Michel Balivo / Artículos de opinión.- La reunión de la SIP en Caracas, que se hizo coincidir inteligentemente con un encuentro latino americano sobre terrorismo mediático. La simultaneidad de estos eventos con otra reunión de la derecha mundial en Argentina, mientras suceden bloqueos de carreteras de los productores agrarios contra medidas del gobierno.
Gobierno que se comprometió a asistir a Venezuela en su lucha contra el desabastecimiento de alimentos, es un buen momento para complacer a los amigos que me piden que escriba sobre los medios de comunicación. Antes que nada habría que preguntarle a la SIP cómo es que pueden reunirse y opinar libremente en un país donde se atenta contra la libre expresión.
Una segunda pregunta interesante sería, ¿cuántos medios han sido cerrados, cuantos artículos censurados, cuántos periodistas han sido agredidos, encarcelados, torturados, desaparecidos y muertos en sus países de origen en los últimos nueve años? Tal vez así pudiésemos compararlos con los de Venezuela y concluir donde hay mayor libertad de expresión.
Pero más allá de estas pequeñeces, me parece que para poder opinar sobre cualquier cosa hay que ponerla en contexto en el espacio y el tiempo, reconocer sus condiciones de origen, su tendencia histórica, su función social, sus posibilidades a futuro. Y como he dicho muchas veces, los medios de comunicación no inventaron nada.
Solo potenciaron, magnificaron gracias a la tecnología y usaron para sus fines, los hábitos y creencias ya existentes. Como cualquier otro aparato, solo son extensiones, prótesis, ampliaciones de nuestros órganos, funciones y capacidades.
Si alguien se siente sorprendido por la actitud de los medios masivos de información, debe recordar en primer lugar que es la decisión de una democracia participativa, de justicia económica y social del gobierno revolucionario bolivariano, la que desencadena esa artillería pesada cual reacción.
Lo mismo está sucediendo en cada país que decide nacionalizar sus recursos para redistribuirlos con justicia social. Yo diría que en la intensidad de la reacción mediática se puede medir la profundidad de los cambios que propone cada gobierno.
De donde se concluye que la supuesta función del Estado de redistribuir dividendos para equilibrar las asimetrías naturales entre seres humanos, siempre ha sido un tema de los medios de comunicación, es decir virtual. Jamás ha ido significativamente más allá de las ideologías y las creencias para convertirse en hechos concretos.
Por otra parte, lo que hoy se hace mediáticamente no es diferente a lo que se hizo hace dos mil años con Jesús el Nazareno. En ese entonces las calumnias llovieron, se decía también que su pensamiento y ejemplo atentaba contra la estabilidad de las buenas costumbres. La gente fue engañada y eligió por los intereses de las élites condenado a Jesús y salvando a Barrabás.
Por dos mil años la gente ha sido engañada y se ha seguido equivocando, eligiendo a los que defienden la acumulación de capital y bienes de las élites, condenando a los Jesús y los Robin Hood cuando las cosas se pusieron difíciles, exigiendo pasar de una postura de contemplación pasiva a otra activa, participativa y protagónica. ¿Qué hay de nuevo entonces?
¿Hasta cuando seguiremos siendo ingenuo pueblo fácilmente engañable que equivoca sus decisiones, que no reconoce cuales son sus verdaderos intereses? Por ese mismo motivo, en estos momentos de resistencia popular creciente que los ha obligado a quitarse sus disfraces, Cheney y la mayoría de los altos voceros, ante la opinión de que más del 60% de su electorado está en contra de la guerra, contesta simplemente: “¿Y?”
Los medios de comunicación surgen como herramientas potenciadoras de la expresividad social y personal de una organización que aliena, disocia el trabajo de sus frutos, ya le llamemos feudalismo, capitalismo, imperialismo, explotación o esclavitud del ser humano por el ser humano. Una sociedad que proyecta extraños valores y expectativas sobre el dinero.
