J. M. Álvarez / Artículos de opinión.- A estas alturas, se llevan vertido ríos de tinta sobre el incidente provocado por el auto-elegido Jefe del Estado español, en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile. Quizás quede por adicionar que, con esa actitud, el mismo Borbón desmonta la leyenda de que le está vedado hacer declaraciones de carácter político, pues su salida de tono y conducta posterior, tienen indudables connotaciones políticas, dado el contexto en las que se produjeron.
Es lógico que el mandatario venezolano, se pregunte si el monarca sabía algo sobre el golpe de estado del 2002. En España aún nos estamos preguntando qué papel jugó en el autogolpe del 23-F (1981), que puso fin a la incipiente democracia y dio paso al régimen actual. Al final, el tiempo pone a cada uno en su lugar. Mientras Hugo Chávez y los dirigentes de, Bolivia, Nicaragua y el vicepresidente cubano, se reunían con los organizadores de la Cumbre paralela, celebrada por organizaciones gremiales y de izquierda, Zapatero se fue a hacer turismo, ufanándose públicamente de que un señor (Aznar), considerado como criminal de guerra, le había llamado para darle las gracias por salir en su defensa.
A propósito de la algarada que tienen desplegada los medios españoles, hay que aclarar que no es nada nuevo. Todos los días, desde hace años, se descalifica de manera barriobajera a Cuba, Venezuela y ahora también a Bolivia. Ecuador comienza a ser denostado y mañana le tocará el turno a Perú si Ollanta Humala alcanza la presidencia. Hasta Néstor Kichner, anterior presidente de Argentina, ha sido ridiculizado, por su aspecto físico, a raíz de las críticas que vertió en una ocasión contra empresarios españoles. Cualquier nación latinoamericana que oponga resistencia a la implantación del neoliberalismo, será objeto de las iras de un país que pretende ser Madre, Patria y Patrón.
La prepotencia y la arrogancia típica del imperialismo, bordea el ridículo en el caso de España, una potencia de segunda fila. En los plenos de las Corporaciones locales y provinciales (donde se debaten temas exclusivamente domésticos) diputados y alcaldes fascistas, devenidos en demócratas, califican, sin que venga a cuento, a los representantes de la izquierda oficial de “defensores de la dictadura cubana”. En los medios de alcance nacional, se utilizan los términos “gorila”, “indio” y “horrible dictador” para referirse a los dirigentes de Venezuela, Bolivia, o Cuba. Acusaciones sobre atroces torturas, crímenes y un sin fin de despropósitos más, están a la orden del día y son permitidos por el Gobierno de turno en nombre de una zafia libertad de expresión. A pesar de ello, el señor Zapatero y el señor Borbón, aparecen- cargando con toda esa porquería- por las Cumbres Iberoamericanas y piden explicaciones cuando les exigen respeto e igualdad.
El régimen español no es un ejemplo para nadie. El estado de contrarrevolución permanente -no porque exista una revolución, sino para evitar que ésta se pueda producir algún día-, impuesto por el sistema, vigila y reprime a anarquistas, okupas, comunistas revolucionarios. patriotas vascos e intelectuales progresistas que son acosados para excluirlos de la sociedad, tratando de arrojarlos al lumpen, o encerrarlos en las cárceles de exterminio. Ahí están, documentadas por Amnistía Internacional, las torturas impunes que sufren los inmigrantes sin papeles o los sospechosos de pertenecer a ETA. También están ahí, los presos políticos (comunistas y vascos de Herri Batasuna), el cierre de medios radiales y escritos, las ilegalizaciones de organizaciones políticas que no se ajustan a la antidemocrática Ley de Partidos, las impunes ejecuciones extrajudiciales de los GAL, o la retirada del derecho al voto de miles de ciudadanos del País Vasco.
Los países dignos de América Latina no deben esperar a ser agredidos para responder a un régimen tan indigno como el de Madrid. Como pueden comprobar, existe material de sobra para denunciar a España en cualquier foro internacional. Es el Gobierno español quien debe cerrar su mentirosa boca.
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