Francisco Javier González / Artículos de opinión.- La Comunidad de Madrid –léase el núcleo duro del PP hispano- creó, tiempo ha, de cara al 2º centenario, la "Fundación Dos de Mayo. Nación y Libertad” que preside la mismísima Esperanza Aguirre, para “impulsar iniciativas que sirvan para que hoy conozcamos y apreciemos mejor todos los pormenores de aquella gesta y de las consecuencias que ha tenido para la vida española”. Según la regidora “liberal” de la capital estatal “los héroes del 2 de Mayo de 1808 sabían muy bien que eran españoles y no tenían dudas de lo que era España….y que el sacrificio de aquellos hombres y mujeres encendieron un sentimiento común de independencia y libertad” (alocución en el acto del 2/5/08), idea que redunda en lo que nos expresa en su Prólogo a “1808. El Dos de Mayo, tres miradas” con una tirada –para regalar- de medio millón de ejemplares: “Los madrileños y los españoles de 1808 eligieron, como un solo hombre, arriesgar la vida por la dignidad y la libertad”.
Mi abuela, cuando alguno de nosotros íbamos a contarle nuestras fabulosas aventuras –y alguna desventura- por los barrancos de Aguere nos contenía diciendo “cállate muchá, que me da la risa”. Ahora entiendo bien la frase porque, con la celebración española del 2º centenario de ese dos de mayo, estuve en riesgo de fenecer de hilaridad. Me recordó cuando nosotros hilvanábamos nuestro relato aventurero convirtiendo un famélico gato huidizo entre los cañaverales en un feroz animal que rugía cuando lo apuntábamos con las “estiraderas de gomáticos”. Para la Sra. Aguirre en su prólogo citado, “El Dos de Mayo el pueblo de Madrid, secundado después por el resto de los españoles, se alzó en armas contra el ejército de Napoleón, el más poderoso de su tiempo”, pretenciosa afirmación, producto de una pertinaz falsificación histórica amplificada por los cuadros de Goya, que choca frontalmente con la modesta aportación de la ciudadanía madrileña en esa fechas. Así, Ronald Fraser, prestigioso historiador alemán, buen conocedor del XIX español y de las luchas populares en España –incluyendo la “Cruzada” fascista del 36- cifra en 1.670 personas, hombres y mujeres, las sublevadas en Madrid ese 2 de mayo, esto es, menos del 1% de los aproximadamente 176.000 habitantes de la entonces capital del Imperio Español (cfr. “La maldita guerra de España. Historia social de la Guerra de la Independencia. 1808-1814” Editorial Crítica. Serie Mayor). Ahora bien, la hilaridad se vuelve triste cuando vamos ahondando en la historia real, por eso, y aún con el riesgo cierto de adormecer a posibles lectores, es tal la fuerza del mito “Dos de Mayo” y la falsificación histórica que los reaccionarios carpetovetónicos han tejido en su alrededor, que me extenderé algo más de lo prudente para, en dos partes consecutivas, probar suficientemente mis afirmaciones.
En Móstoles, donde se nos ha enseñado que su alcalde, Andrés Torrejón, inició la Guerra de la Independencia con su famoso Bando, y donde en este bicentenario, Juan Carlos -al que le escribieron un discurso que hay que reconocer más moderado que el de la Aguirre y Gil de Viedma- decía que “fue una jornada cuyo protagonista no fue otro que el pueblo español.. y que los valores de la libertad y soberanía surgieron de manera popular y espontánea”. Resulta que eso no pasa de ser un cuento españolista. Móstoles, como ayuntamiento del Antiguo Régimen de carácter estamental, tenía dos alcaldes, uno era Andrés Torrejón por el Estado Noble que, ¡como no!, siendo el “noble” pasará a ser el supuesto autor del celebérrimo Bando, y el otro, más desgraciadito, era Simón Hernández, por el Estado Ordinario, razón que lo coloca como el silenciado en esta historia. La realidad es que tanto uno como otro eran dos labradores de la zona, y que el pobre Torrejón figuraba como “noble” porque, debido a las circunstancias políticas, no hubo en Móstoles y comarca ningún “hijodalgo” que quisiera ocupar el puesto. Para más inri, ni uno ni otro redactaron el susodicho bando que, para colmo, el divulgado es apócrifo. La redacción del original, más escueta, apresurada y carente del sentido que lleva el actualmente difundido, fue del asturiano Juan Pérez Villamil, furibundo absolutista (posteriormente fue redactor del Manifiesto de los Persas por el que Fernando VII abolía la Constitución gaditana y restauraba el absolutismo monárquico), vocal interino del Consejo de Castilla en sustitución de Jovellanos, miembro y Fiscal Togado del Consejo Supremo de Guerra, académico de la Real Academia de la Historia, y de la R.A. de la Lengua –de la que en ese trienio era presidente- que había huido de Madrid tras el Motín de Aranjuez y residía en su casa –y finca- de Móstoles preparando, como Godoy, su salida para las colonias americanas de España . Ante las noticias de lo sucedido en Madrid, y no queriendo aparecer de ninguna forma complicado con movimientos subversivos, llamó a los dos alcaldes y al escribano Manuel de Valle para que firmaran el inicial llamamiento de ayuda a Madrid, llamamiento que más tarde, con tranquilidad y como biacadémico que era, redactó para la Historia, uno nuevo, pulido, corregido y magnificado, que volvieron a firmar los dos alcaldes para que el astuto jurista Villamil quedara eximido de cualquier responsabilidad en el mismo. Efectivamente, como dice el digno sucesor actual del sátrapa Fernando, llamado el VII, todo surgió de manera natural y espontánea.
