Michel Balivo / Artículos de opinión.- Si alguna duda quedaba de los intereses e intenciones del gobierno de EEUU y de la función que Colombia juega en Latinoamérica, me parece que con los hechos en la provincia de Sucumbíos, en la frontera con Ecuador, sumados al desenlace y decisiones del Grupo de Río televisadas en directo, ello ha quedado develado para todos.
Como yo lo veo, estos acontecimientos son una ejemplificación de lo que vengo intentando compartir desde el principio mismo de mis artículos, de lo que me motivó esencialmente a escribirlos. Allí estamos claramente ante la internacionalización de problemáticas, conflictos y decisiones locales que vuelven obsoletas las viejas soberanías nacionales y sus diplomacias.
No solo tenemos entonces alteración climática del ecosistema global, mundial, sino también la internacionalización de intereses e intenciones, que hacen imprescindible direcciones de acción y decisión conjuntas de todos los gobiernos para resolverlos.
Paradójicamente, ha sido el poder y la intensidad con que las sofisticadas tecnologías de que hoy disponemos impactan nuestro entorno y formas de vida, lo que nos ha convertido en cuanto hechos sino en cuanto conciencia, en ciudadanos del mundo.
Los tiempos en que nuestras decisiones y acciones afectaban moderada, casi desapercibidamente pequeños entornos, quedaron atrás. La acumulación de experiencias y conocimientos ha impactado la zona de conciencia en que nos sentimos y vemos afectados en la inmediatez de nuestros intereses.
¿Qué quiere decir eso? Que solo cuando llegamos a situaciones críticas, cuando el agua y los excrementos ya nos llegan a la nariz, les prestamos atención y nos sentimos obligados a responder. De lo contrario miramos para otro lado y nos hacemos los desentendidos, hacemos de cuenta que nada pasa o que ya pasará y todo volverá a la normalidad.
Ahí tenemos el ejemplo de Colombia aplicando la doctrina de la guerra preventiva que ya está en marcha en todos los continentes, ignorando todos los tratados internacionales y volviendo inútiles todas esas instituciones, si es que alguna vez tuvieron otra intención, función y trabajo que proteger los intereses coloniales.
¿Es algo nuevo que los países desarrollados se lleven nuestras materias primas a cambio de nada? Claro que no, en Latinoamérica ya tiene por lo menos quinientos años. Es justamente por eso que ellos se han desarrollado y nosotros seguimos en la misma dependencia. Hay mil explicaciones para que esto siga siendo así.
Pero el modo en que aplastaron despiadada y sanguinariamente todo intento de soberanía y nacionalización de nuestros recursos, hace innecesarias e inútiles las explicaciones y también la existencia de los acuerdos e instituciones internacionales, como no sea para eternizar estas condiciones. ¿Podemos crecer o desarrollarnos en esas condiciones? ¿Y entonces de qué libertad disponemos?
Hoy le llamamos a esto capitalismo, imperialismo, neoliberalismo, colonización. Hace unos días veía otra vez la película “Corazón Salvaje”, con lo cual me quedó claro que no hubo momento en nuestra historia, donde acorde a las herramientas de que se disponía, se negara la condición humana y se esclavizara grandes grupos al servicio de minorías.
Simultáneamente a la transmisión de la cumbre del Grupo de Río, donde yo me atrevo a decir que nos ganamos nuestra mayoría de edad, resolviendo tal vez por primera vez nuestros problemas sin injerencia de elementos extraños, desde Colombia se transmitían alegremente imágenes de un guerrillero que había matado y cortado la mano de su comandante.
Hoy me entero que “dadas las condiciones” en que sucedieron estos hechos, no será juzgado por asesinato sino que le darán un premio en efectivo y tal vez un pequeño castigo por ir a la selva sin permiso. Y seguramente se convertirá en ejemplo social a imitar.
Un modo fácil y rápido de ganarse unos dólares. Es un ejemplo claro de lo que allí está sucediendo hace seis décadas por lo menos, el ejemplo terrorista e inhumano como política de estado, como forma de organización social.
