Pedro Brenes * / Artículos de opinión.- En unos pocos meses, tal como algunos previeron, hemos pasado de la desaceleración a la crisis y, de ésta, a la recesión. Las principales economías imperialistas (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) han ido entrando, una tras otra, en la recesión económica, lo que significa que el PIB de estos Estados ha dejado de crecer y empieza a disminuir el valor total de la producción.
También decíamos hace unos meses que todas las operaciones de ayuda, rescate e inyección de liquidez serían inútiles. Porque la crisis actual, a diferencia de otras anteriores, no responde a un ajuste cíclico de los mercados sino que se trata de la crisis definitiva, por agotamiento del modelo, del sistema imperialista euronorteamericano dominante hasta ahora en el mundo.
Y nadie puede saber cuánto va a durar ni hasta dónde llegarán los efectos de la decadencia y la descomposición del sistema imperialista, que no es más que la fase última del ciclo histórico del capitalismo, cuándo éste pierde todo su impulso de progreso y su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas, y se transforma en un lastre para ese desarrollo y deviene en una economía parasitaria y especulativa, y en un régimen político agresivo, irracional y antidemocrático que llega a poner en peligro, no sólo a la economía mundial, sino a la propia existencia de la sociedad humana en el planeta.
Y tampoco puede nadie saber de antemano qué vendrá después de esta crisis. Pues en este momento todas las opciones están abiertas y nos encontramos en el prólogo de una época de grandes transformaciones económicas y políticas, donde se producirán conflictos y guerras locales, sin descartar una confrontación global. También asistiremos a cambios sociales y revoluciones que, en general, acercarán el momento de la completa desaparición del régimen explotador capitalista en el mundo.
De lo que estamos seguros es de que nunca se podrá volver al sistema imperialista de dominio del capital monopolista euronorteamericano que ha imperado hasta ahora.
Sin embargo, incluso los más lúcidos economistas burgueses, incapaces de concebir y de reconocer la profundidad y las trascendentales consecuencias históricas de los fenómenos económico-políticos que se suceden rápidamente en el mundo, confundiendo la realidad con sus deseos insisten en aplicar la teoría convencional de las crisis cíclicas inevitables en el sistema económico capitalista, y continúan haciendo economía-ficción jugando a las adivinanzas al intentar fijar la fecha del final de crisis, totalmente convencidos de que, superada ésta, todo volverá a la normalidad anterior.
En realidad, ni ellos mismos pueden creerse las piadosas y patéticamente tranquilizadoras mentiras que afirman que la crisis, después de un año (2009) “difícil”, se superará en el primer trimestre del siguiente (2010).
Juegan también, en su desesperación, con formulaciones absurdas como la de llamar a la recesión “crecimiento negativo” rechazando el hecho fundamental de que la recesión consiste precisamente en el cambio radical de la dinámica económica, que de la tendencia al crecimiento más o menos acelerado, pasa a un proceso totalmente diferente en el que la tendencia general es el desempleo masivo y la consiguiente contracción del consumo, la disminución de la producción y la destrucción de las fuerzas productivas.
La recesión económica cuando, como es el caso, se produce no en uno o varios países capitalistas por causas internas o circunstancias nacionales, sino que se desarrolla simultáneamente en todos o casi todos los países que forman parte u orbitan en torno a los centros imperialistas, es el resultado de la puesta en marcha de un ciclo infernal en el que la economía se transforma en antieconomía.
Tómese por ejemplo cómo la entrega de capitales a las empresas en dificultades no se utiliza para consolidar la producción sino para pagar deudas acumuladas y financiar despidos masivos y la paralización de la capacidad productiva de las empresas lo que, en definitiva, no hace más que agravar y profundizar la recesión al disminuir aún más la demanda y reducir el consumo.
En el marco del sistema capitalista, no existe ni puede existir solución a la espiral de la recesión que se autoalimenta por la tendencia de cada empresario capitalista individual a resolver sus problemas a costa de los trabajadores, que cuando no ven directamente destruidos sus puestos de trabajo y son lanzados a las filas del ejército de parados, deben, para evitarlo, aceptar aumentos de jornada y disminución de salarios, pues tal como repite con lágrimas en los ojos en tiempos de crisis cada patrón capitalista: “todos estamos en el mismo barco” o también: “la empresa somos todos”.
Sin embargo, la solución a este gravísimo problema es sencilla y está al alcance de la mano. Basta con someter a control social el sistema financiero, orientar el crédito hacia la inversión pública en infraestructuras de comunicaciones, transportes, viviendas, educación, sanidad y protección social, con el consiguiente e inmediato repunte del empleo, el consumo y la producción que, a su vez, genera más empleo y más consumo. Es decir, invertir la tendencia destructora y antieconómica de la recesión, para recuperar la dinámica del crecimiento económico sano.
Pero para diseñar y desarrollar esta política es imprescindible nacionalizar la banca, lo que significa disponer de una dirección política y de gobierno sensible a las necesidades del pueblo y decidido a enfrentar la resistencia desesperada de los banqueros y los monopolistas que, utilizando todos los recursos del Estado burgués, incluyendo a las fuerzas represoras policiales y al ejército, tratarán de abortar cualquier iniciativa que perjudique sus intereses egoístas y rastreros.
Esta resistencia desesperada de las clases explotadoras, dispuestas a todo para conservar sus privilegios, capaces de provocar la más sangrienta represión contra el pueblo trabajador y sus líderes, y decidida a llegar a la guerra civil si es necesario para evitar las transformaciones revolucionarias en el sistema económico y político, obliga a los trabajadores a preparar material y sicológicamente la insurrección armada de todo el pueblo, que respalde a un gobierno verdaderamente revolucionario y verdaderamente socialista.
(*) Pedro Brenes es miembro del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
Comentarios