cometido en San Marcos es doblemente desgarrador y sangrante.
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(*) Francisco León. (Canarias, 1970) ha publicado los siguientes libros «Cartografía» (Calima, 1999), «Tiempo entero» (Calima, 2002), «Ocho pajazzadas para Salomé» (CM de MC, 1999), «Ábaco» (Artemisa, 2005), «Terraria» (La Garúa, 2006), libro de prosas con el que obtuvo el I Premio Internacional de Poesía Màrius Sampere, y «Dos mundos» (Signos, Huerga y Fierro, 2007). Su novela «Carta para una señorita griega» ha sido recientemente publicada por la editorial Artemisa Ediciones. Fue editor literario de las antologías de poesía «La otra joven poesía española» (Igitur, 2003) y «El sueño de las islas» (Ediciones Idea, 2003). Su obra ha sido incluida en antologías como «Poesía pasión. Doce jóvenes poetas españoles» (2004) y «Campo abierto. Antología del poema en prosa 1990-2005» (DVD, 2005). Sitios web: El ábaco y los días y Espacio de Arte Jun.
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