Tan particular es el dinero que cuesta dinero. Tan especial es que hace bonitos y venerables a los que lo poseen sin importar como lo hayan obtenido. Tantas cualidades tiene que hasta permite comprar pasajes al cielo en la agencia de viajes del Vaticano. Es como la gallinita que pone huevos de oro y hace felices a sus poseedores.
Como el rey Midas, aquel que convertía en oro todo lo que tocaba, hasta que no quedó nada viviente. He leído que las primeras matrices y factorías de monedas estaban en los templos y asociadas a Juno, la diosa de la prosperidad.
Tal vez entonces su condición de origen nos permita comprender por qué como el oro y las piedras preciosas, como todo lo que refleja la luz y deslumbra las miradas, y tras ellas a la humana mente, está profundamente enraizado y asociado a las necesidades naturales y limitaciones sociales heredadas desde el mismo principio, como trasfondo sustancial de todos los mitos religiosos, ideologías, ensueños colectivos y personales.
En medio de y como parte de todo ello, danzando en las imágenes sicológicas que necesariamente han de estar tras la concepciones y conductas que disociaron y enajenaron el trabajo de sus frutos, el sudor intelectual y el esfuerzo físico de producir el pan y el vino sacrificado en ofrendas a dioses y entidades que supuestamente habrían de darnos a cambio paraísos, cielos o mundos felices; nacen y se desarrollan los medios de comunicación.
¿Qué otra cosa habrían de propiciar pues que legitimar e institucionalizar la expropiación y esclavitud que venía de miles de años atrás? ¿Qué más podrían expresar que esa mentalidad sugestionada, supersticiosa? ¿Qué otra cosa podría canalizar el cine o la TV que nuestras limitaciones, insatisfacciones y sueños compensatorios heredados?
Y si dentro de esa economía, cultura y religión del dios dinero, los medios cuestan dinero y han de producir dinero, entonces todo lo que puedan transmitir está fuertemente condicionado por sus anunciadores y “los productos” que deseen vender.
De allí a producir y vendernos candidatos políticos, haciendo invisibles o indeseables antisociales a los que no estén dispuestos o no dispongan de recursos para pagar sus servicios, así como todos los escenarios que afeen sus mundos felices virtuales, solo hay un paso.
¿Y qué más lógico que políticos y transnacionales adviertan que el mejor de los negocios es comprar esa máquina de vender sueños, de construir y destruir personas convirtiéndolas en héroes salvadores o demonizándolos según los valores de las morales de moda? Es la simple y natural evolución de los negocios, de la concentración de dinero que cuesta y produce dinero.
¿Qué de extraño tiene que los jerarcas eclesiásticos sean cómplices cuando ellos acuñaban las monedas y fueron los primeros negociantes de sueños? ¿Por qué asombrarse de que el fruto del trabajo se venda por dinero cuando vendemos nuestra heredad, el nacer libres, para asegurarnos un plato de comida caliente?
Nosotros somos los que superponemos valores a los objetos, convirtiéndolos en amuletos, convirtiéndonos en fetichistas. Por eso persiguiendo intangibles vendemos nuestra alma, nuestras capacidades y fuerza física a cambio de dinero para comprar objetos que luego vendemos por dinero en un encadenamiento sin fin.
Nuestra intención, nuestra movilidad sicológica es la que trasciende todo objeto, por eso el deseo es un hambre sicológica inagotable, sin fin, que danza sobre los paisajes adhiriendo o rechazando, tomando o abandonando alternativamente cosas y personas según cambiantes momentos e intereses en continuo transformismo. El de nuestros estados de ánimo e imaginerías.
Todo esto tiene también un origen reconocible. Es parte de las propias capacidades que exploramos y vamos reconociendo con la experiencia, convirtiéndolas en conocimiento. ¿De dónde creen que vinieron los sonidos guturales, las primeras palabras, los signos abstractos que las representaron en imágenes, letras y números? ¿De los dioses?
