Cecilia Lavalle / Artículos de opinión.- Con frecuencia las personas jóvenes expresan con claridad meridiana lo que a edades mayores se dice con rodeos kilométricos: “Hacen falta maestros con ganas de enseñar”.
Bloqueos de calles, de carreteras, de escuelas; paro de labores, gritos destemplados, insultos y majaderías a quienes divergen. Eso y más ha sido la cátedra que imparten miles de docentes en distintos puntos del país.
Protestan porque la Alianza por la Educación -una estrategia que busca revertir décadas de anquilosamiento en la materia- afecta intereses creados y privilegios inadmisibles, como la venta o herencia de sus plazas de trabajo.
Sus argumentos, tan absurdos y cínicos, provocan sorpresa, incredulidad y espanto. ¿Esas personas permanecen frente a nuestros hijos e hijas cinco o seis horas diarias? ¿A su cargo está la formación de las jóvenes generaciones de nuestro país?
Protestan, exigen y ponen contra la pared a gobiernos que ha olvidado aquello de “prometo cumplir y hacer cumplir la ley” y que, a cambio, negocian, buscan alianzas y se parapetan en bonitos discursos que, al final del día, sólo muestran lo poco que están dispuestos a gobernar. ¿Cómo creerles que van a combatir el crimen organizado si un puñado de docentes los pone en jaque?
Padres y madres de familia protestan, exigen, el regreso a clases. Ofrecen sus servicios como docentes; se organizan para buscar profesionistas dispuestos a donar horas de su tiempo en las aulas; abren las escuelas o toman los parques para expresarles a sus gobiernos que ahí están para ayudarles a limpiar la casa de la ineficiencia y la corrupción que privan en el magisterio.
Sin embargo, pese a que en la mayoría de los estados en conflicto el movimiento magisterial no tiene un ápice de legitimidad social, los gobiernos siguen negociando la ley con las y los docentes: les pagan salarios íntegros, aunque no hayan trabajado; les ofrecen bonos de retiro y una serie de privilegios de los que no goza casi ninguna persona en nuestro país.
Y en medio de esta comedia del absurdo, me llega la voz de dos jóvenes que con absoluta claridad dicen: La educación en México está en un círculo vicioso, con docentes llenos de amargura que no tienen ganas de enseñar y estudiantes que, sin una motivación para aprender, pierden, no sólo el interés por desarrollarse, sino la auto confianza.
Enrique Lira y Rodrigo Santiago saben de lo que hablan, porque a sus 17 y 18 años han tenido malos docentes y otros, tan buenos, que los prepararon y motivaron para participar el mes pasado en la Olimpíada de Informática, en la que obtuvieron medalla de plata y bronce, respectivamente.
Alumnos de un bachillerato público -del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos número 9, del Instituto Politécnico Nacional- reconocen haber obtenido el premio gracias a sus maestros Martín Ibarra y Félix Orta, quienes no sólo se ocuparon de apoyarles y orientales en complicados procesos matemáticos y de cómputo, sino que trabajaron en su desarrollo integral para que mejoraran otros aspectos de su vida.
Participaron en la Olimpiada con un programa de cómputo creado por ellos mismos que permite optimizar tiempo y recursos. “Para hacerlo más entendible, explica Rodrigo, dame las características de las estaciones del Metro a donde quieres ir y yo te digo cuál es el camino más rápido que puedes usar”.
Ese programa serviría para coordinar los semáforos y mejorar el tráfico, detectar problemas sicológicos a través de videojuegos o para hacer retratos hablados tridimensionales.
Tras competir con jóvenes de otros países dicen que la única diferencia es la falta de apoyo para aterrizar los proyectos. Y Rodrigo sabe bien de eso, pues, aunque recibirá una beca para realizar estudios computacionales, tiene que trabajar para cooperar con el ingreso familiar.
Lo que debería suceder, dice Enrique, es que los que son profesores de verdad quieran serlo y no estén amargados porque eso hace que se pierda el gusto.
A mí me quedó clarísimo ¿Les habrá quedado claro a nuestros gobernantes?
27 septiembre de 2008
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