Jesús Cantero Sarmiento / Artículos de opinión.- Ahora que se aproximan los Juegos Olímpicos de Pekín parece ser un buen momento para recordar unos hechos que sucedieron, hace más de medio siglo, en otras Olimpiadas, las de Helsinki, aquella en la que brilló con luz propia el checo Emil Zatopek, “la locomotora humana”, pero en las que también fueron -aunque nunca ha sido publicado- tristes protagonistas un grupo de atletas canarios.
Todo sucedió en 1.952 cuando la Federación España de Natación -a la que pertenecemos los canarios por imperativo legal- estableció unos concretos y rigurosos topes (tiempos cronometrados en competición oficial) para poder participar, con la selección Española, en aquellas Olimpiadas y, a la vista de ello, muchos nadadores canarios pusieron ilusión y sacrificio en sus entrenamientos en la única piscina pública -de 33,33 m. y siete calles para dos clubes- existente en Las Palmas de G. C. Además tanto los deportistas como sus entrenadores carecían de cualquier clase de ayuda económica, a lo que hay que añadir que unos y otros eran trabajadores o hijos de trabajadores. Finalmente, antes de la fecha establecida por Madrid, un grupo de nadadores superó los topes exigidos, gracias a mucho esfuerzo pero, también, a causa de unas excepcionales aptitudes innatas para la natación. Dichos atletas eran Manuel Guerra y Antonio Quevedo, de Gran Canaria, Jesús Domínguez, de Tenerife, y algún otro que lamentablemente no recordamos. En ese momento empezaron a preparar las maletas pero… ¡nuestro “gozo en un pozo”! La Federación Española contestó que no disponían de medios económicos ya que los presupuestos estaban cubiertos por el equipo de water polo y tres nadadores -metropolitanos, por supuesto-, pero que si los canarios se desplazaban a Finlandia, por sus propios medios, podrían participar representando a España. Ante ésta nueva promesa la sociedad canaria se movilizó y, poco tiempo después, el cosechero-exportador de tomates Bruno Naranjo costeó el viaje y los canarios pudieron presentarse en la Villa Olímpica donde comprobaron, con estupefacción, que el Delegado de España los recibía con enojo y malos modos y que les negaba la participación a todos ellos. Y no sólo eso, también les negó cama y comida y les conminó a que abandonaran inmediatamente las instalaciones asignadas a España. Fueron inútiles las argumentaciones y lamentos de los canarios que, muy pronto, empezaron a pasar estrecheces económicas y, poco después, comenzaron a sufrir física y real HAMBRE. (Téngase en cuenta que en aquellas fechas las comunicaciones eran muy diferentes a las actuales y, por otra parte, los hijos de trabajadores no tenían absolutamente nada).
Ante la intransigencia del Delegado español la situación se había vuelto dramática hasta que, más bien por casualidad, nuestros compatriotas contactaron con deportistas argentinos que alertaron de lo que estaba sucediendo a su Delegado. Sólo unos minutos más tarde Argentina acogió a los canarios y les ofreció cama y comida -y nosotros diríamos, quizás, bandera- en sus dependencias, en las mismas condiciones que sus propios atletas. Y así terminó la surrealista aventura de unos canarios que, en justicia, debieron ser participantes pero sólo fueron espectadores de unos Juegos Olímpicos maravillosos, para todos menos para los canarios.
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P.D. Estas fidedignas noticias me fueron facilitadas, todavía con indignación por el mítico Jesús Domínguez, tocayo, y antiguo compañero de corcheras, un día de invierno de hace varios años en la Plazuela de La Democracia, en Las Palmas de G.C. En ese mismo instante, invisible y silenciosamente como el alma canaria, el Guiniguada corría, bajo el cemento, rumbo a su destino…
Jesús Cantero Sarmiento
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