Agapito de Cruz Franco / Artículos de opinión.- A Antonio el Cura. El año 2008 que termina ha marcado un hito histórico para La Orotava: el cuatrocientos aniversario de la fundación de la Iglesia de San Juan Bautista de El Farrobo. O lo que es lo mismo, del desarrollo urbano y social de su núcleo originario conformado históricamente a través de la ruta de los molinos: “Desde el área de Santa Catalina por el sur y hasta El Mayorazgo de los Franchi por el norte, Las Dehesas comunales por el este y el convento franciscano de San Lorenzo por el oeste”, como explica el historiador Manuel Hernández González. Porque el casco histórico de La Orotava, como la sombra del ciprés, es alargado, y tiene en la Villa de Arriba, unas señas de identidad que se confunden con la religiosidad que durante cuatro siglos se dio cita en su Parroquia.
En la historia de la misma está escrito, entre sus ritos, sus piedras y sus imágenes, el devenir de un pueblo que se ha hecho a sí mismo. Sobre la base de unas sociedades humildes, agrícolas, rurales. Caña de azúcar y viñedos. Artesanos. Tierras de pan y posteriormente cochinilla, papas y plátanos. Religión, economía y sociedad se hallan tan íntimamente unidas en este entorno, que se funden y confunden. El mejor ejemplo de cómo un pueblo al religarse desde sus inicios con la Divinidad, se religó ante todo consigo mismo.
Manuel Hernández González informa que se convierte en parroquia en 1681 tras una lucha por los límites que quedan fijados en la calle Cantillo. Surgen las primeras Hermandades como la del Santísimo. Las Cofradías eran populares, al contrario que las Hermandades, más restringidas y para gente privilegiada.
La Iglesia de San Juan fue un lugar de enterramiento hasta 1830 cuando se crea el cementerio de La Orotava. Sus vecinos son protagonistas en las luchas del siglo XIX entre liberales y absolutistas. Entre las clases bajas y medias de la Villa de Arriba y las acomodadas que vivían en la parte baja de La Orotava. Recuerdo de esta época es la placa: “Plaza de San Juan Bautista y de la Unión” que puede verse en la fachada del Templo.
Su interior es todo un museo. Posee grandes obras de arte como la urna del Santo Entierro con el Señor Muerto, la Virgen del Carmen, la de Los Remedios, el Señor de la Cañita, El Columna, San Juan Evangelista, la Magdalena, las Custodias y las Andas del Corpus, San José y El Niño o los dos Órganos más antiguos de Canarias -siglo XVII- hechos en Hamburgo. Algunas imágenes son consecuencia de las desamortizaciones del siglo XVIII y proceden de conventos como Santo Domingo, San Agustín, San Francisco o las monjas Claras. Otras, resultado de donaciones de emigrantes como Francisco Leonardo La Guerra, Mateo Grillo u Osorio, a caballo entre Cuba y Sevilla. Imágenes elaboradas por artistas como Merino de Cairós, Fernando Estévez, Alonso de la Raya, Luján Pérez, Aurelio Carmona, Betancourt y Castro hermano del portuense Agustín de Betancourt y que hizo su tabernáculo. Posee el único libro que se conserva de cofradías como el de la de Gracia, de los Agustinos, junto a cuadros emblemáticos y un artesonado de madera y su cúpula pintada, dentro de una arquitectura mudéjar con influencias portuguesas.
El Ayuntamiento de La Orotava y la Parroquia han llevado a cabo diferentes actos que no han conseguido dar a la efeméride la importancia debida. Excesivamente centrados en la liturgia unos y con poco peso institucional otros y que apenas han pasado de una publicación “El legado del Farrobo” de Juan Alejandro Lorenzo Lima. Se ha perdido una ocasión en la que la política ha marginado a los investigadores locales y se ha pasado de puntillas sobre la historia. Porque hasta en el almuerzo de clausura del centenario donde se dio cita el barrio, se echó de menos alguna representación del grupo de gobierno y de los otros grupos políticos del Ayuntamiento. Sensación esta de soledad y abandono frente al poder, nada extraño en un entorno poblacional, que se ha caracterizado tantas veces por bregar contra el mismo, o por ser ignorado por el mismo.
Aún así, la importancia social y municipal de San Juan del Farrobo y, por extensión, de la Villa de Arriba de La Orotava, es enorme y de primerísimo orden. Su filosofía comunitaria ha dotado de una impronta especial a este enclave. Hay comunidad en sus celebraciones religiosas y en sus casas humildes de hechura portuguesa. No en vano El Farrobo es un portuguesismo más que denota la influencia de esta cultura en el Valle. Hay un sentimiento comunitario en sus alfombras del Corpus y que no se encuentra en otras. En cada esquina, en cada rendija, en cada rostro. En sus chabocos mudos de agua, en sus viejas y desaparecidas canales, en cada ingenio perdido, en los sitios que a duras penas sobreviven al cemento. En cada uno de esos cuatrocientos años cuyos protagonistas siguen palpitando aún en el corazón mismo de sus calles empedradas y empinadas. Cambian los tiempos, pero las campanas de San Juan siguen tañendo y diciéndonos que aquí, y frente a cualquier forma moderna de aristocracia, sigue viviendo un pueblo que se basta a sí mismo y que lleva en sus genes el alma de los campesinos de antaño.
Agapito de Cruz Franco
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