A. José Farrujia de la Rosa * / Artículos de opinión.- Desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, los distintos autores que se ocuparon del estudio antropológico y arqueológico del mundo guanche insistieron en la procedencia europea (celta) de los primeros pobladores de Canarias. En el presente artículo analizamos el por qué de tal creencia revestida de cientifismo.
El interés por la búsqueda y coleccionismo de restos arqueológicos en Canarias arrancó desde comienzos del siglo XIX. Es sabido que en los años veinte de aquel siglo el tinerfeño Juan de Megliorini y Spínola poseía en su casa una colección de historia natural y diversos objetos de la cultura guanche[1] , entre los que destacaba una momia, que constituía toda una atracción para los viajeros y turistas extranjeros que visitaban la capital tinerfeña por aquellas fechas. En 1840 ya se inauguraba el llamado Museo Casilda, cuya creación había sido emprendida por Sebastián Pérez Yánez, conocido como Sebastián Casilda, un hacendado de Tacoronte que, pese a carecer de estudios, decidió formar una colección integrada por materiales de historia natural, antropología y arqueología de Canarias[2]. Poco después, en 1874, el erudito tinerfeño Anselmo J. Benítez fundaba el Museo Villa Benítez, creado con el fin de exhibir unas muestras de minerales, grabados, objetos artísticos y arqueológicos.
En este contexto aquí descrito, concretamente en septiembre de 1877, se funda en Santa Cruz de Tenerife el Gabinete Científico, una institución que será pieza clave del desarrollo de la Antropología y Arqueología en las Canarias occidentales (Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro), y cuyo principal responsable fue Juan Bethencourt Alfonso (1847-1913).
En el caso de la isla de Gran Canaria, en 1879, un grupo de intelectuales, encabezados por el Dr. Chil y Naranjo (1831-1901), se reunían con el fin de fundar una sociedad científica que sería bautizada con el nombre de El Museo Canario, y que sería inaugurada en 1880. La labor desempeñada por esta corporación ha perdurado, con ciertos altibajos, hasta nuestros días.
La isla de La Palma también contó con su propia corporación científica, la Sociedad La Cosmológica, fundada en 1881. Su aportación al estudio de la cultura indígena fue, no obstante, modesta, pues su gestión no fue más allá del acopio de piezas arqueológicas y antropológicas. En la fundación de la Cosmológica desempeñó un papel importante Antonio Rodríguez López (1836-1901).
Pero pese a que en su tiempo estas primeras colecciones arqueológicas de las distintas islas fueran consideradas como museos, en la medida en que estaban ordenadas para ser visitadas, y pese a albergar entre sus fondos interesantes objetos materiales y restos antropológicos de las poblaciones indígenas canarias, tanto el Museo Casilda como el Museo Villa Benítez, El Gabinete Científico, El Museo Canario o la Sociedad La Cosmológica, no deben considerarse como auténticos museos, sino más bien como simples colecciones de antigüedades y objetos curiosos, reunidos por sus propietarios, por lo general carentes de la mínima formación académica, por un mero afán patriótico de distinción de lo autóctono frente a lo alóctono, aunque sacándose a relucir, en el caso de los restos guanches, sus raíces europeas. Pero, ¿por qué europeas y no africanas?
La influencia francesa
En el ámbito canario no sería hasta la segunda mitad del siglo XIX, y debido al desarrollo de los estudios prehistóricos en Europa occidental y, en parte, a la relación establecida entre la raza de Cro-Magnon y los guanches, cuando la arqueología, como “ciencia de los objetos” y actividad de campo, empezó a despegar. En estos momentos iniciales la arqueología desarrollada en Canarias se vería claramente influenciada por el marco de referencia francés, bien por la participación directa de los autores franceses en las islas, bien por la influencia que muchos de ellos ejercieron sobre los intelectuales canarios, o bien por la formación de algunos de estos en Francia.
Fue en 1868 cuando Luis Lartet descubrió los restos fósiles de Cro-Magnon. Pocos años después, en 1871, Paul Broca advertía que existían semejanzas morfológicas entre unos cráneos canarios de la colección Bouglinval, depositados en la Escuela de Altos Estudios -procedentes de un yacimiento de Barranco Hondo (Tenerife)- y el del hombre de Cro-Magnon. Otro antropólogo francés, Hamy, coincidiría con Broca, lo que llevó a Quatrefages a escribir a Sabin Berthelot (1794-1880), por entonces Cónsul de Francia en Canarias, para que le enviara más material de estudio con el fin de confirmar esta posible relación. Sin embargo, en 1874, y sin haber recibido el material que demandaban los franceses, Quatrefages y Hamy ya publicaban un resumen de su obra Crania ethnica, les crânes des races humaines en el Boletín de la Sociedad Antropológica de París, centrado en el estudio de la distribución de los restos fósiles de Cro-Magnon conocidos hasta la fecha. Los autores señalaron las diferencias que existían entre los neandertales y los cromañones y reconocieron la presencia del tipo Cro-Magnon –cuyo centro principal de población establecieron en la región de la Vézère- en Francia, Holanda, Italia y Tenerife[3]. A pesar ubicar la presencia de esta raza cuaternaria en Canarias, no sería hasta 1877 cuando Berthelot envió a París diez cráneos procedentes de El Hierro y Gran Canaria, razón por la cual hasta entonces no se pudieron definir claramente las esperadas características del Cro-Magnon. Ello propició que Quatrefages encomendara a René Verneau (1852-1938) una investigación exhaustiva, lo que motivó el encargo de su misión científica a Canarias.
