Samir Delgado * / Artículos de opinión.- Las protestas sociales en Grecia no parecen declinar con el transcurso de las fechas en un país acostumbrado a racionalizar las visitas masivas a sus monumentos olímpicos. Y es que hasta los dioses tienen que estar encolerizados por las revueltas juveniles sucedidas tras la muerte de un joven a manos de la policía. Tanta algarabía nocturna está poniendo de plena actualidad internacional una confrontación política que ya rebasa las fronteras griegas para tocar de lleno el engranaje que da cuerda al sistema con su crisis económica al alza, poniendo en evidencia el alto nivel de conflictividad social provocada por un aumento de la precariedad laboral y la incertidumbre de cara al futuro que miles de jóvenes griegos atisban en sus carnes a pesar de los cantos de sirena de la Europa del neón.
Algunas ciudades han secundado escalonadamente las muestras de solidaridad y apoyo a la causa de la juventud griega que está protagonizando con solidez encomiable una actividad desestabilizadora para desenmascarar el engañoso orden público tan requerido por la clase política en el poder y una opinión pública que naturalmente ve necesaria la salida de la crisis como una cuestión de supervivencia.
¿Pero que está pasando realmente en Grecia?. No todo se reduce a la rotura de cristales en los escaparates y algunos contenedores de basura, incluso los testimonios de saqueos a comercios parecen desvirtuar la autenticidad de las reivindicaciones antisistema, pero la problemática no se puede quedar en esos titulares de prensa rebuscada. Las protestas multitudinarias mantenidas en las últimas semanas sacan a la luz una sociedad civil movilizada y con capacidad de respuesta, con un amplio sector social hastiado por la inestabilidad económica y un sentimiento de caos que alcanza su plenitud en las imágenes morbosas de confrontación callejera. La mecha prendida fue la muerte por un balazo de un joven pero las condiciones objetivas estaban ya dadas, es muy difícil que bajo la represión sistemática del estado se consiga dinamizar las calles con tanto éxito desde el movimiento sindical y que la juventud se organice para salir de las aulas con beligerancia creativa hacia una comisaría de policía.
Ante los típicos argumentos higiénicos a favor de la normalidad, el retorno de siempre lo mismo y la demanda de vuelta a la tranquilidad supuesta están las pancartas de la izquierda respondiendo clamorosamente a la necesidad de un cambio total, de justicia social y de esperanza en un presente desangrado por los cuatro costados dada la crisis económica global.
No es políticamente correcto lanzar un cóctel molotov, eso está claro y lo saben quienes mandan, por eso la noticia estrella siempre es la gamberrada desenfrenada que tanto gusta exhibir a los medios de comunicación. Pero la verdadera violencia que no suele mostrarse con tanta visibilidad es el decretazo antidemocrático y la corruptela política de las instituciones, las maniobras económicas de las multinacionales que sin haber sido votadas deciden con arbitrariedad el estado del mercado por la imposición lógica de su peso, son ellas quienes no respetan los derechos humanos y tampoco atesoran las virtudes democráticas de la igualdad ante la ley. Tienen toda la arrogancia petulante de los remotos dioses olímpicos que ya entrados en pleno siglo veintiuno parecían habitar cómodamente en un capitalismo que resulta ser el verdadero cóctel molotov para la historia por su peligrosidad nuclear y violencia devastadora a gran escala.
Hace siglos la civilización occidental tuvo sus primeros coletazos con el surgimiento de la filosofía en Grecia, la armonía exquisita de sus esculturas y la democracia de sus ciudades marcaron los pasos decisivos para lo que aún entendemos por lo que es razonable y lo que resulta justo y bello. A día de hoy, la moderna sociedad ateniense parece salir de la oscuridad, ya en su momento promocionaron las maravillas de la ciencia reduciendo a simples juegos de átomos los desmanes mitológicos de Zeus, pero aún siguen manteniendo en su forma de vida uno de los factores que destacaron su personalidad en el pasado y esto parece desprenderse exactamente de las consecuencias generadas por la protesta en la calle: el horror vacui, el miedo al vacío, el pavor ante la nada de una encrucijada económica y social que los jóvenes griegos están resistiendo con sacrificio heroico, en cada convocatoria de manifestación demuestran que otro mundo es posible. Esta es la lección que el capitalismo deberá entender por las buenas o por las malas. Después de millones de años de evolución, hemos descubierto que los cajeros automáticos de los grandes bancos que administran cínicamente la debacle del planeta no valen únicamente para sacar dinero, también sirven para hacer fuego.
Y eso jode mucho a los dioses.
Samir Delgado
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