Orestes Martí y Adrián Mac Liman * / Artículos de opinión.- Orestes Martí: Según algunos medios de prensa al concluir su visita de tres días a Israel y los Territorios ocupados, el Presidente de los EE. UU. George Bush manifestó: "Algún día, espero que como resultado de la conformación de un Estado palestino, no haya muros y puntos de control y las personas puedan moverse libremente en un Estado democrático, y esa es la visión". Dicen que después -y sin sonrojo- hizo una observación, que muchos consideran una "broma de mal gusto", sobre los puntos de control de los israelíes cuando dijo que su caravana no tuvo problemas para pasar -faltaría más, ¿no?-; dicen que dijo "Se alegrarán de saber que toda mi caravana de 45 automóviles pudo cruzar sin ser detenida, pero no sé si sucede lo mismo con las personas comunes y corrientes" (¿Cinismo, desvergüenza o imbecilidad? ¡Vaya usted a saber!).
Con ese mismo "timbre" -que no se sabe si es de cinismo o desvergüenza-, se afirma que el Primer Ministro israelí -Ehud Olmert- dijo que el concepto de detención de la expansión de los asentamientos de Israel en tierras palestinas sólo se aplica a aquéllos que Israel no desea conservar; lo que equivale a decir que consideran seguir haciendo lo que les venga en ganas. Hay que recordar que en su momento, Israel aceptó detener la construcción de "asentamientos" -a tenor de los establecido en la "Hoja de Ruta" que respalda el Gobierno norteamericano- pero continuó con dichas construcciones en Jerusalén Este y en grandes "asentamientos" en Cisjordania.
Mientras que Bush hablaba con la boca grande y pedía se pusiese fin a la ocupación israelí y al desmantelamiento de los asentamientos "no autorizados" en Cisjordania y se estableciera un "Estado palestino viable", continuaba apoyando a su socio principal en la zona, para que éste mantenga los grandes bloques de asentamientos judíos (en exclusivo) que de acuerdo con las posiciones palestinas, harían inviable el establecimiento de la paz.
Bush pidió además -por primera vez- que se estableciera un fondo de indemnización para los palestinos que fueron expulsados de sus hogares en 1948 -el valor de las tierras se calcula en miiles de millones de dólares-, pero sin dar detalles sobre el mismo.
Por su parte, en Gaza, la Organización Hamas desestimó la visita de Bush. Sami Abu Zuhri, miembro de dicha organización, declaró: "Bush reiteró sus promesas vacías, las cuales no despiertan ninguna esperanza en nosotros los palestinos, porque ya nos ha hecho muchas promesas que nunca cumplió, y no lo hará ahora en sus últimos días en la Casa Blanca. Condenamos las declaraciones del Presidente palestino cuando habló sobre cumplir con todas las consecuencias al pueblo palestino".
Otros analistas han señalado que aunque el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, y el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, acordaron hacer el mayor esfuerzo para concretar este año un acuerdo de paz que asegure la existencia de un Estado palestino independiente, el objetivo parece más lejano que nunca.
El viaje de Bush a la zona -tardío lo describieron varios especialistas y analistas internacionales-, constituyó para otros una reorientación política en Oriente Medio de la primera potencia nuclear del mundo, que refleja un cambio estratégico tras recientes reveses políticos de ese país en dicha región.
Unido a todo lo anterior, la situación de empantanamiento en Irak -donde un destacado analista señaló que un año después que Bush anunciara un significativo aumento de la presencia militar de su país, el buen juicio de esa estrategia es objeto de disputas en los propios EE.UU.- y el "incidente" surgido con Irán -que recuerda sospechosamente el del "Golfo de Tonkin" y del que el Pentágono admitió posteriormente que quizás se equivocó al acusar a las lanchas iraníes de amenazar a los buques de guerra estadounidenses- hace de la zona un polvorín y por ello un centro de atención de analistas de política internacional.
Con tales elementos vuelvo a dirigirme a D Adrián Mac Liman con la petición de que nos haga una valoración sobre estos temas y nos hable de los posibles escenarios para 2008, en Oriente Medio.
Adrián MacLiman: Más allá de lo meramente anecdótico, las bromas de mal gusto y el cinismo del Presidente Bush durante su visita a Israel y los Territorios palestinos, nos ha llamado la atención el cambio experimentado en la postura del actual inquilino de la Casa Blanca frente al conflicto israelo-palestino. En realidad, no se trata de una nueva orientación de la política exterior estadounidense, sino más bien de una tímida evolución a nivel meramente semántico. Durante la gira, Bush no aludió ni una sola vez al “Estado judío”, término empleado por la Administración republicana a partir de 2001, a petición expresa del general Sharon. Más aún: el presidente estadounidense hizo caso omiso de las tan cacareadas resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, limitándose a criticar veladamente la “ocupación iniciada por los israelíes en 1967”.
Curiosamente, Bush habló del derecho de retorno de los refugiados, tema clave que bloquea desde 1994 las consultas entre israelíes y palestinos, sin tomar partido a favor de ninguna de las partes. Pero en este caso concreto, la ambigüedad lingüística se limita a ocultar la opción de la diplomacia estadounidense, partidaria de una solución crematística del problema, es decir, de la renuncia por parte de los casi 4 millones de refugiados palestinos al derecho de retorno a cambio de simples compensaciones económicas. Esta sería, recordémoslo, una de las variantes contempladas por las potencias occidentales (Reino Unido, Suecia, Noruega, etc.) durante las consultas celebradas después de la Conferencia de Madrid. Una solución descartada en su momento por el primer Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat.
Aunque el dignatario estadounidense haya reiterado la postura primitiva de su equipo en cuanto a las futuras fronteras entre Israel y el Estado Palestino, es decir, la necesidad de tomar como punto de partida los confines establecidos tras el armisticio de 1949, se “olvidó” la siempre socorrida alusión a los “cambios que reflejen el estado de cosas actual”, mero eufemismo destinado a avalar la política de asentamientos – sean estos legales o ilegales – llevada a cabo por los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv.
Otro detalle importante: Bush recalcó el hecho de que las cuestiones políticas y religiosas entorpecen el diálogo sobre el futuro de Jerusalén. Con ello, el Presidente norteamericano se aleja de la tradicional postura de su Administración, que defendió en reiteradas ocasiones las tesis israelíes: Jerusalén es judía y será indivisible.
Pese a esa complicadísima gimnasia mental, la argumentación de George W. Bush no convenció a los palestinos ni a la mayoría de los Gobiernos árabes. Y ello, por la sencilla razón de que los habitantes de Gaza y Cisjordania dudan de la imparcialidad de los Estados Unidos y de su deseo sincero de acabar con el conflicto o, mejor dicho, con las raíces de éste, mientras que la opinión pública de los demás países de la zona teme que el hipotético arreglo ideado por la Casa Blanca se parezca mucho más a una solución “a la afgana” o “la iraquí”. No hay que olvidar que durante la gira por las capitales de Oriente Medio el caballo de batalla de Bush fue… “el terrorismo patrocinado por el régimen islámico de Teherán”.
En este contexto, cabe preguntarse si las buenas palabras del Presidente no sirven, en realidad, para forjar una nueva alianza bélica. Esta vez, el blanco sería otro gran país productor de petróleo: la República Islámica de Irán. Personalmente, estimo que los comentarios sobran.
Orestes Martí: Le agradezco su tiempo y sus reflexiones y seguramente volveremos a dialogar sobre Oriente Medio próximamente.
*Analista de política internacional, escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
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