El intervencionismo científico francés en Canarias (desarrollado por autores como Sabin Berthelot, René Verneau o César Faidherbe) y el propio contacto científico entablado entre los autores canarios y franceses, propiciaría que la arqueología gala se convirtiera en el modelo a seguir en las islas, tanto desde el punto de vista teórico como metodológico[4]. Téngase en cuenta que Sabin Berthelot vivió en Tenerife durante más de 25 años, llegando a publicar algunos de sus artículos en revistas locales como la Revista de Canarias, a la par que mantuvo un contacto epistolar con los intelectuales canarios de la época. Paralelamente, René Verneau realizó varias estancias científicas en El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, donde estudió el material antropológico y arqueológico allí depositado, publicando algunos de sus trabajos en la Revista de El Museo Canario. Al mismo tiempo, las publicaciones científicas francesas (tanto arqueológicas como antropológicas) gozaron de una amplia difusión en las islas, tal y como se desprende de la bibliografía manejada por los autores canarios.
En conexión con estos contactos científicos aquí referidos, tampoco perdamos de vista que autores canarios como Juan Bethencourt Alfonso y Rosendo García Ramos (1834-1913), habían estado en París, donde visitaron academias y gabinetes, y establecieron relaciones -continuadas epistolarmente después desde las islas- con personalidades científicas de su tiempo, caso de Armand de Quatrefages, Teodore Hamy o Paul Broca. Por su parte, otro autor canario, Gregorio Chil y Naranjo iniciaría su vinculación con los círculos académicos franceses a raíz de sus estudios de medicina en la Universidad de La Sorbona (París), entre 1849 y 1859. Allí conocería a Broca, Quatrefages, Hamy, Gabriel de Mortillet, Paul Topinard o René Verneau, quienes le facilitarían estar al día desde el punto de vista científico. Chil conoció, igualmente, las obras de biólogos como Darwin; de antropólogos físicos como Broca o Mortillet; y de prehistoriadores como Boucher de Perthes o Lubbock; es decir, leyó a todos aquellos autores franceses e ingleses que habían contribuido a difundir los postulados evolucionistas en Europa. De la mano de las referidas amistades francesas acudiría igualmente a los diversos congresos y exposiciones científicas celebradas en Francia, caso de los congresos celebrados en Lille (1874) y Nantes (1875) por la Association française pour l’Avancement des Sciences.
Este panorama aquí descrito propició que en Canarias se asimilaran desde bien temprano los principios de la arqueología paleolítica francesa, de manera que los artefactos se convirtieron en las piezas claves a la hora de explicar la evolución cultural de las islas a partir de la conjunción de las teorías evolucionistas y difusionistas. Ello permite explicar por qué Chil y Naranjo (1876), Millares Torres (1893) o Bethencourt Alfonso (1912) defendieron la existencia del período Neolítico en Canarias a partir de la presencia de útiles pulimentados (fósil director del Neolítico) y de cerámica tosca en el registro arqueológico de las islas, o a partir del trogloditismo de los indígenas canarios. Paralelamente, la firme creencia en el evolucionismo unilineal (conjugado en el caso canario con el difusionismo) llevaría a Chil y Naranjo y a Bethencourt Alfonso a hablar de la existencia de megalitos (dólmenes) en Canarias, emparentados con los del ámbito francés (caso del dolmen de l’Ardeche)[5]. Este mismo marco teórico propició que Chil y Naranjo defendiera la existencia en Canarias de la época del sílex toscamente tallado, equiparando así una de las etapas prehistóricas de las islas con una de las etapas definidas para la prehistoria francesa por Mortillet (la edad de la piedra tallada)[6] .
