Agustín Mora Valle / Artículos de opinión.- Es una realidad plenamente razonada y documentada el papel pseudopolítico que siempre ha ejercido la Iglesia no solamente en España, sino internacionalmente. Papel político que, aunque sus dirigentes lo nieguen (hacen honor al dicho de “haz lo que yo te diga, no lo que yo haga”), siempre tuvo un marcado carácter oportunista, por no decir fascista, situándose sin ningún tipo de vergüenza o pudor al lado de los poderosos (dictadores o no) y de los dueños del dinero, saltándose, despreciando e ignorando “cristianamente” la voluntad de la mayoría.
En el caso concreto de España siempre ha sido así a lo largo de su historia. Todas las Monarquías siempre tuvieron la bendición de esta Iglesia trasnochada ganándose el cielo a golpe de diezmos. El ejemplo más patético de este apoyo lo encontramos en la genocida complicidad “celestial” durante la conquista, saqueo y exterminio de América Latina, Canarias y otros países del continente africano.
Y ya no vamos a hablar de la postura de esta Iglesia rancia y oscura durante la Guerra Civil (algunos curas cambiaban el crucifijo por una escopeta o mauser o mosquetón y, encaramados en lo alto de los campanarios, se dedicaban a darle matarile al ateo republicano) o al papelón que ejerció durante los cuarenta años de dictadura. Es posible que Franco enfermara de flebitis de tanto pasearse bajo palio. Tampoco vamos a hablar de la declaración de “Santa Cruzada” que la Iglesia hizo de nuestra fraticida contienda, porque entonces podríamos deducir que la capacidad cristiana, de amor, de perdón, de reconciliación, de defensa de la vida, de humildad, etc. de la que hacen gala los prebostes de un Vaticano ahora comandado por un ex nazi, no solo brilla por su ausencia sino que es un cruel sarcasmo cuando los purpurados o los que van de luto lo vociferan desde los púlpitos. No, no tienen remedio ni merecen mi respeto estos, con todo mi desprecio, parásitos antisociales que no se resignan a perder el fervor popular que han tenido en otras épocas, más por imposición y miedo que por propia devoción.
Y cuando hablo de Iglesia rancia y oscura, de Iglesia apesebrada al poderoso y al dinero fácil, que quede claro que no hablo en absoluto de la verdadera Iglesia que trabaja, lucha y sufre por la situación de pobreza, miseria, dolor, hambre y enfermedades en la que se encuentran millones y millones de personas en cualquier lugar del mundo. No hablo de la Iglesia de Tarancón o de Iniesta; del Padre Llanos o de Diez Alegría; de Monseñor Romero o de Samuel Ruiz, del Obispo Pere Casaldáliga o del párroco de Entrevías.
Hablo de esa otra Iglesia de los Pérez del Pulgar, los Escrivá de Balaguer, los Rouco Varela o García-Gasco, los Carlos Amigo o Martínez Somalo, los Ricardo Blázquez o Martínez Camino; curas u obispos, cardenales políticos que, como puntas de lanza de un Estado Vaticano gobernado por un ex nazi y firme guardián y defensor de lo que fue la Inquisición, han declarado la guerra al raciocinio, al progreso y a la libertad de las personas a decidir por sí mismas y, calzándose yelmo, loriga y armadura, se han tirado a las calles, lanza apocalíptica en ristre, dispuestos a recuperar el espacio popular perdido, no porque el pueblo no crea en SU Iglesia, sino porque SU Iglesia nunca creyó en el pueblo. Y de esta guisa, armados hasta los dientes con las armas de destrucción masiva de la alienación católico-fundamentalista, la jerarquía católica española decidió arremangarse las sotanas, ponerse el escapulario en bandolera, colocarse el bonete a lo Tejero y con la casulla, alba y otras prendas de la parafernalia litúrgica (esas prendas que Jesucristo no conoció ni por el forro) confeccionar pancartas y salir a las calles inflamados de amor patrio y exaltación cristiana (sin Cristo) a latigar a los gobernantes herejes que llevaban al país por el camino de la destrucción democrática, el ateísmo y la fundación de una nueva Sodoma y Gomorra.
No fueron dos ni tres, que fueron seis o siete, las veces que estos celosos guardianes de la fe y la (in)decencia se aventuraron, cual airados muchachos antiglobalización, por las calles españolas gritando su indignación contra el aborto asesino (ellos que asesinaron tanto en sus guerras o con su Inquisición), contra el matrimonio gay (ellos que tienen en su haber un amplio historial de pederastia tanto en niñas como en niños), contra la educación laica (ellos que siempre adoctrinaron con sus catecismos), contra el divorcio (ellos que no se casan pero tienen demasiadas sobrinas), contra la paz negociada (ellos que hacen de la muerte su principal estandarte).
Nos dicen estos pájaros de mal agüero que ellos no se meten en política y que sólo llevan la palabra de Dios; como si ese Dios representara el filibusterismo que estos jerarcas si representan. Claro, estos capos de la “cosa nostra celestial”, consentidos y mantenidos por la cobardía de unos gobiernos temerosos de la encíclica de turno, tienen el beneplácito y la “bendición”de un Papa que militó en las Juventudes Hitlerianas y el soporte político de un partido cuyo Presidente Fundador es un tal Manuel Fraga Iribarne, que trabajó muy estrechamente con el régimen dictatorial de Franco.
Parece ser que estos curas y obispos no quieren enterarse de que se les acabó la bicoca de decidir por todo un pueblo, de estar siempre presentes en la política social de un país con voz de mando. Evidentemente quieren llevar al pueblo español y las colonias que aún luchan por su independencia a los terribles tiempos del “Ave María Purísima”, la misa obligatoria, la falda por debajo de las rodillas y a la muerte con dolor para honrar a Jesucristo, muerto en la cruz con gran sufrimiento (caso hospital Severo Ochoa de Leganés) El dolor redime de los pecados.
Si no fuera cierto todo esto que comentamos sería para ponerse a reír; lo terrible es que es para ponerse a temblar en el caso de que ese partido de los jerarcas de la Conferencia Episcopal , de los defensores de la tristeza y la indignidad, de la alienación y el subdesarrollo, alguna vez llegaran a gobernar. Por lo pronto, esta Iglesia absurda e inquisitorial ya ha entrado en campaña electoral. Miedo me da.
Pregunta idiota que se me ocurre esta semana: Si los perros no muerden la mano de quien les da de comer, ¿por qué la Iglesia si lo hace?
Agustín Mora
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