El circo mediático / inSurGente.- Antonio Maira. El debate entre Zapatero y Rajoy sirvió para reforzar y legitimar ante la audiencia un discurso social reaccionario e “indiscutible” que comparten y dan por sentado ambos políticos. "(...)A pesar de las apariencias de duro enfrentamiento, lo más trágico de todo fue el enorme consenso sobre el que se movieron ambos y la naturaleza oligárquica –antipopular y antiobrera- de tal consenso. La realidad fue totalmente enterrada debajo de las enormes coincidencias que nadie tenía interés en colocar sobre la mesa. Si hubo un gran triunfador anoche fue el poder económico y financiero presentado como gran impulsor de la economía y como único representante colectivo del país. En la rotundidad del “consenso neoliberal” –que no fue cuestionado en lo más mínimo en ningún momento- y en la cobardía de Zapatero, incapaz de justificar su política y de responder con algún matiz “progresista” a las brutalidades de Rajoy, está la verdadera sustancia y el enorme vacío de un debate desolador que alborozó a la enorme cuadrilla de funcionarios de Falsimedia.(...)".
Zapatero y Rajoy discutieron cerca de dos horas sobre la “nula credibilidad del otro”; y sobre si la economía les importaba “un bledo” o no a cada uno de ellos según apreciación del otro;. Rajoy insistió mucho en que los inmigrantes le robaban cobertura social a los españoles: “los españoles son perjudicados y hace falta orden y control”; y en que la negociación política con ETA y la ruptura del consenso autonómico habían sido los dos grandes engaños y fracasos del actual presidente. La “Alianza de civilizaciones” y la ley de la Memoria Histórica fueron aprovechadas como coletilla permanente, casi como rechifla, para marcar la falta de rigor y la superficialidad del actual presidente del gobierno. A pesar de las apariencias de duro enfrentamiento, lo más trágico de todo fue el enorme consenso sobre el que se movieron ambos y la naturaleza oligárquica –antipopular y antiobrera- de tal consenso. La realidad fue totalmente enterrada debajo de las enormes coincidencias que nadie tenía interés en colocar sobre la mesa. Si hubo un gran triunfador anoche fue el poder económico y financiero presentado como gran impulsor de la economía y como único representante colectivo del país. En la rotundidad del “consenso neoliberal” –que no fue cuestionado en lo más mínimo en ningún momento- y en la cobardía de Zapatero, incapaz de justificar su política y de responder con algún matiz “progresista” a las brutalidades de Rajoy, está la verdadera sustancia y el enorme vacío de un debate desolador que alborozó a la enorme cuadrilla de funcionarios de Falsimedia.
Ambos contendientes razonaron sobre supuestos comunes implícitos que ninguno cuestionó en absoluto, por ejemplo, la consideración de la economía capitalista neoliberal como “proyecto común”, o como “actividad empresarial con intervención pública de fomento”, en la que las relaciones de empresarios y trabajadores no plantean ningún conflicto social. La doctrina franquista de la “colaboración de clases” bajo tutela policial del estado, ha sido asumida con el retoque liberal de la “no intromisión del estado” que recordó de pasada Rajoy.
La economía capitalista no implica relación alguna de poder, ni tampoco relaciones sociales conflictivas. Así lo piensan, ocultándolo en su expresión más directa, pero diciéndolo continuamente en cada uno de sus argumentos y promesas, el Cándido Zapatero y el Inquisidor Severo Rajoy.
Zapatero, por ejemplo, habló de reducir hasta el 25% los contratos temporales, pero no dijo una palabra sobre la precariedad, la angustia, la situación laboral de indignidad, el abuso empresarial, la falta de seguridad y la dependencia servil que generan los llamados “contratos fijos”, y el escenario global y terrible de precariedad en el que se ha convertido la actividad económica.
La economía es para los dos partidos que se presentan ostentosamente como alternativas únicas y permanentes, una cuestión “técnica” que reclama la prioridad de los políticos en los temas clásicos del pensamiento neoliberal más radical: infraestructuras y “adaptación de la masa laboral” a la demanda empresarial.