Esto solo se hace de conocimiento mundial cuando llegamos a momentos o masas críticas en que la violencia estalla desbordando fronteras, afectando a otros pueblos que tienen el valor y la dignidad de hacerlo público y tomar medidas. En la OEA no hubo decisión ni condena de hechos evidentes, aceptados descaradamente por el agresor y violador de todos los derechos básicos. Solo postergación y encubrimiento.
¿Es de esperar que estas circunstancias cambien? Obviamente ningún dios vendrá a cambiarlas. El único modo es que comprendamos que nuestra acumulación histórica es un tropismo que hoy ya no podemos negar ni eludir, porque sin importar los rituales mágicos que realicemos nos afectará de todos modos. Los hechos no se pueden evitar con palabras, solo reconociendo su precondición y redireccionándola.
Hablar de hechos es hablar de conductas, y hablar de direcciones de conducta es hablar de lo que cada uno de nosotros hacemos repetidamente y acumulamos hasta que se convierten en hábitos y creencias que se imponen a la conciencia, sugestionándola con visos de realidad. Si no reconocemos esa precondición y responsabilidad en nuestros hechos, pues no hay cambio posible.
¿Quién cambiará tu conducta, tus hábitos y creencias y sus consecuencias, si no lo haces tú? ¿Quién asumirá la responsabilidad si no lo hacemos tu y yo, si seguimos buscando culpables y mediadores que tampoco lo hacen y además nos imponen sus propios intereses? ¿Dónde se hará entonces conciente y comenzará este cambio? ¿En el cielo, en las profundidades de la tierra, en Marte?
¿Acaso reaccionando a quienes pretenden imponernos sus intenciones e intereses situacionalmente cambiaremos? No me lo parece, porque eso lo hemos hecho durante toda nuestra historia y seguimos en las mismas circunstancias, a las puertas de la barbarie. ¿Será la ideología socialista la solución para ello? Tampoco me lo parece porque no alcanzan las buenas intenciones para reconocer y redireccionar las conductas que afectan y niegan al prójimo. Hace falta que participen también las emociones y el cuerpo en la praxis cotidiana.
Terminamos de hacer la elección desde las bases de la dirección temporal del Partido Socialista Unido de Venezuela, allí han de haber la misma cantidad de hombres que de mujeres. El día internacional de la mujer el presidente Chávez declaró que a su pedido, creaba el Ministerio de la Mujer y nombró su presidenta.
Por cierto ese acto lo inauguró una indígena, pidió que sus lideresas y mártires también sean incorporados simbólicamente al panteón nacional. Sus líderes ya lo habían sido hace años cuando se declaró al día de la raza o del descubrimiento de América, día de la resistencia indígena.
También se están humanizando las cárceles, pues en situaciones críticas como la “pérdida de libertad”, es cuando más necesitamos ser tratados como seres humanos, disponiendo de nuestros derechos de educación, salud, entretenimiento, etc. De otro modo eso se convierte en una venganza social que no hace sino aumentar la violencia que ya nos condujo a esa situación.
Si bien es evidente que todas estas medidas ponen los fundamentos de un ámbito de convivencia más justo y por ende más pacífico, no dejo de insistir en la misma pregunta, ¿nos hace eso concientes de la precondición violenta en que nos hemos formado y vivimos? ¿Es suficiente para que reconozcamos y cambiemos el modo en que nos relacionamos hasta en la intimidad?
Dije que la tecnología nos ha convertido en los hechos, en ciudadanos del mundo. Eso quiere decir que la dirección acumulativa de intenciones convertidas en hechos, en “cualquier oscuro rincón del mundo”, hoy nos afecta directa e inmediatamente. Quiere decir que no hay lugar del mundo separado ni a salvo, que no hay abstractos, ilusorios aislamientos, ni defensas convencionales posibles.
Hoy no nos queda sino reconocer la paradoja de nuestros limitados casilleros espacio temporales de pensamiento. Quieren mayor paradoja que lo que damos en llamar liberalismo y consideramos como defensa acérrima de la propiedad privada, nos conduzca justamente a la eliminación de tal propiedad. ¿Dónde estarán esas propiedades cuando por el camino de su creciente concentración se termine el juego?
De ese modo no importa si son las corporaciones o el estado, el resultado es el mismo. Nadie es dueño de nada, todos resultamos enajenados de nuestro entorno natural que va camino de su destrucción, toda la organización social se desestructura crecientemente.
