Agapito de Cruz Franco / Artículos de opinión.- Estos primeros días del frío enero, hará ya cien años del nacimiento de un hombre bueno. Sencillo. Del pueblo. Una persona que paseó su vida a lo largo y ancho de todo el siglo XX. Entre avatares y épocas de paz. Entre años de escasez y días mejores. Fallecido en 2000, había nacido en el seno de una familia humilde en 1909, allá arriba, donde comienza el casco histórico de La Orotava, cerca de la Plza Sta. Catalina, junto al antiguo Camino de los Guanches. Hacía apenas un par de años que había visitado la Villa el Rey Alfonso XIII y su nacimiento coincidía con la explosión del Chinyero, la última erupción volcánica habida en Tenerife y de la que en 2009 celebramos el centenario. Era ese año además, el de la Guerra de Marruecos, aquella última aventura colonial de España, que luego continuarían otros Imperios. De ella llegarían topónimos como El Gurugú, que pasaría a nombrar un lugar popular de la Villa donde hoy se levanta una fuente. Por terminar de situar su nacimiento en el firmamento social de la época, aquél había coincidido con los terribles acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona.
Casado con Guadalupe González Pacheco tendrían 14 hijos, en el marco de un modelo de familia canaria hoy menos habitual. Viviría la mayor parte de su vida en la calle Nueva. Por esa calle que marca fronteras invisibles entre la Villa de Arriba y la Villa de Abajo, transitó durante mucho tiempo un mundo pletórico de hornos y azúcar, de lecheras y latas de agua recogida en los chabocos. De camaradería y anécdotas entrañables, en un ambiente comunitario y familiar que aún hoy aflora en épocas como las alfombras del Corpus de San Juan.
Protagonista silencioso de las Hermandades -esos manuscritos de tiempos pretéritos que pueblan el imaginario colectivo de la religiosidad popular que une pasado presente y futuro-, Don Gumersindo cargaría a lo largo de casi todo el siglo XX, con las andas del Corpus de la Iglesia de la Concepción. Ese recorrido entre adoquines centenarios que ya ha recibido tantos premios y reconocimientos por su arte efímero, y que tiene en personajes como él a uno de sus artífices ignorados. Reales, porque sin ellos no sería posible. Pero tan ocultos tras el rojo granate de las telas que visten las andas, que hacen que la Custodia camine milagrosamente sola por esas calles alfombradas de pétalos, volcanes y leyendas.
Campesino en un Valle verde, trabajó en la platanera, y ayudaría a construir la famosa charca los Ascanio, además de dejar su impronta social en la Plza Franchy Alfaro, comúnmente denominada El Llano y antiguamente sede popular de grandes equipos de baloncesto villeros como San Isidro, Medina-Orotava… De mayor sentía auténtica indignación ante el retroceso de la agricultura en el Valle, dentro de ese proceso transformador de cambio del paso de una sociedad agraria y tradicional a la actual terciarizada y turística. De hecho en sus últimos años, participaba en actividades ecologistas dentro de la labor llevada a cabo por el “Naturaleza y Sociedad” primero y el “Tagoror Ecologista Alternativo(TEA)” y sus Equipos Verdes después.
Tierno y estricto. Hogareño y siempre activo hasta el día de su partida. De un carácter excelente y noble. Imbricado en la historia completa del siglo XX, engarzado en la vida de La Orotava, la suya, fue todo un regalo y un legado de sencillez, humildad, religiosidad y trabajo.
Por eso estas palabras en su memoria de la que ya ha dado fe el cronista orotavense Bruno Alvarez Abreu en su Tertulia Villera (http://tertuliavillera.blogspot.com/2008/10/don-gumersindo-expsito-garca.html) y que te invito a visitar.
Agapito de Cruz Franco
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