Un luchador, un amigo / Agustín Mora Valle.- Todavía estoy un poco conmocionado por la tragedia que el pasado miércoles, día 20, sacudió la modorra estival de los españoles. De golpe, nuestra abulia veraniega, nuestra pereza emocional, se quitó de un fuerte manotazo las telarañas tediosas y cansinas de unos Juegos Olímpicos en los que todos han ganado excepto los espectadores y los deportistas que no “cotizan en bolsa”.
Ciento cincuenta y cuatro muertos (154) han hecho falta para que todos despertemos a una realidad que siempre nos han marcado desde el exterior. 154 personas muertas y dos escasas decenas de supervivientes que ahora representan miles de tragedias en la cotidianeidad de familiares y amigos.
Este accidente aéreo de la compañía Spanair ha venido a recordarnos lo insignificantes que somos cuando se trata de traspasar la línea que separa la vida de la muerte. Personas anónimas que no eran tomadas en cuenta de una en una y que han tomado un protagonismo excepcional cuando la desgracia los ha hecho cambiar de estadio. “Un hombre solo, una mujer/ así tomados, de uno en uno/ son como polvo, no son nada…” escribía el poeta José Agustín Goytisolo en “Palabras para Julia”.
A lamentos de trompeta trágica, estas 154 personas se han convertido en múltiples vidas porque ahora, aunque muertos, comienzan a habitar en cada uno de nosotros por mucho que les pese a los muñidores de las cifras, de las estadísticas, de las crónicas del dolor, la soledad y la angustia. Se afanan en hacer de los muertos un libreto de sentimientos “comprensibles” que no respeta códigos deontológicos ni derechos básicos.
Ciento cincuenta y cuatro muertos, poco más de una decena de supervivientes y miles de silencios que no encuentran oídos, miles de angustias que no encuentran comprensión, miles de dolores que no tienen sedante, miles de recuerdos que ahora son destapados cruelmente, miles de memorias que cayeron en un pozo ciego alicatado de intereses indecentes.
Han tenido que morir de la forma en que lo han hecho para ser tenidos ahora en cuenta. Han tenido que ser pasajeros de la muerte encerrados en un ataúd de semi lujo para que todos podamos asombrarnos por el simple hecho de seguir viviendo.
Y estos muñidores de la muerte, los fabricantes de historias que ya no contienen vidas sino cifras y especulaciones, se han cubierto de gloria hedionda hurgando en los posos de la vida de los muertos.
“Al pueblo, pan y circo”. Se acabaron las Olimpiadas y comienzan las historias morbosas de aquellos que traspasaron la línea; de aquellos que hicieron de su vida la más hermosa novela de aventuras y amor y que, por culpa de “fallos” que nunca serán aclarados, acabó en tragedia.
Y las tragedias nunca vienen solas. La del JK5022 es una página más en el inmenso libro de tragedias que soporta la humanidad. Pero , claro, de esta tragedia no se sabía nada aunque muy bien pudiera haberse evitado con tan sólo prestar un poco más de atención a la salud del avión. ¿Quién sabe…? Los mercenarios de la muerte junto con los muñidores del sensacionalismo trágico algo deben saber de ello. Podríamos incluso pensar, dentro de la indignación, que si estos sucesos, o parecidos, no se renovasen casi por inercia, habría que idearlos (una guerrita corta por aquí…”pan y circo”) hasta que pasado un tiempo la tragedia fuera un decorado más en el paisaje de nuestra existencia. Como quieren acostumbrarnos a que así sea para que las tragedias sean ese decorado y sus responsables queden en la impunidad y sigan obteniendo beneficios
Es el caso de otras grandes tragedias que ya no lo son aunque no estén muy lejanas en el tiempo. Ahora son parte del polvillo que se acumula en nuestras conciencias. Un polvillo que se transforma en una dura costra y nos convierte en espectadores pasivos. Espectadores que, eso sí, nunca olvidarán la gesta de la Selección Española de Baloncesto ante los EE.UU. ni el brazo de hierro de Rafael Nadal en los Juegos Olímpicos.
La tragedia del MD-80 en su vuelo JK5022, no será nada una vez que los caza-angustias, los busca-lágrimas del periodismo, consideren que ya no pueden vender más dolor; poco a poco irán dejando que esta tragedia engorde la costra de la conciencia, y pasará como con esas otras que no tienen porqué darse precisamente en un mes de verano ni a bordo de un avión, carentes de dosis de morbo para aumentar los beneficios en los medios.