La aplicación del modelo francés en Canarias contó, no obstante, con algunos problemas metodológicos, en ocasiones derivados de la propia naturaleza específica de los yacimientos y de la realidad arqueológica de las islas. En este sentido, mientras que la definición de las distintas edades de la prehistoria gala se había efectuado a partir de la estratigrafía y de la seriación, en Canarias la realidad fue bien distinta, pues tan sólo se recurrió al artefacto. La escasa entidad estratigráfica de los yacimientos canarios, en comparación con los yacimientos franceses y, sobre todo, la propia incapacidad de los intelectuales canarios para reconocer in situ la existencia de estratigrafías arqueológicas, son los dos principales aspectos que justifican el protagonismo absoluto de las evidencias materiales, y la total ausencia de referencias sobre la existencia de estratigrafías arqueológicas. Consiguientemente, la arqueología canaria decimonónica presentó una importante contradicción interna: los artefactos, a pesar de no contar con una cronología relativa a partir de la estratigrafía, fueron utilizados para definir la secuencia cultural de la prehistoria canaria. La tipología, en este sentido, fue la herramienta metodológica empleada para establecer la diacronía de la prehistoria canaria, pues fueron las diferencias observadas en la forma y tecnología de los artefactos la que permitió clasificarlos en un orden de secuencia, unos anteriores o posteriores a otros.
La tipología, sin embargo, no permitió resolver satisfactoriamente todos los problemas planteados al intentar clasificarse los artefactos dentro de secuencias culturales. Ello fue debido, básicamente, a que la propia uniformidad de la cultura material de los indígenas canarios dificultó en extremo el establecimiento de secuencias tipológicas basadas en la evolución gradual de los tipos de objetos arqueológicos. Ante esta realidad, el grueso de los autores decimonónicos canarios –tal y como ya hemos comentado- habló de la existencia de un sustrato neolítico en las islas, sin llegar a precisar la existencia de más etapas o edades. Este sustrato, según sostuvieron muchos autores, habría permanecido aislado en el Archipiélago a lo largo de miles de años.
Junto a las evidencias artefactuales, la presencia de la raza de Cro-Magnon en el Archipiélago también sería otro de los argumentos esgrimidos por los autores canarios a la hora de abogar por el neolitismo de los indígenas o guanches. Téngase en cuenta que los contactos científicos decimonónicos con el ámbito francés propiciaron que la Antropología canaria, siguiendo la metodología y los principios teóricos de la Antropología física francesa, asumiera plenamente la raciología como la principal vía de cara al estudio de los indígenas. No obstante, mientras que en Francia la parquedad del registro arqueológico hizo que los arqueólogos recurriesen a las conclusiones de los antropólogos físicos, lingüistas y etnólogos, pues partían del supuesto de que la etnología revelaba casi todo lo que deseaban saber acerca de los tiempos prehistóricos; en Canarias la situación fue bien distinta, pues serían la Antropología física y aún las propias fuentes etnohistóricas las que complementarían la información arqueológica.
La europeización de los guanches celtas
La principal consecuencia de este panorama aquí descrito fue, inevitablemente, la adopción de las premisas científicas francesas por los autores canarios y, en consecuencia, el desarrollo de una visión etnocéntrica de los indígenas canarios. Frente a este panorama, sin embargo, la incidencia de la arqueología imperialista alemana en Canarias fue prácticamente nula. Diversos factores influyeron en esta situación: los autores alemanes que recalaron por las islas no entablaron contacto con los intelectuales isleños ni realizaron estancias en las instituciones científicas de las islas (El Museo Canario o El Gabinete Científico). Si a ello unimos la barrera del idioma, pues los intelectuales canarios no hablaban alemán[7], entonces podremos comprender por qué no existieron relaciones científicas entre los ámbitos alemán y canario. Paralelamente, el contacto entre los intelectuales franceses y canarios y la temprana relación entablada entre los guanches y la raza de Cro-Magnon y, consiguientemente, entre las islas y la prehistoria francesa, serían factores que garantizarían el éxito del marco de referencia galo. Y no perdamos de vista, claro está, que la arqueología y la antropología de este período fue respetada porque se había desarrollado en Francia (y también en Inglaterra), el centro del desarrollo político, económico y cultural a nivel mundial de la época. De esta manera, debido a su prestigio, la arqueología del Paleolítico proveería de un modelo para el estudio de la prehistoria pospaleolítica en Europa occidental y, por ende, en Canarias.
El resultado de esta situación aquí descrita fue bien claro: las directrices de la arqueología y de la antropología alemana no tuvieron eco entre los autores canarios. En este sentido, los trabajos de autores como Franz von Löher (1886), Hans Meyer (1896) o Felix von Luschan (1896), pasaron desapercibidos para gran parte de la intelectualidad canaria. Sólo algunos autores canarios se refirieron a ellos, pero de forma marginal y sin desarrollar una lectura crítica de los mismos, realidad ésta claramente condicionada por el desconocimiento del idioma alemán. Consiguientemente, las conclusiones alcanzadas por los autores alemanes sobre la prehistoria canaria no arraigaron en el seno de la intelectualidad canaria. Ello se tradujo, por ejemplo, en el mayor éxito de lo celta y de la raza de Cro-Magnon en la producción científica canaria, frente al escaso protagonismo de la vertiente aria e indoeuropea.