Los desórdenes provocados por una economía capitalista en la que la presencia colectiva de los trabajadores ha desaparecido y es simulada por unos sindicatos integrados totalmente en el sistema (burocracia sindical, funciones, financiación, doctrina), permiten el despliegue de la “acción compasiva del estado”. Afortunadamente para las aspiraciones de Zapatero, la extrema derecha española que representa Rajoy todavía no ha asimilado este componente balsámico y propagandístico, necesario para disfrazar la brutalidad social neoliberal.
Bajo el severo control del guión y del escenario, la tragicomedia se desarrollo de esta manera:
- Preludio
Zapatero hizo el canto del “desarrollo económico y social sostenido, que reparte felicidad por todas partes y para todos”. Fue la recreación –a las puertas de una crisis que va a afectar gravemente incluso a la economía de subsistencia- de la “utopía neoliberal” que demuestra la absoluta incapacidad para gobernar del actual presidente del gobierno, y la marginación de la realidad del actual sistema político y de partidos.
Fue una especie de utopía continuista, un tanto inhóspita y tecnocrática. La idea del crecimiento continuado que abre la posibilidad de repartir la renta a través de las “políticas sociales” presidió toda la disertación económica y social de Zapatero. El Zapatero Pangloss abrió pues la escena.
Rajoy replicó con el enunciado de una “crisis de gestión política” que deriva de los últimos cuatro años de gobierno. El Rajoy apocalíptico pidió “orden y control” como principio de gobierno. Lo aplicó directamente –y con especial énfasis- a la política de inmigración para la que reclamó: entradas legales y con “contrato de explotación”, expulsión de delincuentes y repatriaciones masivas. Rajoy alentó una y otra vez la xenofobia y el racismo presentando a los inmigrantes como probables delincuentes y como seguros consumidores de las ayudas sociales que deberían satisfacer las necesidades de los “españoles”.
- Primer Acto. Economía
Zapatero enarboló el superávit presupuestario (del enorme déficit exterior y de la imposibilidad de corregirlo en una economía que ha fabricado suelo edificable para los “grandes inversores” nacionales y extranjeros) como colchón suficiente ante una “desaceleración económica de origen mundial”.
A partir de esa premisa fundamental: no hay crisis, mucho menos crisis del modelo económico, y mucho menos todavía crisis catastrófica; el Zapatero demediado entre el filósofo Pangloss y el ingenuo discípulo Cándido, esbozó una política económica keynesiana precisamente para atajar esa “crisis que no lo es”.
La primera acción de Zapatero será la de convocar a los “agentes económicos” –los mismos que nos han llevado hasta el desastre: la patronal, los sindicatos y los agentes políticos estatales y autonómicos- para que le ayuden a proclamar que estamos ante un enorme problema y a compartir las medidas de ajuste.
Después el gobierno lanzaría un plan de infraestructuras dirigido a paliar la crisis en la construcción, al que acompañaría un plan de construcción de viviendas sociales con el mismo objetivo.
El gobierno lo completaría con un programa de reciclaje de los trabajadores del sector en crisis. Algunos de los efectos sociales inmediatos serían aliviados con el apoyo público a una renegociación de las hipotecas, para evitar el descalabro inminente que afectaría sobre todo a las clases medias.
El Zapatero feliz que prometió la creación de 2 millones de puestos de trabajo sin explicar de dónde saldría ese milagro, no tuvo más remedio que rozar la verdadera naturaleza y envergadura del desastre que se avecina cuando prometió la creación de un Observatorio que vigilase los precios de los alimentos básicos.
Rajoy, que no podía objetar nada al impecable neoliberalismo de Zapatero, ni a su “conservadurismo compasivo” desarrollado en “políticas sociales” de carácter asistencial y de aplicación sectorial, desarrolló la tesis del “estropicio” -no de la crisis- y lo vinculó a la “desatención” del presidente del gobierno.
