Rubens Ascanio Gómez * / Artículos de opinión.- Una de las grandes fortunas que he tenido en la vida es la de estar acompañado por mujeres. En mi familia, en la Universidad y en mi participación política ha estado muy presente la mujer, algo que creo que me ha ayudado a entender el mundo de otra manera y me ha influido positivamente. Esas mujeres son para mi personas admirables y valientes que cada día me asombran un poco más (aunque a veces uno no se lo diga tanto como debiera).
Hoy, fruto de esas enseñanzas, me he emocionado mucho con la manifestación de mujeres afganas que en la capital de su País protestan y luchan contra una ley aprobada recientemente que, de facto, permite al marido las violaciones en el seno de la familia y ser convertidas en un objeto sexual a la orden del marido. Que estas doscientas mujeres hayan salido a las calles de Kabul, aguantando insultos, amenazas y pedradas procedentes de hombres furibundos, que creen que la mujer es un ser inferior, es una señal de esperanza, de que aún en las peores condiciones hay gente capaz de dar la cara por sus derechos. Me duele profundamente que ningún hombre les acompañara, ningún marido, novio, hermano, padre o hijo, demuestran una inmensa cobardía.
Hace unos años, todavía las Torres Gemelas marcaban el horizonte de Nueva York, se dedicaron muchos programas y debates a la situación de la mujer en Afganistán, en esa época dos palabras entraron en nuestro vocabulario, burka y talibán. Los Estados Unidos financiaron y formaron durante los años ochenta a los talibanes y otros grupos islamistas en su guerra santa contra el gobierno de afganos comunistas apoyados por la Unión Soviética, en esa época a occidente los burkas y las violaciones eran temas secundarios, que importaban más bien poco en su guerra contra el “poder rojo”.
Una vez caída la Unión Soviética ellos pasaron a ser los protagonistas de una nueva guerra santa y después de la ocupación militar del País por las fuerzas de la OTAN hace ocho años otra vez los derechos de la mujer pasaron a un segundo plano. Por suerte, ahora está cada vez más claro que la consecución de una sociedad mejor conlleva necesariamente los plenos derechos e igualdad para la mujer que ha demostrado ser una de las luchas más duras, largas e importantes que ha afrontado la humanidad en los últimos siglos. Por desgracia, hoy aún, en las oscuras cavernas de mi género, quedan hombres que siguen convencidos de que tienen más derechos que la mujer por llevar algo colgando entre las piernas.
Es lamentable el espectáculo dado por esos hombres en Kabul, igual que lo era cuando ese mismo tipo de hombre agredía a las mujeres que pedían el derecho al voto a principios del siglo XX o a las que protagonizaron la batalla feminista de los años sesenta y setenta. Como persona no puedo dejar de solidarizarme con esas mujeres, al igual que lo hago con aquellas, a veces a unos pocos metros de nuestros hogares, que viven sometidas al régimen de brutalidad y vejaciones de un macho cavernícola. Esa, desde luego, es una de las pocas “especies” que espero que cuando mi hija sea mayor esté oficialmente extinta. Ese macho asesino, ese chulo barato con turbante o sin el es un elemento que debemos de exterminar de este planeta si queremos poder mirarnos al espejo con tranquilidad.
Una de las grandes fortunas que he tenido en la vida es la de estar acompañado por mujeres. En mi familia, en la Universidad y en mi participación política ha estado muy presente la mujer, algo que creo que me ha ayudado a entender el mundo de otra manera y me ha influido positivamente. Esas mujeres son para mi personas admirables y valientes que cada día me asombran un poco más (aunque a veces uno no se lo diga tanto como debiera).
Hoy, fruto de esas enseñanzas, me he emocionado mucho con la manifestación de mujeres afganas que en la capital de su País protestan y luchan contra una ley aprobada recientemente que, de facto, permite al marido las violaciones en el seno de la familia y ser convertidas en un objeto sexual a la orden del marido. Que estas doscientas mujeres hayan salido a las calles de Kabul, aguantando insultos, amenazas y pedradas procedentes de hombres furibundos, que creen que la mujer es un ser inferior, es una señal de esperanza, de que aún en las peores condiciones hay gente capaz de dar la cara por sus derechos. Me duele profundamente que ningún hombre les acompañara, ningún marido, novio, hermano, padre o hijo, demuestran una inmensa cobardía.
Hace unos años, todavía las Torres Gemelas marcaban el horizonte de Nueva York, se dedicaron muchos programas y debates a la situación de la mujer en Afganistán, en esa época dos palabras entraron en nuestro vocabulario, burka y talibán.
Los Estados Unidos financiaron y formaron durante los años ochenta a los talibanes y otros grupos islamistas en su guerra santa contra el gobierno de afganos comunistas apoyados por la Unión Soviética, en esa época a occidente los burkas y las violaciones eran temas secundarios, que importaban más bien poco en su guerra contra el “poder rojo”.
Una vez caída la Unión Soviética ellos pasaron a ser los protagonistas de una nueva guerra santa y después de la ocupación militar del País por las fuerzas de la OTAN hace ocho años otra vez los derechos de la mujer pasaron a un segundo plano.
Por suerte, ahora está cada vez más claro que la consecución de una sociedad mejor conlleva necesariamente los plenos derechos e igualdad para la mujer que ha demostrado ser una de las luchas más duras, largas e importantes que ha afrontado la humanidad en los últimos siglos. Por desgracia, hoy aún, en las oscuras cavernas de mi género, quedan hombres que siguen convencidos de que tienen más derechos que la mujer por llevar algo colgando entre las piernas.
Es lamentable el espectáculo dado por esos hombres en Kabul, igual que lo era cuando ese mismo tipo de hombre agredía a las mujeres que pedían el derecho al voto a principios del siglo XX o a las que protagonizaron la batalla feminista de los años sesenta y setenta.
Como persona no puedo dejar de solidarizarme con esas mujeres, al igual que lo hago con aquellas, a veces a unos pocos metros de nuestros hogares, que viven sometidas al régimen de brutalidad y vejaciones de un macho cavernícola. Esa, desde luego, es una de las pocas “especies” que espero que cuando mi hija sea mayor esté oficialmente extinta.
Ese macho asesino, ese chulo barato con turbante o sin el es un elemento que debemos de exterminar de este planeta si queremos poder mirarnos al espejo con tranquilidad.
* Rubens Ascanio Gómez
Miembro de Alternativa Sí se Puede por Tenerife
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