Pasará como con esas tragedias que dejaron de ser humanas para convertirse en frías estadísticas de datos, al servicio de historiadores o estudiantes que preparan su tesina para obtener un doctorado.
Humo. Acaban por convertirse en un humo que nos ciega los ojos de la cara y los ojos de los valores humanos, de los sentimientos, de la solidaridad, del derecho al grito rabioso… tantas veces impotente.
Así ha sucedido y sucede con la tragedia de los miles y miles de inmigrantes que navegan a lomos de la muerte buscando la vida. O con los más de 1.000.000 de iraquíes muertos desde la invasión de su país por EE.UU. y otros muñidores de la muerte.
Tragedias que ya no cuentan nada en un tedioso mes de agosto. Ni en ningún otro mes del año. Cualquier día es “bueno” para taponar la herida sangrante que es la vida. Como nos taponaron la hemorragia de otro millón de muertos en Ruanda, en enfrentamientos civiles atizados por quienes construyen los aviones de la desgracia. O la tragedia de los 10.000 refugiados que mueren mensualmente en los campos de refugiados de Darfur, según la Organización Mundial de la Salud.
Tragedias que no tienen rostro ni forma humana. Recubiertas con papel celofán para suavizar el tinto color de la sangre negra en la República Democrática del Congo y sus 4.000.000 de muertos entre 1998 y 2004, según apunta Human Rights Watch en su informe anual de 2005.
Decía antes que las tragedias nunca vienen solas. Y no pueden hacerlo porque cada muerte son miles de tragedias que, en silencios, complicidades y ausencias, nos hacen a todos responsables de ellas. Por eso es mejor maquillarlas o ignorarlas y no correr el riesgo de que hoy, precisamente hoy, 27 de agosto de 2008, Día Mundial de la Alimentación y cuando esto escribo, los ojos de los 5.000.000 de niños (de un total de 35.000.000 contando a los adultos) que mueren de HAMBRE al año, nos miren con las moscas hurgando en sus cuencas vacías.
Y siguiendo con este día, 27 de agosto, la tragedia que no alimenta canales de TV ni diarios, la tragedia que no vino por el aire, se ceba en las 24.000 personas diarias que ya habrán muerto de hambre para cuando yo termine de escribir este artículo. Lo dice la ONU y el Fondo para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Tragedias que se evaporan, que se difuminan en páginas de desaliento e impotencia. Como esta. Como se desalentaron los más de 3.000.000 de personas (según la ONU) que han muerto de SIDA a un ritmo de 8.219 por día. De ellas, 580.000 niños.
Tragedias que ni antes, ni durante, ni después de Barajas existen para esos muñidores mediáticos ni para los Estados responsables. Las “Cajas Negras” de estas tragedias no están en la bodega de ningún avión. Están en su conciencia acorchada y dura, y nunca podrán ser investigadas porque de abrirse, sólo se encontraría vacío.
Los familiares del vuelo JK5022 tienen derecho a saber la verdad y a pedir responsabilidades. El fallo pudo ser mecánico o humano (pobre comandante del vuelo que ya no podrá defenderse). Pero los familiares y allegados del resto de las otras tragedias que no se venden en los medios de comunicación, y que somos todos los ciudadanos que pugnamos por un mundo digno, humano, de libertad, de derechos y deberes, de solidaridad y de justicia social, también tenemos derecho a conocer la verdad y a exigir a los culpables, responsabilidades por genocidio contra la humanidad. Porque en estos casos sí sabemos que el fallo no fue mecánico, sino INHUMANO con premeditación y alevosía.
Pregunta idiota que se me ocurre esta semana: ¿Qué baremo utilizará Spanair para tasar el precio de una vida?
Otra más: A la hora de establecer las indemnizaciones… ¿tendrán en cuenta el dolor, la angustia, la desesperación, el abandono, la rabia, la impotencia, la ausencia, los gritos, el silencio, las noches en vela, los días sin luz, el vacío, los besos rotos, los abrazos no dados, las miradas perdidas, las palabras no dichas, las manos retorcidas, las ilusiones truncadas, el futuro destrozado, las horas sin tiempo abrazados a una fotografía, etc.?
Agustín Mora
27-08-08
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