Esos son los frutos de una razón que pretende convertir en algo abstracto e ideal las sensaciones, hacer de cuenta que no existen, regularlas con leyes. Como si por decreto pudiésemos dejar de sentir lo que de todos modos sentimos, dejáramos de tener un cuerpo y vivir en un ecosistema. Como si dejáramos de experimentar necesidades y no tuviésemos que satisfacerlas.
Es justamente la focalización de nuestra conciencia en la inmediatez de esas sensaciones, en el temor de no disponer de lo necesario a futuro, lo que nos lleva a aferrarnos a las cosas y concebir la propiedad privada, heredable además a nuestros hijos. Es intentando acumular posesiones y propiedades como entramos en la carrera en que se concentran cada vez en menos manos dejando desprotegidos a cada vez mayores grupos.
¿Saben que hay fortunas personales de setenta mil millones de dólares, dos veces las reservas internacionales de Venezuela? Eso es lo que el temor nos hizo concebir y construir, contra ello nos estrellamos hoy que la concentración llega al punto de afectar mundialmente a las grandes mayorías, haciendo de ese modo que ya no podamos mirar para otro lado ni buscar adónde escapar a salvo, impunemente.
Y sin embargo la solución es tan sencilla. ¿Para qué queremos acumular cosas si todos podemos producir lo necesario para todos? ¿Para qué separar, desmembrarnos en personalidades y parcelas, cuando todo lo que logramos fue complicarnos la vida y sentirnos solos, desamparados? ¿Para qué vivir aferrados a cosas finitas que inevitablemente se descomponen?
Cuando convertimos las cosas en el centro en torno al cual giran nuestros intereses, miradas y formas de vida, pasamos nuestra sensibilidad humana a segundo lugar desapercibidamente y nos cosificamos. Esa es la gran ausencia y carencia que hoy justamente experimentamos e intentamos encontrar y llenar, completar afuera.
Decir humanistas es decir ciudadanos del mundo, universalidad que nos abarca e incluye a todos. Es decir que no hay espacios ni tiempos donde podamos evadir sentir los resultados de nuestras acciones. Es comprender que solo en la paz florecen y son posibles los derechos humanos, que la violencia es una interrupción de esos derechos y de la misma vida y sensibilidad humana, y solo puede conducirnos por acumulación a las puertas de la barbarie que hoy enfrentamos.
Por ello en la paz no puede haber perdedores, solo en la violencia de lo humano. El problema sicológico que enfrentamos, es como romper el encadenamiento de esos hábitos y creencias de que tiene que haber un bueno y un malo, un culpable y un inocente, un perdedor y un ganador. Mientras así sea continuaremos contaminándolo todo con cada acción que no será sino repetición del pasado.
Hemos llegado al punto en que hemos de reconocer que la violencia que vemos afuera es la misma que sentimos adentro. No podemos hacer nada para evitar los problemas globales, no está en nuestras manos resolverlos, ni siquiera en la de nuestro gobierno. Pero alguien tiene que comenzar a desactivar y erradicar aquí y ahora la violencia de nuestras conciencias, cuerpos y conductas.
¿Cómo fue posible que la guerra en puerta se desactivara en la cumbre del Grupo de Río? Porque más allá de acusaciones y exigencias de castigos a los culpables, alguien puso un tono de reconciliación y otro alguien lo aprovechó magistralmente para proponer que se llegara a un acuerdo allí y entonces, que todos se dieran un abrazo.
¿Es posible que una situación tan tensa y dramática se resuelva como cuando éramos niños, con un simple pedir perdón y un compromiso de ser buenos y no hacer más cosas de niños malos? Pues parece que cuando se llega a límites críticos de tensión y se pone un ámbito de reconciliación emocional esas cosas pueden suceder, y el dramatismo convertirse en comedia.
¿Terminó eso con el problema para siempre? No lo creo, porque los para siempre no existen. Como no existen objetos ni pastillitas que erradiquen el temor o la ignorancia, en el mejor de los casos los disfrazan y esconden de la conciencia. Lo que sí existe es la inercia de hábitos y creencias de violencia enraizados en nuestras conductas.