Tal vez, ¿por que no? Pero en todo caso deben haber repercutido de algún modo en nuestras emociones, en nuestra sensibilidad, deben haberse traducido a imágenes y pensamientos para que nos movilizaran a la acción y los reconociéramos, para que se convirtieran en experiencia y se acumularan en memoria como conocimiento, hábitos y creencias, economías y culturas, instituciones y rituales que heredamos generación tras generación.
No otro origen que esas experiencias y conocimientos tienen nuestros lenguajes, ciencias y tecnologías. Ni más ni menos son sentimientos, pensamientos, sensaciones, imágenes, siquis, intracorporalidad, traducidas a signos y representaciones, plasmadas, cristalizadas en piedra, papel, lienzo, plástico o metal según el caso.
Siquis cristalizada y externalizada como valores superpuestos a los objetos naturales o producidos. Lenguajes y signos matemáticos de creciente complejidad, a través de los cuales intentamos hoy expresarnos y comprendernos, realizarnos con mayor plenitud.
Con la particularidad de que en tan complejas traducciones, parece que olvidamos que no son más que valores, representaciones, medios de expresión de nuestra intimidad, que nosotros mismos concebimos y acordamos.
Por eso seguimos persiguiendo ensueños y zanahorias en el tiempo sin darnos cuenta que no son sino nuestra intimidad externalizada cual representación, como signos, y resulta que cuando abrazamos deseosa y ansiosamente cualquier rígido o flexible objeto, no hacemos más que abrazar nuestras propias expectativas sensuales proyectadas sobre ellos.
Tras todo este largo paseo no queda sino concluir que las imágenes que proyecta el cine o la TV no son sino la externalización de nuestras imágenes, no estamos sino contemplando nuestros propios sueños, y por eso movilizan nuestros sentimientos, temores, deseos, pueden reaccionar y direccionar nuestras conductas.
Lo que yo me pregunto es si deseamos vivir eternamente insatisfechos, entre limitaciones y sueños compensatorios de una futura vida feliz, que es la función sicológica que los medios de comunicación han heredado y desempeñan, más allá de que sean utilizados preferentemente para los intereses de los que se apropiaron de la libertad de expresión.
O si ya hay un número suficiente de nosotros que siente que ya está bueno de perseguir y querer comernos nuestras propias sensaciones y sentimientos convertidos en palabras, cuentos, cosas. De frustrarnos cuando nos damos cuenta que solo tragamos aire y sueños que no alimentan. Si así fuera podríamos ponernos de acuerdo para elevar nuestros deseos, perseguir cosas más interesantes y sobre todo menos violentas, más inocuas.
Si realmente fuese así ya podríamos dejar de pelear por viejos, insulsos y chupados caramelos, y en consecuencia los medios audiovisuales perderían el poder sugestivo que tienen sobre nosotros. Reconocer nuestro sueños y deseos, imágenes, verlos como vemos cualquier otro objeto, nos liberaría del poder hipnógeno que esas imágenes cargadas de intangibles valores tienen para ilusionarnos, deslumbrarnos.
No otro poder tienen los medios sobre nosotros, Del mismo modo que nadie es Dios ni tiene el poder para dividir y enfrentar una sociedad unida, no son los medios los que realmente nos disocian, solo ponen en evidencia nuestra siquis y su resultante organización social disociada. Si de verdad estamos ya en capacidad de dejar atrás, de abandonar esa instancia mental, no habrá nada ni nadie que pueda impedir que nos liberemos de tal hechizo o fetichismo masoquista. Entonces podríamos decidir de común acuerdo que utilidad le daríamos en ese nuevo paisaje mental a los medios de comunicación.
A mi modo de ver más allá de las limitaciones naturales y sociales y los sueños compensatorios heredados, están los hechos concretos, los logros de las íntimas intenciones. Por tanto los medios de comunicación podrían muy bien servirnos para visibilizar los nuevos paisajes humanos y naturales a que aspiramos, podrían pintar en imágenes esa nueva sensibilidad reconocida, proyectar en el mundo los futuros que ya estamos trayendo a ser.
