Foros ciudadanos / Foro Ciudadano Contra la Incineración de Residuos.- Todos los grandes 'cañoneros' adictos al régimen llevan desde que aconteciera el lamentable incendio forestal que hemos padecido este verano disparando su artillería, o sus fuegos de artificio, bajo la única consigna de 'salvad a Wladi'. Y es que Wladimiro Rodríguez Brito, el consejero de Medio Ambiente del Cabildo es todo un personaje.
Y pensamos, honestamente, que ni tanto ni tan poco. Yo no sé por qué se puede entronar a un político de la manera que se ha entronado a Wladimiro -por parte de algunos- ni por qué alguien puede creer que corre peligro su cargo cuando desde la época de Felipe González no hay político que dimita, o asuma responsabilidades, en este país a no ser que se las quite un juez. Que, incluso, en esos casos algunos siguen mangoneando, por medio de hijos o lo que sea, desde el propio talego.
La realidad es, desde nuestro modesto punto de vista, que lo importante ahora no es tanto cargarse a Wladimiro como el conseguir un debate serio, en ésta y en otras islas, sobre la auténtica realidad de nuestro riquísimo patrimonio forestal y cómo convivir con esa realidad de manera positiva y con cierto grado de seguridad. Y la verdad es que los cambios en el asunto forestal han sido demasiado rápidos y quizás de ello no somos lo suficientemente conscientes. Porque en apenas cuarenta o cincuenta años hemos pasado de subir todos al monte, para sobrevivir, a una situación de proteccionismo a ultranza que no ha sabido encontrar esa solución de continuidad imprescindible en procesos naturales y ecológicos de estas características.
Hace treinta años yo era uno, como Wladimiro un poco antes y la mayoría de los que tenemos procedencia del mundo rural, de los que al menos una vez a la semana me metía en el monte a hacer lo que hoy sería considerado por todo el mundo como una especie de destrozo. Auténticos remates a mata rasa en monte verde de donde se obtenía no sólo la cama para las vacas sino los palos con los que después se amarraban las plataneras, se sujetaban los racimos o se levantaba la viña o las tomateras. Y es cierto que no sólo, ya en esa época, fuimos muchas veces perseguidos como criminales sino que sencillamente nos aburrieron. Entre pagar permisos, asegurarte de no cargarte ninguna mata de laurel de determinado porte -porque la 'ingeniería' de la época le entró el punto de conservar sólo los laureles lo que representaba un auténtico disparate porque estos laureles se convertían en una especie de castañeros gigantes cuya sombra impedía la regeneración normal del monte verde y caían como palillos ante vientos fuertes- la gente se fue convenciendo de que lo mejor para el suelo eran los abonos químicos y de que para amarrar la platanera no había nada como la tubería galvanizada.
Y con la pinocha, por mucho que nos cuenten estos ingenieros arrepentidos ahora, ocurrió tres cuartos de lo mismo. La gente fue expulsada del monte -o al menos todo el que iba a trabajar- casi a punta de pistola para que se ocuparan de cuidar de los jardines o de fregar los cacharros en las urbanizaciones turísticas esencialmente. Y esa interpretación wladimiriana de que nadie quiere trabajar la tierra ya es sólo valorable desde el punto de vista, o si tenemos en cuenta, que en un momento dado a la gente se nos echó del campo a la patada limpia.
Y ni tanto ni tan poco. Detrás de todo esto hay muchísimos intereses y hasta ahora la cultura del bloque y del hormigón ha sido la que ha imperado a costa de un montón de cosas. Y una de las víctimas principales ha sido un modelo de desarrollo más o menos equilibrado que hoy por hoy sería perfectamente viable porque hay recursos, o ha habido recursos en los últimos años, suficientes para buscar esa necesaria armonización. El monte puede ser no sólo una fuente de disfrute sino que, al mismo tiempo, puede funcionar como una fuente de recursos importante si no terminamos, eso sí, definitivamente con nuestro suelo agrícola a base de anillos insulares, vías exteriores y demás.
Wladimiro, interesadamente desde nuestro punto de vista, se va a los extremos para hablar de la imposibilidad de este necesario equilibrio hablando no sé si de 600.000 camiones de pinocha o barbaridades de esas que para nada se ajustan al análisis sensato de la situación. Entre otras cosas porque no hay ni que retirar toda la pinocha ni porqué hacerlo todos los años en los mismos sitios. Eso es sencillamente marear la perdiz y una postura fatalista que sólo nos puede acarrear desgracias como la que inexorablemente nos azotó días atrás.
Y probablemente poco gente habrá criticado tanto a Wladimiro como nosotros, pero tampoco nos cabe ninguna duda de que para él un espectáculo tan dantesco que hemos vivido en esta Isla, también en Gran Canaria, no ha debido ser nada agradable, como es lógico. Por eso no estamos ni con el adulamiento perpetuo de personajes como el Peytaví y demás ni con ese periódico inglés que centra su atención en el hecho de que el consejero estuviese echándose unos lingotazos de vino a la hora que comenzó el incendio. Hombre, tampoco le vamos a pedir al consejero que se pase el verano subido a una torreta de vigilancia forestal, pienso.
Y entre las luces y las sombras de Wladimiro, que es verdad que tiene un carácter bastante chungo aunque uno también puede dar fe de que en un momento dado el tipo puede tener un detalle de agradecer incluso con los que generalmente considera -sin razón alguna- sus peores enemigos (como en alguna ocasión nos ha considerado públicamente a nosotros), consideramos que el nuevo enfoque que se observa en el plan de residuos, donde tienen mucho que decir el aspecto forestal, puede constituir uno de los principales legados -mucho más que el de las repoblaciones mayoritariamente fallidas- que podría dejarle Wladimiro a esta Isla si desechase la incineración y apostase fuerte y seriamente por el compostaje de los residuos orgánicos municipales para los que los residuos forestales podrían constituir un complemento fantástico.
Ahora bien, el cambio de mentalidad, el nuevo enfoque de modelo de desarrollo necesario y que apueste verdaderamente por la ganadería y por la agricultura (importamos más del 90% de lo que consumimos) así cómo la metarmorfosis a la que sería necesario someter a la mayoría de nuestros políticos es de tal magnitud que, hoy en día, pareciera una tarea casi imposible. Otra cosa es que la realidad de una crisis inmobiliaria -de la que ya se habla- u otras cuestiones, incluso más desagradables, nos hagan entender a la fuerza que cualquier parecido con la sostenibilidad de este modelo de desarrollismo a ultranza es pura coincidencia, o sencillamente imposible, desde todos los puntos de vista.
Por eso el análisis simplista de una desgracia como la acontecida en el norte de Tenerife, o en casi todo el centro de Gran Canaria, estas últimas semanas pareciera acaso un poco insuficiente. Y centrar el problema en el número de helicópteros y de hidroaviones que se encuentren apostados en la Isla durante el verano resultaría casi estrictamente una sencilla ridiculez. Eso por no hablar de las cojonudas conclusiones a las que ha llegado Greenpeace, según las cuales son los agricultores y los ganaderos los que se cargan los montes lo que, para el caso de Canarias, representa algo así como echar piedras sobre nuestro propio tejado.
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