Y el único modo de cambiarlos es reconociéndolos y corrigiéndolos en cada oportunidad, apostando siempre a la reconciliación y la paz, como único modo de experimentar crecientemente nuestra humanidad dejando atrás la prehistoria. No nos hacen falta culpables ni vencidos, por ese camino solo reproducimos la violencia cuando lo que deseamos es la paz. No nos hacen falta iluminados seres superiores ni inferiores oscuros e insignificantes, por ese camino nunca llegaremos a sentirnos iguales.
Pese a la inmediatez de nuestras sensaciones y a la urgencia de los tiempos, solo el detener nuestra carrera hacia ninguna parte, relajarnos y sentir nuestra intimidad, puede hacer que lo que hemos vuelto insignificante a fuerza de temer y mirar hacia afuera buscando seguridad, vuelva a cobrar su verdadera dimensión e importancia, descargando, quitándole peso a las aterrorizantes pesadillas en que hemos convertido nuestro mundo.
Hacer cosas es muy importante, pero hemos hecho ya muchas cosas creyendo llegar a idílicos lugares, y miren donde estamos. Tal vez tan importante como hacer cosas sea la intención, la dirección desde la cual las hacemos. ¿Queremos vivir en continuo temor y conflicto? Entonces dejemos de pelear por sueños de posesiones como niños por caramelos y juguetes.
Mirémonos a los ojos y démonos un abrazo que rompa con todo el drama y descargue la tormenta. Démonos cuantos abrazos sean necesarios para romper ese encadenamiento climático de temor, aislamiento y soledad. Al final no son diferentes los temores y fantasmas entre tú y yo, que los que juegan y actúan en el escenario mundial.
Porque seguimos siendo tú y yo quienes los miramos y creemos reales, actuando en consecuencia. Al final solo somos niños asustados que jugamos a ser grandes hombres con grandes planes, ninguno de los cuales, triunfemos o fracasemos, nos satisface realmente.
Por muchas cosas gigantescas que concibamos y creemos, ninguna de ellas podrá sustituir ni nos restituirá la sensación de grandeza que abandonamos cuando traicionamos nuestra sensibilidad humana. Volvamos a lo simple, a lo que realmente somos en nuestra intimidad, aprendamos a abrirle caminos generosos y solidarios, y ya no habrá más necesidad de grandes sueños que entrechoquen en el mundo.
Tal vez tengamos que parecer tontos, hacer el ridículo, ser incomprendidos y criticados por algún tiempo. Pero si persistimos, la sensación de reconciliación interna crecerá al mismo tiempo que decrece la dependencia de opiniones, que solo reafirman tropismos que ya no tienen cabida ante las puertas de la barbarie, si como decimos queremos vivir en paz.
Hoy el Alba tiene muchos participantes y defensores, sin embargo tuvo que recorrer todo ese camino, afrontar el ataque masivo de los medios formadores de opinión. ¿Podría haberse concretado si no hubiese estado impulsado por una sensibilidad que reconoce lo que aún no resulta evidente a nuestra época?
¿Podríamos sentirlo hoy como una esperanza para todos los pueblos si no hubiese habido una inconmovible voluntad y la confianza suficiente en esa dirección de hechos? ¿Existiría aún la revolución bolivariana sin esos hechos generosos y unilaterales?
Y si han avanzado hasta aquí eso hechos pese a todas las descomunales y desproporcionadas resistencias en su contra, ¿por qué habrían de detenerse ahora que van ganado apoyo masivo? ¿Quieren saber más? Esperen hasta el próximo capítulo. Pero no los voy a dejar sin adelantarles algunas escenas.
Creo que la semana que viene vamos a encontrar una computadora. Me parece que allí va a haber documentos comprometedores, que pongan en evidencia que las corporaciones norteamericanas financian cultivos de coca y venden armas a paramilitares y guerrilleros.
Por lo tanto debatiremos si hay fundamentos suficientes para declararlo un estado terrorista incluyéndolo dentro del eje del mal, declararle un boicot económico y tal vez hasta juzgar al señor Bush. Al final solo se trata de una fantochada más para palpar si no aprendimos nada de dos guerras mundiales, si somos aún reducibles al terror y la violencia en pleno siglo XXI.
¿Qué creen uds.?
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