Ese Dos de Mayo en que el poco más de millar y medio de madrileños se sublevaron, ¿fue en verdad tan natural y espontáneo? Volvamos a la historia real. Fernando VII llevaba años conspirando contra su supuesto padre Carlos IV (muchos historiadores le adjudican la paternidad a un fraile del Escorial) y su valido Godoy, Príncipe de la Paz y, entre otros importantes cargos, amante de su madre, la reina María Luisa de Parma. Ya un año antes había obtenido, tras denunciar a sus cómplices, el perdón paterno por la conspiración para derrocar al rey que terminó en el “Proceso del Escorial”, y producto de nuevo de su afán conspirativo fue el Motín de Aranjuez. Godoy y la familia real se habían desplazado a esa ciudad por la presencia en Madrid de las tropas francesas de supuesto paso a Portugal en cumplimiento del Tratado de Fontaineblau establecido por el rey con Napoleón. Había un malestar popular general, no tanto por la presencia de tropas francesas como por el desastre económico y militar que supuso la batalla de Trafalgar y el bloqueo de la flota inglesa, malestar que aprovecho el honorable Príncipe de Asturias y sus partidarios (la Alta Nobleza y la Iglesia) para incitar a un motín que asaltó el palacio de Godoy y obligó a Carlos IV a abdicar en su supuesto retoño. Uno de los incitadores y figuras claves de ese motín era un agitador a sueldo y servicio de Fernando (VII a partir de ese momento), cerrajero de profesión, llamado José Blas Molina Serrano, cerrajero al que volvemos a encontrar, dos meses más tarde, saliendo desaforado del Palacio Real –por donde hoy están los Jardines de Sabatini, entonces Reales Caballerizas- gritando ¡Traición! ¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro Rey y quieren llevarse al Infante! ¡Muerte a los franceses! al tiempo que Rodrigo López de Ayala, gentilhombre y mayordomo real, gritaba desde el balcón palaciego ¡a las armas! ¡que se llevan al Infante! Lo que hace que fuera atacada, por los partidarios fernandinos que rodeaban el palacio, la escasa escolta que llevaban a la reina de Etruria –un invento napoleónico- y al infante Fco. De Paula hacia Bayona, donde el rey Fernando estaba ya desde el 20 de abril. El ataque fue reprimido por los mamelucos del general Murat, pero la sublevación se extendió gracias a la actuación de los capitanes Daoiz y Velarde que proveyeron de armas del Parque de Artillería a los sublevados. El Real y Supremo Consejo de Castilla, máxima autoridad del estado en ausencia de rey, dictó orden, en el más puro estilo de un Estado de Excepción, de detener a todos los madrileños que portaran armas y declaró ilícita cualquier reunión pública y, al día siguiente, en la represión que se desató, fueron cientos los madrileños fusilados en la colina del Príncipe Pío, como recoge Goya en su cuadro de los fusilamientos. Este tipo de espontaneidad natural y a elementos como el Blas Molina los conocemos bien los que sufrimos el franquismo. A mi juicio –y no presumo de objetividad pero si de veracidad- lo de espontáneo, natural, popular y toda esa historia no es más que una mitología pareja a la que nos hacían estudiar a los colonizados canarios las historias de Viriato, de Indíbil y Mandonio o de Guzmán el Bueno como si formaran parte de nuestra historia.
