Agustín Mora Valle / Artículos de opinión.- Y nos hicieron bailar…
Este pasado fin de semana se estrenó en la Sala Insular de Teatro, de Las Palmas de Gran Canaria, el último montaje teatro musical del acordeonista canario Miguel Afonso.
Era previsible que, después de la magnífica acogida que tuvieron sus dos últimos espectáculos, “Monólogo de un acordeón vagabundo” y “La mujer de mi vida”, esta invitación al baile que nos brindó el autor, volviera a levantar al público de sus butacas pero, esta vez, bailando de verdad y con los rostros pergeñados de melancolía unas veces, tristeza otras y, las más, asombro por reencontrarse a sí mismo al ritmo de músicas que marcaron un antes y un después en todos y cada uno de los asistentes a este bello espectáculo.
Con el argumento de un pasado que nunca se fue, de un presente que no es nada sin aquél y de un futuro inmenso por construir, Miguel Afonso va reconstruyendo el alma de los que, pensando que perdieron su memoria en el tiempo, se dan de bruces con la hermosa realidad de que cualquier tiempo es bueno para seguir riendo a los sentimientos.
Una partida con regresos y un regreso con la sensación de nunca haber partido. Un deambular por todas las emociones que, en este caso a través de la música, nos hace ser de muchos lugares y de muchas personas sin por ello dejar de ser lo que siempre fuimos.
Emigración, penurias, amores, muerte, nostalgia, deseos, ilusión, vida al fin y al cabo es lo que este musical regala a quienes alguna vez se han sentido navegando a la deriva en el barco del olvido. Pero no hay olvido que no tenga su propio recuerdo, su propia sinrazón de ser. Alguna vez escribí sobre olvidos que nunca llegan; esos olvidos que la misma música, un nombre, una taberna, el paisaje, unas callejuelas, un barrio casi desconocido, se encargan de destruir.
Y Andresito, el emigrante a Venezuela, el niño que regreso a su partida derrotando al olvido, reconstruye todo lo que lo conformó con unos “Aires de Lima” , con el molestoso Tato que le recuerda el robo de café para cambiarlo por regaliz. Andresito comienza a escribir, a lamentos íntimos de acordeón, los renglones de una soledad que no es de su propiedad, sino que es de todos y cada uno de nosotros.
Andresito rompió con el olvido pero se entregó al presente con cara de futuro. María, baile, “Polca del Indiano”, rotura de pensamientos que nos doblegan, girar, girar, más baile, “El candil”, volver a vivir sin la censura de los recuerdos, “qué cosas Andrés”, María, volvemos a bailar, acordeón, orquestina, Andresito, “qué bella ironía que en el crepúsculo de nuestras vidas, haya nacido el sol…”
“De vuelta al baile”. Nunca, que yo sepa, se han visto retratados los sentimientos de lo que fue, de lo que es y, posiblemente, de lo que pueda ser nuestra vida, de la forma tan exquisitamente humana, tierna y dulce como en este espectáculo del genial alquimista de las emociones como es Miguel Afonso.
¡Larga vida al baile!
Agustín Mora
2-06-08
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