Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- ¿Tienen los miembros de un partido comunista derecho a hablar como comunistas? Por supuesto que sí. Esto no se discute en ninguna parte del mundo. Salvo en Canarias. Se llega al extremo de que quienes no militan en ninguna organización, o son miembros de un partido que no se reconoce comunista, e incluso quienes han pedido el voto para el PSOE en recientes elecciones, niegan a los militantes comunistas organizados hasta el derecho a ser comunistas. La razón que alegan: que ellos tienen más “antigüedad” como “comunistas” (?), con más “prestigio”. Esto es, con más pedigrí.
Más allá de la totorotada que semejantes afirmaciones suponen (y que no merecerían ni un minuto de tiempo), lo que se esconde es una realidad social y política que sí debe tenerse en cuenta. El proletariado canario (esto es, las asalariadas y asalariados) constituyen hoy el 90% de la población activa del Archipiélago. Pero este fenómeno es muy reciente, y se ha producido en apenas cuarenta años. Nuestra clase obrera es, a efectos prácticos, una clase bisoña, formada al aluvión desde el campesinado, al calor del boom turístico y de la construcción.
En esos cuarenta años se ha duplicado la población en Canarias. Se ha abandonado radicalmente la agricultura. La población rural se ha abalanzado sobre las ciudades y los municipios turísticos. Llegaban a buscarse la vida, cada cual por su cuenta, arrastrando las tendencias individualistas y reacias a la organización del campesinado. Y con los lazos históricos con la ahora su clase destruidos por la implacable represión del fascismo.
De esta manera, era inevitable que la dirección de los pequeños grupos de izquierda que fueron surgiendo estuviera siempre en manos de quienes tenían disponibilidad, tiempo, formación cultural y recursos. Principalmente los abogados laboralistas, cuyos despachos eran la principal “organización” –es un decir– de esta incipiente clase obrera. No es de extrañar que todos los dirigentes de los partidos de izquierda provinieran, por lo tanto, no de la propia clase obrera, sino de la burguesía (más grande o más pequeña).
Dentro de estos partidos, los burgueses y pequeñoburgueses eran siempre o los líderes o los “independientes”. Es decir, bien los “cerebros pensantes” que decidían, hacían y deshacían a su antojo, bien los “compañeros de viaje”, siempre influyentes y prestos a ocupar cargos y canonjías públicas, pero demasiado delicados para soportar la disciplina partidaria o el trabajo duro. Se reproducía así la división entre trabajo intelectual (los burgueses) y trabajo manual (los obreros).
Con el añadido de que, a fin de cuentas, todos esos dirigentes de apellidos ilustres provenían de un reducido número de familias y habían compartido colegios y salones de la “sociedad”. Entre ellos se podían odiar a muerte pero, al fin y al cabo, se trataba de un círculo de “notables” y sus fieles escuderos. Y perro no come perro. Cierto que el origen de clase no lo es todo, pero tampoco es un asunto baladí, sobre todo cuando se manifiesta de forma tan absoluta. Lo más grave es que, hasta ahora, no fuera promocionado ni surgiera un solo dirigente obrero, lo que dice mucho al respecto.
Tampoco es de extrañar que esto ocurra, cuando no se organiza, planifica y se pone decididamente en marcha la formación de nuevos cuadros y dirigentes. La formación ha sido algo de lo que se ha venido hablando eternamente en la izquierda canaria. ¿Quién va a oponerse abiertamente a ella? Pero lo cierto es –y por sus hechos los conocemos– que, en la práctica, siempre se la boicotea.
Claro que formar a la militancia, y especialmente a la militancia obrera, plantea dos problemas. Por un lado, “nuestros” eternos dirigentes corren el peligro de que surjan nuevos líderes que se atrevan a cuestionarlos. Y por otro, formar cuadros obliga, primero, a formarse uno mismo. Ya no basta con las cuatro cosas mal aprendidas y ciertas dotes oratorias. Y, oiga compañero, eso de estudiar cansa mucho. Vale más hacer “de su mano” a un puñado de sindicalistas clientelares que siempre tengan claro la superioridad de Don Fulano o Don Mengano.
Consecuentemente, no ha existido tampoco un debate de ideas potente en Canarias. Las pocas “elaboraciones” han sido plagios descarados de más que cuestionables documentos foráneos, que poco tenían que ver con nuestra realidad. Dado que, más allá de la verborrea de profesor universitario o de leguleyo, no hay una rigurosa capacidad para el debate de ideas –porque se carece de ideas o, al menos, de ideas científicas sólidamente fundamentadas– las discusiones abiertas siempre han sido sustituidas por las maledicencias por la espalda, por las calumnias personales y por la intoxicación más miserable. Si el discrepante es un “don nadie”, añadan a eso un espeso desprecio de clase.
Por eso, ni esos dirigentes ni las mediocridades educadas en la misma vieja escuela, están acostumbrados a que se les critique políticamente. A que se les retrate como pequeñoburgueses, término científico que consideran un insulto. Que unos simples proletarios se atrevan a cuestionar sus posiciones: “¿pero qué se han creído éstos?”. Que no se respeten ni las “trayectorias” ni los apellidos de ringo-rango. Que aparezca una “siniestrona” (sic) que les ponga en evidencia. Hasta ahí podíamos llegar.
En el PRCC tenemos más que claro que no somos el único partido comunista de Canarias. Precisamente por eso, conscientes de que ha de ser, necesariamente, un proceso largo y laborioso, apostamos decididamente por la unificación de los comunistas canarios. Pero para lograr ese objetivo, y para conseguir una potente organización de la clase obrera canaria, estos comunistas vamos a seguir usando el arma de la reflexión y de la crítica, del debate de ideas y de la lucha contra las posiciones que consideramos perniciosas para nuestra clase y para el avance al socialismo y al comunismo.
Estamos dispuestos a discutir y a considerar sincera y abiertamente los errores que podamos cometer. Pero no a achantarnos. No a callar y tragar con ruedas de molino, por mucha “tradición” que desgraciadamente hayan adquirido. No a un “respeto” consistente en la claudicación ideológica y política. Tal claudicación es ajena a la naturaleza misma de cualquier comunista que se precie de serlo.
Afirmaba Schiller que “contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”. Nosotros no somos dioses. Somos simples mortales, pero no renunciamos a erradicar a la estupidez del escenario político canario. Y a que, como diría Benedetti, el tiempo nuevo –el tiempo de que la clase obrera canaria tome en sus manos la dirección de su propio destino– le falte al tiempo el respeto. Ya se sabe: los “descamisados” somos gente empecinada.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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