Ramón Afonso / Artículos de opinión.- Celebrar el ducentésimo undécimo aniversario de algo resulta raro y que se celebre por primera vez 211 años después de acaecido el hecho, doblemente raro ¿no? Será porque es número primo o creen que somos unos… Sin embargo, algo parecido sucedió hace dos años aunque, eso sí, entonces se decidió celebrar el centenario, en números redondos, de la fugaz e improductiva visita de Alfonso XIII a las islas y, al mismo tiempo, silenciar con dolo el septuagésimo quinto aniversario del triunfo de la II República, en lo que algunos no dudamos en definir como un acto de desmemoria premeditado e impuesto.
No debe extrañarnos, pues, que se haya elegido celebrar una escaramuza bélica como la victoria de las tropas del general Gutiérrez sobre la rapiñosa armada británica comandada por Horacio Nelson en 1797, y no otros acontecimientos. A lo mejor estos gobernantes, y esto sí es grave, no saben que el fantasma que recorría Europa en el XVIII era la Ilustración. El siglo de las luces que iluminó las estancias de lo antiguo, instalando de camino los fundamentos del mundo contemporáneo; ya lo decía D’Alambert, el pensamiento ilustrado "discutió, analizó y agitó todo".
Y estos aires europeos refrescaban las tertulias de la aristocracia tinerfeña, como la del marqués de Villanueva del Prado, la de Cristóbal del Hoyo o los Iriarte del Puerto de la Cruz, a las que llegaron a asistir invitados de la talla de Alejandro Humboldt (junio de1799). En sus salones se leían el Emilio y el Contrato Social de Rousseau, se consultaba La Enciclopedia o se sopesaba la bondad de la división de poderes de Montesquieu frente el absolutismo monárquico. Sorteando a una desdibujada Inquisición, se ponía en entredicho el derecho divino frente a la voluntad popular, o se hablaba a las claras de separar Iglesia y Estado. En este ambiente proliferaron panfletos y folletos divulgativos sobre variados temas dando lugar a un periodismo incipiente. Nace en La Laguna de 1781 “El Semanario Misceláneo Enciclopédico” primer periódico impreso canario. Es el siglo de José de Viera y Clavijo y de sus Noticias de la Historia General de las Islas Canarias y de su Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias. También la Ilustración trajo consigo la creación de Las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País (1776-1777) que fundaron, a pesar de la oposición del clero, escuelas primarias para ambos sexos, escuelas de artes y oficios y de matemáticas. Desarrollaron estudios sobre la implantación de nuevos cultivos, la creación de talleres textiles o la protección forestal. En 1792 tiene lugar en Santa Cruz, capital de Canarias entonces, la apertura de la primera Administración de Correos en el Archipiélago, ese mismo año también se instaura la Universidad de La Laguna por un Real Decreto de Carlos IV, aunque no empieza a andar hasta 1816 tras la restauración borbónica. Una centuria llena de efemérides que recordar -si se quiere- en lo social, económico, cultural, político, científico. Aunque, para qué engañarnos, nuestros ilustres ilustrados poco o nada influían en un régimen feudal donde la clase dominante era poco dada a reformas sociales o políticas y la población se debatía por sobrevivir en medio de una miseria insoportable.
Sea la “gesta” militar la elegida por este bicéfalo ayuntamiento capitalino. Los militares se frotaron las manos con la posibilidad de reivindicar –otra vez- la españolidad de Canarias y, de paso, justificar su existencia como institución. Por ello, desde Capitanía empezaron por marcarle el paso -no fuera que Zerolo y su retórico soberanismo de última generación chafara el invento- organizando los actos culturales: conferencias, exposiciones, responsos y misas solemnes. Arencibia y su troupe de la “Tertulia 25 de julio” se explayaron a gusto en el cuartel de Almeida disertando sobre el valor del pueblo tinerfeño en la defensa de la soberanía española de las islas y de unas supuestas libertades ciudadanas, elogiaron la impecable estrategia militar del general Gutiérrez o la osadía y valor del cabo Correa -único natural isleño identificado, el resto eran miembros anónimos de las Milicias. Sin embargo, dice mucho de la importancia que daba la Corona a estos dominios insulares o a la batalla en sí, el hecho de no considerar lo que ahora celebran -a bombo y pífanos- suficiente mérito para que se ascendiera o gratificara a nadie de los intervinientes.
