Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- El desarrollo de lo que primero se llamó Mercado Común Europeo, luego Comunidad Económica Europea y ahora Unión Europea (UE), obligó a la oligarquía española a deshacerse de las viejas formas del fascismo. El diseño de ese lavado de cara del poder capitalista en el Estado español es lo que se ha dado en denominar la “transición española”, que se presenta como modélica. Uno de los objetivos centrales de esta operación política era adecentar la fachada para la integración en la alianza imperialista europea.
Esta “unión”, auténtico consejo de administración de las grandes corporaciones financieras e industriales multinacionales radicadas en el viejo continente, también necesitaba una máscara democrática con que vender la feroz realización de sus designios. Había que vestir el santo. Y la Europa que siempre había estado sumida en los odios más feroces, en las disputas por los territorios y en las guerras más cruentas de la historia humana, esa Europa que colonizó, esclavizó, saqueó y cometió toda clase de crímenes y genocidios, se nos vende como un “remanso de paz” y un “ideal democrático”.
Esta beatífica UE desarrolla una política dura de expansionismo político, económico y militar. Destruye Estados enteros, como Yugoslavia, para hacerse con mercados e incrementar su poderío. Sirve de maquinaria para que las potencias centrales europeas impongan condiciones leoninas a los países más débiles de la propia Europa, a los que obliga a reducir las producciones agrícolas y a consumir los excedentes de aquellas. En colonias como Guadalupe, Martinica o Canarias, fortalecen los mecanismos de saqueo hasta límites insoportables, exportándonos déficit, paro y pobreza.
Precisamente en nuestro país, Europa ha supuesto el desmantelamiento de nuestra agricultura, de nuestra ganadería de nuestra pesca, de nuestra pequeña pero importante industria de transformación agroalimentaria. Ha puesto la distribución de alimentos y productos de primera necesidad en manos de grandes holdings europeos. Garantiza que no podamos poner barreras a la penetración ventajista e incontrolada de sus multinacionales. Que los tour operadores sigan llevándose la inmensa mayoría de los recursos generados en Canarias por el trabajo de nuestra gente. Que nuestra economía sea cada vez más dependiente e insostenible, más vulnerable a las crisis del capitalismo. Y todo a cambio de unas migajas en forma de subvenciones a repartir entre los potentados de las burguesía criolla y española, en realidad una minúscula fracción de lo que se llevan del Archipiélago.
Para darle un aspecto democrático al cartel del imperialismo europeo, se inventaron un supuesto Parlamento Europeo, con su ceremonia de elección de eurodiputados y todo. Pero para evitar que, por lazos del demonio, las cosas se les pudieran ir de las manos, diseñaron esa institución sin poder real. No elige al gobierno europeo, esto es, a la Comisión Europea. Mucho menos revocarla. Solo puede legislar en asuntos periféricos de menor importancia, siempre y cuando no se oponga a sus “directivas” el Consejo de Ministros de la Unión y la propia CE, que es quién tiene el poder legislativo en los asuntos esenciales (y con especial avaricia los económicos y militares). Ni tan siquiera mantienen la formalidad “división de poderes” del ideario burgués.
Y ahora nos piden que votemos. Que con nuestro voto legitimemos todo este entramado. Que santifiquemos la democracia burguesa eligiendo quién gestiona mejor los intereses del imperialismo europeo. Que digamos cual de las candidaturas nos parece más “atractiva”. O menos mala. Pero son ellos los que dan el dinero y la publicidad a las que son de su agrado. Nos piden que hagamos un acto de fe, que simulemos que esto es un proceso democrático. Un habla pueblo, habla, que ya decidirán los de siempre. Votemos lo que votemos, nada va a cambiar: ni sus intereses, ni sus políticas, ni su explotación. Y, desde luego, ni soñar con que votando cambie ni un ápice la situación de control férreo de las colonias.
Podemos hacer ver que nos lo creemos. Hacerles de comparsa (o de comparsa muy radical). Imaginarnos que somos “europeos”. Contribuir al montaje. Hacer de figurantes en su obra de teatro. Ser el coro que aplaude la musiquita “democrática” que no nos deja oír el lamento de las víctimas del imperialismo y el colonialismo europeos. Jugar a ser ricos, a ser blancos, a no poner en peligro sus cuentas de resultados.
O podemos empezar a decirles en la cara que no nos creemos sus podridas mentiras, su podrida democracia burguesa, su mascarada electoral. Meterles el miedo en el cuerpo comprobando que la inmensa mayoría no traga con ruedas de molinos. Que aún se sostiene la llama de la razón y de la inteligencia frente a toda su manipulación y su propaganda. Que aún tenemos dignidad.
Y que, precisamente por eso, estamos dispuestos a botarlos, pero no a votarles.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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