En función del conocimiento científico actual, el primer poblamiento de Canarias se produjo en un momento cronológico relativamente reciente (a partir de mediados del siglo V a.n.e.) y, por consiguiente, no puede relacionarse con las manifestaciones culturales neolíticas argumentadas por los autores del siglo XIX y principios del XX. El foco de procedencia de estas poblaciones se emplaza en el ámbito norteafricano y en relación con poblaciones líbico-bereberes.
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[1] A pesar de que guanche es el nombre indígena con el que se designa a los primitivos habitantes de Tenerife, en el siglo XIX el término fue utilizado para referirse a los primeros pobladores del Archipiélago canario, en sentido genérico.
[2] Tras fallecer Sebastián Casilda en 1868, los fondos de este museo fueron vendidos a un coleccionista argentino y en 1889 salían del puerto de Santa Cruz de Tenerife rumbo a Argentina. Recientemente, en el año 2004, el Museo Arqueológico de Tenerife ha adquirido, procedentes de Argentina, dos de las momias que formaron parte de los referidos fondos.
[3] Los trabajos de Quatrefages y Hamy acabaron convirtiendo en pocos años al tipo de Cro-Magnon en el representante emblemático del hombre de la edad del reno (Paleolítico Superior).
[4] El referido intervencionismo científico propiciaría el desarrollo en Canarias de una arqueología imperialista francesa, claramente condicionada por la expansión colonial francesa en el norte de África y por los intereses franceses en Canarias, que fueron no sólo comerciales sino también geoestratégicos (posición del Archipiélago en conexión con el reparto colonial norteafricano y con la expansión marítima por el Atlántico sur). En este sentido, cabe señalar, por ejemplo, que la concepción acerca de la expansión de la raza de Cro-Magnon a partir del ámbito francés tuvo unos claros matices imperialistas, pues ello implicaba que todas aquellas zonas ocupadas por la referida raza cuaternaria habían sido pobladas, en tiempos pretéritos, por los ancestros de la nación gala.
[5] Contrariamente a la opinión de estos dos autores, en Canarias no se ha documentado arqueológicamente la presencia de dólmenes.
[6] La lectura que Chil hizo de autores como Lubbock o Mortillet le llevaría a introducir en sus Estudios históricos, climáticos y patológicos de las Islas Canarias (1876), conceptos como excavación científica, ciencia prehistórica, fauna terciaria, paleolítico, neolítico o edad de la piedra tallada. Esta labor, pionera en el Archipiélago, permite catalogar la referida obra como el trabajo que marca el inicio de la literatura arqueológica propiamente canaria.
[7] Los repertorios bibliográficos utilizados por los autores canarios decimonónicos son un claro reflejo de ello, pues es constante la ausencia de trabajos escritos en alemán, frente al predominio de los trabajos escritos en francés o inglés. También debemos tener en cuenta que hubo una muy escasa -por no decir nula- circulación de publicaciones alemanas en Canarias, y que muchos de los trabajos alemanes sobre la prehistoria canaria fueron publicados en revistas desconocidas por los intelectuales canarios.
BIBLIOGRAFÍA
BETHENCOURT ALFONSO, Juan: 1999 (1912). Historia del pueblo guanche. Su origen, caracteres etnológicos, históricos y lingüísticos. Tomo I. Francisco Lemus Editor. La Laguna (Tenerife). 3ª edición.
CHIL Y NARANJO, Gregorio: 1876. Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias. Tomo I. D. Isidro Miranda Impresor-Editor. Las Palmas de Gran Canaria.
COYE, Noël: 2004. “La Préhistoire, une science utile”. En: J. Évin (coord.). La Préhistoire en France. 100 ans de découvertes: pp. 4-6. Dossiers d’Archeologie, 296. Dijon.
FARRUJIA DE LA ROSA, A. José: 2004. Ab Initio (1342-1969). Análisis historiográfico y arqueológico del primitivo poblamiento de Canarias. Colección Árbol de la Ciencia, 2. Artemisa Ediciones. Sevilla.
MILLARES TORRES, Agustín: 1977 (1893). Historia General de las Islas Canarias. Tomo I. Edirca. Santa Cruz de Tenerife.
SCHNAPP, Alain: 1999. The discovery of the past. The origins of Archaeology. British Museum Press. Spain.
TRIGGER, Bruce: 1992. Historia del pensamiento arqueológico. Editorial Crítica. Barcelona.
* A. José Farrujia de la Rosa
Sociedad Española de Historia de la Arqueología
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