Pedro Brenes * / Artículos de opinión.- Después del fracaso de los principales objetivos estratégicos que los Estados Unidos y sus aliados perseguían por medio de las aventuras militares en Afganistán e Irak, la elección de un nuevo presidente que consiguió, durante la campaña electoral, reflejar el profundo descontento y la frustración de la sociedad norteamericana, ha despertado ciertas expectativas de un cambio en la política imperialista.
Desgraciadamente se trata de vanas ilusiones. Obama, una vez conseguida la presidencia y superado ya el trámite del marketing electoral, no puede hacer otra cosa que someterse a los dictados de los verdaderos poderes de los Estados Unidos: las corporaciones financieras multinacionales y la alianza de los militares con la industria de guerra.
Por supuesto que habrá cambios. Obligados por la situación de fracaso y de derrota de los métodos de Bush y por las tremendas consecuencias económicas internas e internacionales que han provocado, el imperialismo debe cambiar rápidamente de imagen y de discurso. Pero, a pesar de todo, sus objetivos de dominio mundial y de hacer retroceder el proceso histórico se mantienen.
Cerrarán la prisión ilegal en Guantánamo, pero “de forma razonable”. Retirarán algunas tropas de Irak, pero “con responsabilidad”. Al mismo tiempo intentarán evitar la derrota completa en Afganistán aumentando sus fuerzas en este país.
No cabe duda de que procurarán, por todos los medios, mantener el cerco militar contra Irán, pues si el primer objetivo estratégico de la guerra era controlar el mercado mundial de petróleo robando el crudo irakí, el segundo consiste en la neutralización de la nueva potencia económica, tecnológica y militar iraní, cuya política antiimperialista y antisionista constituye el mayor obstáculo para el control del Oriente Medio, y para la hegemonía militar y la propia existencia de Israel como Estado fascista y racista.
Los planes imperialistas y sionistas contra Irán incluyen la presión económica y diplomática, el cerco militar desde dos frentes (Irak por el Oeste y Afganistán por el Este) y la amenaza de bombardeos contra instalaciones industriales y militares.
Sin embargo, las condiciones necesarias para atacar a Irán empeoran cada día y las amenazas verbales desde Washington y Tel Aviv sólo consiguieron que el barril de petróleo alcanzara los 150 dólares, ante el riesgo de guerra y bloqueo del Golfo Pérsico y el consiguiente desabastecimiento del mercado mundial.
Por su parte, el gobierno antiimperialista de Irán, lejos de renunciar a su condena de los crímenes y latrocinios de Israel, y de desistir de su apoyo político, financiero y militar a la resistencia palestina y libanesa, perfecciona rápidamente su tecnología y pone a punto sus capacidades no sólo para defenderse de la agresión, sino también para una respuesta firme contra Israel y las bases norteamericanas en la zona, que ya se encuentran al alcance de sus últimos modelos de misiles.
De manera que la “nueva” administración norteamericana se verá obligada a cambiar las formas y los métodos, tanto diplomáticos como militares, para intentar frenar el imparable proceso que llevará pronto a la derrota definitiva y a la retirada ignominiosa (recuérdese Vietnam) de los criminales invasores y los mercenarios asesinos por ellos contratados.
Y todo este desastre ha sido debido al carácter superficial y arrogante de los análisis y los cálculos políticos, económicos y militares de los ignorantes vaqueros de las petroleras de Texas y de los nuevos ricos de Luisiana. Pero Obama y su gobierno no tienen otra alternativa más que intentar mantener sus debilitadas posiciones, porque la retirada total e inmediata condenaría a Israel, su aliado incondicional y gendarme imperialista en la región, a aceptar la única salida justa al conflicto: la formación de un Estado democrático y multicultural en todo el territorio de Palestina.
Atrapados en esta posición, en la que ellos mismos se han metido, y forzados además por la decadencia y la recesión económica, los Estados Unidos ven con impotencia como surgen grandes economías capaces de negarles sus pretensiones de dominio mundial.
Y observan como crecen y se intensifican los intercambios comerciales y la integración y la coordinación económica y política entre los nuevos centros mundiales desde Latinoamérica hasta China, que progresivamente se liberan de la dependencia, hasta ahora fundamental, de las producciones y los mercados comerciales euronorteamericanos.
Probablemente a Obama le corresponda el papel, nada fácil de interpretar, de ser el primer presidente con la misión de gestionar la decadencia de los Estados Unidos como gran y única superpotencia mundial.
Ya empiezan a reconocer públicamente la necesidad, ante los graves apuros económicos del país, de reducir los gastos militares. Se cuestionan, en primer lugar, los grandes costes de la fuerza aérea, lo que ha provocado las iras de los fabricantes aeronáuticos que, como la empresa Boeing, se llevan la parte del león en los presupuestos de Pentágono.
Son conocidos también los problemas para mantener en un nivel aceptable de operatividad la inmensa y envejecida flota naval militar, y las advertencias de los senadores y congresistas de la derecha republicana sobre la amenaza del desarrollo de las marinas rusa y china para el control yanqui de todas las rutas marítimas mundiales.
La inminente quiebra de los tres grandes fabricantes de automóviles y la oleada de despidos que va a ocasionar, y la rápida profundización de la recesión, obligarán al nuevo presidente a retraer recursos de sus enormes gastos militares para desarrollar políticas de inversión pública generadoras de actividad económica y de empleo lo que, paulatinamente y a regañadientes, hará que los halcones enfríen sus ardores bélicos y vayan resignándose a aceptar los cambios históricos inevitables.
Pero los Estados Unidos de América del Norte son un gran país. Y el pueblo trabajador norteamericano, como todos los pueblos del mundo, tiene el suficiente potencial para vencer a sus propias tendencias reaccionarias y convertirse en una nación nueva en un mundo distinto, multilateral y más justo, haciendo su propia aportación al desarrollo ético y civilizado de la Humanidad.
Por eso, frente a los que ya pronostican la catástrofe social e incluso la desmembración del país, nosotros preferimos pensar que las poderosas fuerzas progresistas norteamericanas salvarán a su nación de la ruina económica y la degradación social, enfrentándose con éxito a la podrida oligarquía que, hasta ahora, ha dominado completamente a la sociedad inculcando sus valores primitivos y reaccionarios a extensas capas de la población.
(*) Pedro Brenes es miembro del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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