Pedro Brenes * / Artículos de opinión.- La reunión en Londres de los gobernantes de dos docenas de países que reunen en total más del 70% del PIB mundial, no ha resuelto ninguno de los grandes problemas del comercio internacional.
No ha decidido normas obligatorias ni implementado medidas eficaces para atajar la anarquía especulativa financiera de los fraudes piramidales, a la que pudorosamente llaman “desrregulación de los mercados”, más allá de vagas promesas de buscar la “estabilidad” del sistema bancario.
Tampoco ha podido terminar con el escándalo de los paraísos fiscales en los que se refugia, según cálculos del FMI, el 20% de toda la riqueza privada mundial, más allá de ingenuas amenazas y de ridículas listas negras y grises. Estos auténticos paraísos para los multimillonarios, los bancos y las grandes empresas imperialistas y donde se esconden los inmensos superbeneficios de los especuladores que han hundido la economía mundial en la crisis, siguen siendo, a pesar de las payasadas de Sarkosy, tolerados por los gobiernos al servicio de esas mismas empresas y de esos mismos tramposos financieros.
Pero, lo más importante de todo, la creación de una divisa internacional supraestatal (es decir no controlada en exclusiva por el Banco emisor de ningún Estado) ni siquiera ha aparecido en las triunfales ruedas de prensa de Brown y Obama, Sarkosy y Merkel, los grandes “líderes” del bandolerismo financiero y de la crisis económica.
La exigencia creciente de las nuevas potencias económicas mundiales encabezadas por China, de sustituir el desprestigiado dólar por, al menos, una cesta o combinación de divisas como nuevo medio de pago del comercio internacional ha sido ignorada, lógicamente, por los Estados Unidos, su principal beneficiario, pero tampoco ha encontrado eco favorable en los Estados europeos que, en casi todo y a pesar de algún gesto para la galería, siguen la proverbial política de servilismo hacia el imperialismo norteamericano de las oligarquías y sus gobiernos.
En las últimas décadas el extraordinario desarrollo de los transportes, con un aumento revolucionario en la cantidad y la calidad de los medios terrestres, marítimos y aéreos, y un perfeccionamiento decisivo de la gestión y organización del movimiento mundial de mercancías, unido a la ampliación espectacular de la red mundial de comunicaciones telefónicas por cable y espaciales que, a partir de su digitalización e informatización se ha convertido en la omnipresente Internet, ha permitido una enorme expansión de los intercambios comerciales internacionales.
Sin embargo, el comercio internacional justo y equilibrado que beneficie a todos los países necesita también para su funcionamiento fluido y eficiente, de medios de pago y de gestión financiera y crediticia a la altura, desde el punto de vista técnico y también ético y político, de la enorme importancia que para la economía y el desarrollo social de todos los pueblos tiene la formación de un mercado mundial equitativo y solidario.
Un mercado mundial que, en lugar de basarse en los principios imperialistas de la imposición de precios injustos, chantaje crediticio y extracción de la mayor y más rápida plusvalía capitalista, se fundamente en los nuevos ideales democráticos del comercio justo, la protección del medio ambiente natural y la ayuda solidaria a los países más débiles para que se recuperen de su atraso económico y tecnológico.
Pero el desarrollo del comercio entre las naciones se ve obstaculizado por la necesidad de utilizar como medio de cambio al dólar norteamericano que, sobre todo después de la declaración en los años setenta de su no convertibilidad en oro, ha permitido durante mucho tiempo al gobierno de los Estados Unidos sufragar su extraordinario nivel de consumo y financiar sus astronómicos gastos militares por el sencillo procedimiento de imprimir papel moneda.
Pero ahora, agotado el modelo imperialista y hundidos en la crisis del desempleo y el descenso del consumo y de la producción, el dólar amenaza con la brusca devaluación que llevaría al comercio internacional a la inflación incontrolada y a la pérdida de valor de las reservas de divisas de muchos países que lo han atesorado como garantía para la fluidez y la expansión de sus relaciones comerciales.
En cualquier caso, la negativa a reformar el sistema monetario actual no puede evitar la aparición de nuevos medios de cambio que, progresivamente, van sustituyendo al dólar. En realidad el declive del dólar como moneda mundial empezó ya hace diez años con la creación del euro. Y, siguiendo su ejemplo, se prepara ya la creación de una moneda regional latinoamericana que permitirá a los países integrados en la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) librarse del dólar para sus intercambios comerciales.
Otra forma transitoria de evitar los riesgos de utilizar la divisa norteamericana a la que los economistas empiezan ya a denominar “moneda chatarra”, es el intercambio de monedas nacionales, fijando normas de equivalencia con un conjunto de divisis internacionales y con el valor del oro, entre los Bancos emisores de dos o más países, como ya han hecho Argentina y China, y se disponen a negociar las economías más importantes de Asia oriental.
(*) Pedro Brenes es miembro del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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