Con tales premisas, Rajoy no hizo otra cosa que afirmar la suprema importancia de la economía y repetir su tenebroso estribillo general de “poner orden y control en la situación”. Sólo pudo esbozar sus conocidas promesas de bajar los impuestos.
En el colmo de la contradicción y el desatino, Rajoy admitió que sólo se había preocupado por los precios hace algunas semanas: “las cosas fueron bien hasta entonces, Zapatero vivió de las rentas de la buena situación económica que le dejó el PP, y de la inercia”. Ahí –en ese recodo del camino- se despeñó el candidato “popular”.
Zapatero no se salió ni un momento de la feliz utopía del “crecimiento sostenido”, y de su preocupación por la distribución –siempre compensatoria, nunca estructural- de la riqueza.
Dos millones de puestos de trabajo -1.200.000 de ellos para mujeres- fue una “magnífica” y totalmente irresponsable promesa que resistirá sin duda, durante una semana más, los nuevos datos del crecimiento incontenible del paro. También lo fue la de ampliar los “contratos fijos” hasta el 75%. El dogma sagrado de la competitividad que obliga a tratar a los trabajadores y trabajadoras como “basura humana rechazable o reciclable” no fue –estamos en campaña electoral- mencionado.
Rajoy se encontró en una disyuntiva insalvable. Su neoliberalismo radical y doctrinario le impidió alterar en lo más mínimo el dogma de la “soberanía del Dios Mercado”.
- Segundo Acto: Políticas sociales
En el tema de las “políticas sociales”, Zapatero encontró también mucho más espacio que Rajoy.
Prometió dedicar la mitad del presupuesto al gasto social, desarrollar la ley de Dependencia y dar otro impulso a la ley de Igualdad, mientras que Rajoy quería explotar a tope la veta de la xenofobia cuestionando la posibilidad de dedicar fondos complementarios a las “políticas sociales” por la incidencia negativa de los inmigrantes: “los españoles perderán ayudas sociales y se verán perjudicados” repitió, una y otra vez, el aspirante a la presidencia del gobierno.
La mayoría de los votantes no está todavía preparada para un discurso tan extremadamente egoísta y brutal, que alimenta el pánico con “la Gran Avalancha”, y que no tiene en cuenta además la explotación económica de los inmigrantes, y la creación de “ejército laboral de reserva” que hace posible la explotación simultánea de los trabajadores locales.
- Tercer Acto: relaciones internacionales y política de seguridad
A las relaciones internacionales no le dedicaron los candidatos ni una parte mínima del guión. Sólo alguna escaramuza relacionada con una supuesta política de paz de Zapatero, y el apoyo a las “guerras ilegales” de Aznar y sus herederos políticos.
Tanto Zapatero como Rajoy son atlantistas incondicionales , y asumen el principio fundamental de la política exterior europea: “sólo es posible el consenso de la UE obedeciendo a los EEUU”.
Zapatero retiró las tropas españolas de la “guerra ilegal” de Iraq, pero se esforzó inmediatamente por compensar a los EEUU –adiestrando a las fuerzas de seguridad del gobierno títere de Bagdad- y no desentonar de los “aliados incondicionales del Imperio”, enviando soldados a una guerra de ilegalidad más camuflada como la de Afganistán. En el Líbano, Zapatero, acudió rápidamente para sostener el gobierno proamericano de Signora deslegitimado tras la invasión del país por el ejército de Israel en el verano de 2006.
