Agapito de Cruz Franco / Artículos de opinión.- La verdad es que los periódicos debieran estar agradecidos al alcalde de La Orotava Isaac Valencia. Nadie como él para aumentarles las ventas con sus ocurrencias. Algunas más bien babiecadas, por emplear un lenguaje que a él le gusta y a la vez estar en línea con el perfil de Cid Campeador con que nos lo presentaban los medios en el escenario del “Teobaldo Power” de La Orotava a raíz del II Congreso Insular de CC.
Empleada desde España, la expresión “moro” tiene connotaciones racistas. Una sociedad racista y xenófoba, es una sociedad con un gran complejo de inferioridad, que necesita de la desvalorización para neutralizar su miedo a la libertad. Una larga historia de encuentros y desencuentros entre el Magreb y España tienen su plasmación negativa en ese vocablo, que, sin embargo, otros países emplean con total normalidad. Moro o mauro es un epíteto para definir a los habitantes de la Mauritania, una vasta región del antiguo Imperio Romano y de cuyo nombre ha quedado tan solo un país limítrofe con Senegal. En las Islas, tenemos una palabra derivada de mauro o moro, mago, y que atribuimos a la gente sencilla del campo. Gustándole como le gusta a Isaac Valencia vestirse de mago, resulta incomprensible cómo ha podido llegar a afirmar que estamos a merced de que venga un día un mago y nos lleve por delante. A no ser que no dejara de ser una magada, como dijera al referirse al enemigo, que a estas alturas yo ya no acierto a saber quién es.
Los mauros, moros o magos son un pueblo extraordinario. Llamados bereberes, en realidad son el pueblo amazigh, que en su idioma tifinah significa “hombres libres”. No me voy a meter con las razas pero en ese sentido, son una raza alta y esbelta de la que dan fe los primitivos aborígenes isleños, los guanches. Muchos moros son cristianos, empezando por el fundador del Cristianismo, San Agustín, nacido en Argelia. Si analizáramos nuestra lengua, nuestras costumbres y nuestra común historia a lo largo de los dos últimos milenios, podríamos inferir que casi todos somos moros. Y entre todos y como uno más, Saso. De hecho, una cosa son los musulmanes y otra los moros. Como otra son los árabes y otra los musulmanes. Pero en este desencuentro de civilizaciones reunidas en el exabrupto del alcalde de La Orotava, tales matices son imperceptibles. El moro es el otro. Y punto.
Da igual que Isaac salga por peteneras y se enfunde una malla medieval con el estandarte de Isabel y Fernando o coja su fusil y se vaya a hacer la mili a Ifni de manos de aquellos humillados, trasnochados y oxidados militares imperiales que al regresar de Cuba y Filipinas a comienzos del siglo XX la emprendieron a zambombazos en las costas africanas para aumentar su autoestima. Da lo mismo que el alcalde enardezca ahora a sus huestes con la independencia frente al moro invasor como hace dos años hicieran en la capital del Reino tinerfeño los asesores de Miguel Zerolo.
Este lamentable espectáculo en el II Congreso de CC no lo protagonizó Isaac Valencia sino el público que le aplaudía. En parte del público para ser correctos. Él sabe mejor que nadie que no hay más cera que la que arde. Pero todo intento de volver a las andadas de hace 30 años, cuando las AIO, lleva implícito que hoy, que explotar el ser independiente o canario se vuelve confuso, pueda colarse de rondón el estigma de la extrema derecha, agazapada siempre bajo todos los populismos. Incluidos los que explotan la miseria del que llega.
CC tiene un problema en el camino hacia su conversión definitiva en un partido moderno. Por eso Isaac Valencia haría bien rectificando sus desafortunadas expresiones, situando el problema de la inmigración donde él seguramente lo ha querido expresar sin acierto: en la pugna de competencias entre la Administración central y autonómica. No en la sinrazón del lenguaje. Porque no es justo. En primer lugar por La Orotava. Porque la Villa es una ciudad plural y abierta y él el representante institucional de todo el pueblo. En segundo lugar porque el propio Ayuntamiento ha dado ejemplo ante el resto, de solidaridad con los inmigrantes, al ofrecer un centro en La Torrita para acoger a 40 de ellos. La contradicción es manifiesta. Los hechos son los que importan. Las palabras, a veces se las lleva el viento. Sólo a veces.
Agapito de Cruz Franco
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