Ángel Llanos y su lugarteniente en la comisión de fiestas, Maribel Oñate, se encargaron de organizar los actos populares con la intención de capitalizarlos electoralmente. Su populismo roza el esperpento y sus argumentos para el despilfarro, la estulticia: “A los que honramos en estos días son antepasados genéticos de algunos de nosotros” arengó Oñate a los televidentes. Además, insistieron en que es imposible sustraerse del orgullo que todos debemos sentir por descender de aquellos chicharreros que defendieron la finca insular de la Corona, disputada entonces por los Austrias y los Borbones. Aunque al revisar la nómina de personas que, a juicio del general Gutiérrez, destacaron en la defensa de Santa Cruz los apellidos no parecen muy isleños -Marquelli, Estranio, Prat o Rosique-, incluso algunos como Guinther o Greagh son de origen inglés e irlandés, respectivamente.
En un rapto de megalomanía, que ya es costumbre, los promotores del evento pretenden igualarse a europeos y gringos en las celebraciones de su épica militar -Waterloo, Yorktown, Saratoga-, aunque sus rememoraciones han perdido gran parte de su rigor histórico para convertirse en espectáculos turísticos. Para dirigir el espectáculo se contrató al cineasta Teodoro Ríos, del vestuario se encargó el diseñador de la película Alatriste, se trajeron como figurantes a unos “hooligans” ingleses de las recreaciones históricas, se organizaron desfiles militares, conciertos y pasacalles con bandas de música ataviadas con trajes típicos, hasta se convocó el “primer concurso de escaparatismo Gesta del 25 de Julio”, se hicieron a la mar barcos de guerra a vela, se construyeron barricadas, hubo efectos especiales, se quemó pólvora y, sobre todo, mucha “pólvora del rey”: cien millones de pesetas (600.000 €) de los fondos de la Sociedad de Desarrollo -para eso está, para gastar sin necesidad de justificar- que maneja a su antojo el “Pibe de Ofra”.
Por lo visto, el objetivo de la rigurosidad histórica no se pudo llevar a buen puerto. Sobre todo porque los castillos fortificados de San Cristóbal y Paso Alto, escenarios centrales de la contienda, fueron engullidos por una reordenación urbanística del litoral en 1928, en plena dictadura de Primo de Rivera, cuando era alcalde el encumbrado Santiago García Sanabria, el mismo, casualmente o no, que donó graciosamente las mejores y únicas fincas que poseía el municipio para su expansión hacia el sur a La Petrolífera, son los terrenos que hoy ocupa la Refinería. Por ello, el desembarco se “rodó” en el castillo de San Juan cuando debió ser en Valleseco y algunos desencuentros históricos de los que el novelero público no se percató: Nelson paseando por la calle de la Noria a pesar de que nunca abandonó el Theseus, buque insignia de la flota; el general Gutiérrez al mando de las tropas callejeras, cuando nunca salió del castillo de San Cristóbal, o que el reembarque de los ingleses derrotados se realizara antes que los combates en las calles santacruceras… Todo sea por el espectáculo y un puñado de votos.
Ángel Llanos, concejal plenipotenciario, recrea con vehemencia esta exaltación patriótica-costumbrista convencido de que el verdadero prohombre es él, por eso elogia a aquellos héroes y mártires, vampirizando el supuesto mérito de sus hazañas. Y amenaza con repetirlo cada año…Va siendo hora de desmontar las falacias del pasado que parecen sustentar el futuro de personajes tan ominosos.
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