Nos queda otra afirmación que analizar, la de que el pueblo se adelantó a sus instituciones y gobernantes para tomar conciencia de la identidad nacional, de la nación en sentido moderno basada en la idea de libertad, unidad, igualdad y solidaridad, como afirmó Zapatero en Móstoles. Vayamos por partes. La primera pregunta sería ¿qué “instituciones”? porque ya hemos visto que el Consejo de Castilla, máxima autoridad “civil”, ordenó desarmar a los sublevados y apoyó la represión de Murat, pero por encima del Consejo estaba la propia Monarquía. ¿Qué hacía el Rey? Murat había logrado que Fernando permitiera la liberación de Godoy al que tenía preso en el castillo de Villaviciosa de Odón y su traslado a París y Carlos IV dirigió a Napoleón una reveladora carta: "Señor mi hermano: VM. sabrá sin duda con pena los sucesos de Aranjuez y sus resultas y no verá con indiferencia a un rey que, forzado a renunciar a la corona, acude a ponerse en los brazos de un grande monarca, aliado suyo, subordinándose totalmente a la disposición del único que puede darle su felicidad, la de toda su familia y la de sus fieles vasallos. Yo no he renunciado a favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias, cuando el estruendo de las armas y los clamores de una guardia sublevada me hacían conocer bastante la necesidad de escoger la vida o la muerte........Yo fui forzado a renunciar; pero he tomado la resolución de conformarme con todo lo que quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la Reina y la del Príncipe de la Paz". Napoleón lo acoge en Bayona a donde llega el 30 de abril. El 5 de mayo, conocidos ya los sucesos de Madrid, Fernando VII devuelve a su padre sus “derechos dinásticos”, eso si, por la módica contraprestación de una renta anual de 4 millones de reales y un castillo en el país vasco-francés. Carlos IV vuelve a ser Rey de España por tres días. Carlos, también mediante una substanciosa renta vitalicia de 30 millones de reales anuales y el derecho de asilo para él, su esposa y, faltaría menos, para Godoy, abdica a favor de Napoleón en un documento, dirigido al Gobernador interino del Consejo de Castilla, fechado en Bayona el 8 de mayo y publicado en la Gaceta de Madrid el 20 de ese mes, que comienza diciendo que “He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi paternal amor...” y termina con “Así pues, por un tratado firmado y ratificado, he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra, cual ha sido y estado bajo mi soberanía, y también que nuestra sagrada religión ha de ser no solamente la dominante en España, sino también la única que ha de observarse en todos los dominios de esta monarquía. Tendréislo entendido y así lo comunicaréis a los demás consejos, a los tribunales del reino, jefes de las provincias tanto militares como civiles y eclesiásticas, y a todas las justicias de mis pueblos, a fin de que este último acto de mi soberanía sea notorio a todos en mis dominios de España e Indias, y de que conmováis y concurran a que se lleven a debido efecto las disposiciones de mi caro amigo el emperador Napoleón, dirigidas a conservar la paz, amistad y unión entre Francia y España, evitando desórdenes y movimientos populares, cuyos efectos son siempre el estrago, la desolación de las familias, y la ruina de todos”.
Tras este perfecto ejemplo de los sacrificios que por España siempre han realizado sus reyes, los derechos dinásticos recibidos por Napoleón los traspasa a su hermano José, que pasa a ser José I de España, el Pepe Botella de los españoles, pero los años que siguen, con Fernando viviendo en Valençay ¿dirigiendo la lucha que se desarrollaba en España para derrocar a José Bonaparte? ¿apoyando a sus partidarios, unos en las filas de los afrancesados y otros en la de los sublevados? Más bien no. Fernando, viudo ya de su primera esposa, dirigía cartas a Napoleón solicitándole que le eligiera una esposa a su gusto y conveniencia, felicitándole por sus victorias, solicitándole ir a París a rendirle pleitesía, celebrando una fastuosa fiesta –con Te Deum incluido- para celebrar la boda de Napoleón con Mª Luisa de Austria o, en el colmo de su indigna sumisión que el historiador Joseph Fontana -profundo conocedor del fin del antiguo régimen y los inicios del constitucionalismo español- califica como “de abyecta bajeza” y “de las más repulsivas pruebas de su vileza moral” con misivas como la que solicita, teniendo ya dos probables padres –el fraile escurialense y Carlos de Borbón- un tercero, Napoleón: “Mi gran deseo es ser hijo adoptivo de S.M. el emperador, nuestro augusto soberano. Yo me creo digno de esa adopción que sería verdaderamente la felicidad de mi vida, dado mi amor y mi perfecta adhesión a la sagrada persona de S.M.I. y mi sumisión y entera obediencia a sus pensamientos y a sus órdenes”.
Antes de que esto se nos convierta en un tocho que, además de indigesto, sea excesivo, dejo la parte de la afirmación del Presidente Zapatero de que este levantamiento dio como resultado el tomar conciencia de la identidad nacional, de la nación en sentido moderno basada en la idea de libertad, unidad, igualdad y solidaridad, así como las repercusiones de ese Dos de Mayo y sus secuelas en las colonias españolas, especialmente Canarias e “Indias”, para una segunda parte.
Francisco Javier González.
Gomera a 9 de mayo de 2008
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