Podrían inclusive ser una especie de mapa audiovisual, holográfico, que nos guiara hacia esa intimidad enterrada y desapercibida bajo tantas complejas y estáticas traducciones de nuestra intracorporalidad. Desde este punto de vista yo pienso que cuando decimos “medios alternativos”, debemos realmente significar que nos brinden nuevas alternativas.
Y las nuevas alternativas no pueden quedarse a nivel de idea o ensueño, tienen que concretarse en hechos, en conductas, que irán modelando formas de vida. Las culturas no se inventan, brotan de la siquis profunda como siempre lo hicieron, tienen raíces y asiento sustancial sícobiológico, resuenan colectivamente o no lo hacen.
Por eso a mi modo de ver, el único modo de resolver de verdad la presente problemática de lo que llamamos terrorismo mediático, es la activación, la intensificación de la conciencia que se reconoce a si misma cual actor desapercibido y único valor de todo acontecer, despertando de sus sueños o mejor dicho pesadillas, haciéndose inmune a la sugestión de los medios que simplemente la reflejan y manipulan su imaginería externalizada.
De no dar ese paso continuaremos hablando de pueblos ingenuos y engañados por tiranos, sin reconocer qué mecanismos sicológicos son los que les permiten hacerlo, y como esos contenidos, esas creencias se desgastan con su uso dejando lugar a otros nuevos.
Así como algunos caen en cuenta en algún grado de esas creencias y las usan en su beneficio pues carecen de la suficiente ética e inteligencia, así mismo hemos de reconocerlas nosotros para que ya no sea posible que se nos manipule, ilusione y lleve de la nariz adónde en verdad no deseamos ir.
En sencillo todo se trata de hasta donde seamos capaces de avanzar en cuanto a dejar de alimentar y confrontar diferencias, a favor de reconciliar y complementarnos para crecer juntos. Hasta adónde ello pueda llegar, adónde pueda llevarnos es inimaginable, hay que experimentarlo paso a paso, más allá del temor y la imaginación compensatoria, más allá de la búsqueda de seguridad que desea fijar circunstancias pero solo logra eternizarse.
Las imágenes, los sonidos y el modo en que los organizamos, como todo, no son más que funciones sicobiológicas que podemos desarrollar y usar para nuestro crecimiento y bienestar común. O podemos ser usados por ellas cuando operan desapercibidamente en nosotros sin que lleguemos a reconocerlas. En consecuencia buscamos fuera de nosotros culpables para lo que nos ocurre, pero cuando externalizamos el problema lo volvemos insoluble.
Las imágenes son traducciones de sensaciones intracorporales, ellas motivan y dan dirección. El tema a discutir entonces, es si esas imágenes serán organizadas cual telenovelas que nos mantienen distraídos en dramas sentimentales sin salida, o si nos orientan hacia la unidad de acción que nos permita reconocer y superar, trascender las limitaciones que nuestra organización social obsoleta le impone a la sensibilidad que despierta.
¿Qué dices tú? ¿Crees que podamos dejar de temernos y marcar, fijar rígidos límites entre nosotros, desarmar las corazas en que hemos convertido nuestras permeables pieles? ¿Crees que podamos volver a convertir la roca de nuestras emociones en la sutil y grácil mariposa que una vez fue? ¿Crees que podamos volver a sentirnos sin las preconcepciones del temor?
Unas preguntas más como despedida. Al gobierno democrático lo elegimos nosotros. ¿Quien elige a los medios de comunicación, a los dueños de los campos y las empresas, a las cúpulas eclesiásticas? ¿Será que ellos están eximidos de la democracia?
¿Por qué se dicen representantes nuestros entonces y creen poder hacer con total libertad, con absoluta irresponsabilidad e irrespeto social y ecológico, lo que se les de la gana con lo que es de todos y nadie les otorgó? ¿Por qué las constituciones legalizan y defienden esa situación? ¿No es todo eso una herencia anacrónica que ya no podemos arrastrar en tiempos del despertar de la sensibilidad de la igualdad y la justicia que han de gobernarnos?
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