Democracias burguesas / Canarias Insurgente.- Desde el advenimiento de la democracia en España las elecciones se han convertido en el instrumento que posibilita la representación de los ciudadanos, eligiendo con sus votos a sus "representantes" en las diferentes instituciones del Estado. Esto ocurre cada cuatro años, sin embargo, en la Constitución no se articula ningún mecanismo de control y/o censura -posibilidad de revocación- de los ciudadanos sobre estos mismos políticos que han elegido y no han cumplido con sus promesas, o han delinquido aprovechándose de sus cargos.
Cuando un partido se apoltrona en el poder con la tranquilidad de saber que sus "leyes", que sus cambios, que su políticas en definitiva no van a tener ningún obstáculo para salir adelante, entonces las sombras de la dictadura con ropajes de democracia sobrevuelan las esperanzadoras expectativas de los ciudadanos que, gracias a la libre opción del voto, se ven inmersos en una trampa de la que no hay ninguna forma de salir.
En estos casos la democracia es tan sólo una disculpa de los advenedizos de turno para ejercer desde el poder, la más degradante tiranía, el desprecio absoluto a las reglas del juego para proteger sus intereses personales por encima de los generales.
Su democracia se basa en un perverso sistema que permite, durante escasos minutos cada cuatro años, que los votos de los ciudadanos den patente de corso a los políticos electos, entre ellos muchos tahures, sin posibilidad alguna por parte de los ciudadanos de fiscalizarlos y/o revocarlos siempre que no cumplan lo ”prometido” en sus programas electorales, incurran en actividades punibles y/o en prácticas éticas o moralmente condenables. Un perverso sistema electoral que además margina a las minorías, a las que deja sin representación y sin posibilidad de hacer oír sus voces.
La clase política, salvo honrosas excepciones, ha convertido la democracia en un entramado de intereses, en una ridícula farsa de lo que debe ser un sistema político y social avanzado basado fundamentalmente en la defensa de los intereses generales, en el pueblo, en el ciudadano. Es por esta razón que para que un sistema funcione democráticamente no basta con tener una Constitución impresa sobre el papel, sino que es necesario que se ponga en práctica, y no como hasta ahora que la realidad se ha alejado de los postulados teóricos que a algunos próceres nacionales les parecían tan prometedores.
La confusión de lo público y lo privado tiene también su expresión en los aspectos burocráticos de la administración, donde el poder se fosiliza y es muy difícil distinguir a quien sirve. La monstruosa deformación de las relaciones sociales que supone el paternalismo afecta profundamente no sólo a las instituciones de gobierno, también a toda la maquinaria administrativa que conlleva el ejercicio del poder, utilizando un símil médico la metástasis se ha extendido a todo el sistema nervioso y motor de los instrumentos del poder.
Es absolutamente necesario un nuevo proceso constituyente basado en los principios republicanos que nos permita dotarnos de nuevas leyes para poner freno a la ambición sin límites de los poderosos, al egoísmo y a la enfermiza obsesión por el poder que mueve a estos individuos, para hacerles entender que -aunque lo crean- nadie está por encima de las leyes. Para que entiendan que en democracia la sociedad se construye y articula entre todos, sin sectarismos, ni amiguismos, sin sentir miedo a las represalias del partido de turno.
O en caso contrario, como ya sucede, el significado de democracia se convertirá en un simple vocablo vacío de contenido.
Democracia buguesa, los ciudadanos están empezando a no creer en ella.
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