Zapatero y su estado mayor atlántista han codificado en la doctrina estratégica nacional los mismos conceptos de “guerra preventiva”, “terrorismo internacional”, “rogue states”, “estados frustrados”, “proliferación de las armas de destrucción masiva en manos de países no subordinados a los EEUU”, y legalidad de las intervenciones exteriores de “occidente”, que definieron la doctrina Bush en la Nueva Estrategia de Seguridad nacional de los Estados Unidos y la doctrina de la Unión Europea en el “documento Solana”
En cuanto a la política en América Latina, las grandes multinacionales españolas, agentes de un nuevo imperialismo en América Latina, se han constituido en las “portadoras exclusivas” de un interés nacional indiscutible, que justifica la agresión continua a los países que desarrollan una política popular, soberana y de recuperación de recursos: Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Zapatero y el rey Borbón, han convertido a Aznar en un embajador universal, permanente e inviolable, que tiene cobertura del estado español para promover, alentar y articular la intervención imperial que alimenta procesos de desestabilización y golpes de estado para restaurar el poder de las oligarquías y de las multinacionales en América Latina.
El “debate” se centró en la “política de seguridad”.
Rajoy ganó aquí una de sus batallas fundamentales: convertir en dogma común la inexistencia de un problema político en Euskadi, legitimar la represión que ha violado los derechos políticos y electorales básicos del pueblo vasco, y convertir el fracasado proceso de paz en una violación del “consenso antiterrorista”.
Zapatero aguantó el chaparrón en el más absoluto silencio. No se atrevió, ni siquiera, a mencionar el acuerdo del parlamento que aprobó el inicio de las negociaciones de paz.
Zapatero –que había denunciado repetidamente la utilización sectaria del PP del tema del terrorismo- asumió la derrota hasta llegar a la indignidad de prometer el “apoyo incondicional” a la “política antiterrorista del PP” si Rajoy llegaba a ser el próximo presidente del gobierno.
La cobardía de un Zapatero vencido por el PP y por los halcones de su propio partido, llegó a la culminación al permitir esta derrota que condicionará de modo muy grave su probable nueva etapa como presidente del gobierno.
Rajoy se comió a Zapatero en relación con su política en Euskadi, y Zapatero cerró definitivamente un asunto gravísimo que sigue demandando justicia.
El presidente del gobierno no se atrevió a cruzar la frontera en el asunto de los atentados de Madrid del 11-M. Acusó al PP de atribuir falsamente los atentados a ETA, o al conjunto ETA-Al Qaeda, y de intentar “bloquear” el proceso judicial, pero Zapatero escamoteó otra vez la verdad indiscutible: los atentados de Madrid fueron la consecuencia del apoyo de Aznar a la brutal, genocida e ilegal invasión de Iraq.
Aznar, en su irresponsabilidad criminal y genocida, provocó una represalia en la que murieron casi 200 personas y fueron heridas cerca de 2.000 ciudadanos más.
-- Cuarto Acto y Epílogo innecesario
El intercambio de frases ya muy oídas se hizo insoportable en la parte del guión que habían bautizado como “política institucional”.
Rajoy volvió a repetir el discurso sobre la “nación española” que el PP ha heredado directamente del franquismo.
Zapatero fue incapaz de articular con valentía y alguna coherencia un discurso respetuoso con las identidades nacionales y las aspiraciones políticas que mal conviven en el “estado de la transición”. El discurso y la coherencia habían muerto en los tejemanejes de la aprobación del Estatuto de Cataluña y, sobre todo, en el establecimiento de un verdadero estado de excepción en Euskadi con el objetivo de bloquear toda posibilidad de debatir y plantear democráticamente la solución al conflicto político.
Durante el debate surgió reiteradamente el tema de la Educación que Rajoy planteó como un fracaso que exigía el cambio de los principios educativos: “mérito, trabajo y esfuerzo”, repitió decenas de veces Rajoy.
Zapatero, que prometió becas y escolarizaciones infantiles, fue incapaz de plantear el carácter irrenunciable: público y laico, de un sistema educativo igualitario.
Tampoco fue capaz Zapatero de defender la asignatura de “Educación para la ciudadanía”, ni de explicar su potencialidad en las luchas necesarias y urgentes contra el machismo, la violencia de género, el racismo, el sentido igualitario, la solidaridad, la promoción de la dignidad de los trabajadores, y la democracia participativa.
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