Iglesia, colonialismo e imperialismo / Venezuela socialista.- Javier Biardeau R. Al parecer, hay quienes quieren desconocer o minimizar el peso que juega en el terreno de los valores, ideas, creencias e imaginarios, la lucha de los factores de poder contra la izquierda anticapitalista en Venezuela. Es con los poderes fácticos con quienes se enfrenta el gobierno revolucionario, con poderes estratégicos concentrados, y no con el poder formal del estado.
La revolución bolivariana ha tenido un relativo éxito para desplazar del poder formal del estado al personal político-administrativo de las clases económicas dominantes, así como para neutralizar la capacidad represiva de las fuerzas armadas contra el movimiento popular, pero no ha derrocado el poder fáctico de las clases dominantes.
Así que, el socialismo del siglo XXI podrá ser una propaganda estatal masiva, pero no hay nada que indique que sea una construcción ideológica autónoma del movimiento bolivariano. Esto depende de otras mediaciones y otros procesos, que aun son embrionarios y desfavorablemente tutelados por una burocracia incompetente en cuestiones de socialismo (como toda burocracia). No es fruto de la hegemonía estatal que podrá construirse el proyecto ideológico del nuevo socialismo, sino de la conjunción entre poder popular organizado y la construcción del intelectual colectivo. Por tanto, estamos frente a dos actitudes erráticas, la de la jerarquía católica y los poderes fácticos, con su retórica anticomunista calcada del inciso sexto, y la del gobierno revolucionario, que aún desconoce que la construcción de una alternativa ideológica al capital es mucho mas que propaganda estatal.
La jerarquía católica es un factor de poder, no es una comunidad de santos, tienen intereses de poder, y luchan por imponer sus visiones y demandas particulares en la sociedad venezolana. Es un grupo de poder, un grupo de interés particular y conforma un factor de presión política Enmascaran sus intervenciones político-ideológicas con exhortaciones morales, y pretenden ubicarse en un lugar de enunciación que los autoriza a prescribir recetas sobre lo bueno, lo malo y lo no tan santo. Han jugado un destacado papel político en las crisis institucionales, y han entablado una función de modelaje en la hegemonía ideológica desde la situación colonial. Son pues, responsables de la reproducción de un patrón de creencias y valores, y responden a directrices del Vaticano con relación a su papel hegemónico en los círculos civilizatorios, culturales y nacionales del occidentalismo. Por tanto no son solo un poder fáctico nacional, sino un enclave ideológico transnacional, un localismo que logro globalizarse y luego arraigarse como parte de la mentalidad común, como un estrato psico-cultural en el continente americano. Son pues, un poder simbólico, que se disputa el monopolio de la violencia simbólica legítima. Ya el relato de los vencedores en el proceso de conquista y colonización ha hecho aguas, y ni siquiera la autoridad papal puede mantener su vigencia como mentira institucionalizada. Porque en el fondo, la jerarquía católica en el mundo, y no solo en Venezuela, cumple el papel burocrático-sacerdotal del principio de regulación ideológica; es decir, el de institucionalizar mentiras en nombre de la fe.
En fin, la jerarquía católica es parte de un paisaje posmoderno en los territorios periféricos, donde el arcaísmo premoderno lucha por su espacio para reiterar dogmas político-filosóficos sobre el “bien común” y la “ciudad de dios”, combinando a Aristóteles con Santo Tomás, siempre con un toque de Maquiavelo, Hobbes y la dosis de inquisición que nunca puede faltar. He escrito deliberadamente “dios”, chiquitico, porque el pluralismo contemporáneo, en el terreno de las ideas, valores y de las religiones ha puesto a todas las narraciones maestras en un espacio diminutivo, donde comparten sus arrogancias, cada vez mas frustradas, con otros pequeños nombres de los sagrado(s).
Hoy se habla de diálogo interreligioso, intercultural, internacional, interétnico, etc. Vivimos, entonces, en un multi-verso descentrado, en un entre-discurso, para los curas un presagio babélico, y por tanto en un multiverso aún tamizado por imperialismos culturales, políticos y militares. Y es de esta hegemonía en declive que la jerarquía católica se lamenta constantemente, de su papel cada vez menos expansivo en el terreno ético-cultural, declive que comenzó con la revolución francesa y la modernidad laica pero que se cruza con procesos más complejos fecundados por la inter-culturalidad.
Sin embargo, hay algo que huele a naftalina en los argumentos expuestos por la jerarquía católica, que huele a las antinomias de la guerra civil española o al movimiento de los cristeros en México. Una suerte de integrismo inhibido, de anticomunismo ramplón. Todavía hoy, la jerarquía católica conserva los vetustos miedos de las oligarquías latinoamericanas cuando se habla de participación popular. Particularmente, en Venezuela hay que desmitificar a la jerarquía católica como una fracción de poder, simplemente para contrastar unos dogmas con otros, para hacer estallar los espacios cerrados de los universos, para que nos dejemos de pendejadas, como diría el más o menos respetable Uslar.
Sobre las creencias de cada quién, todas tienen sus pretensiones de legitimidad social, pero algunas menos que otras, y aquí vienen las opciones ideológicas (que la CEV debería dejar al espacio de la libertad singular, sin intimidaciones retóricas sobre el “mas allá”); pero sobre la imposición de creencias a otros en los juegos de poder hay que tomar distancias críticas, y por esto me parece paradójico que quienes colonizaron y evangelizaron, lo que llamamos etnocidio, estén tan preocupados en ser desplazados de los espacios mentales por el nuevo fantasma que recorre las praderas: el socialismo del siglo XXI.
A la iglesia católica, como a todas confesiones religiosas un Estado laico las debe tratar con respeto pero sin concesiones políticas. Su papel en el terreno ético-cultural es un asunto de libertad confesional, pero no de política de Estado. No debe jugar papel rector alguno sobre las decisiones y opciones ideológicas de cada quién, les duela o no a quien le duela. Existirán quienes se declaren confesionalmente católicos, pero hoy hay muchos otros que no lo son ni lo quieren ser. Hay quienes practican sus creencias sincréticas, quiénes van al supermercado espiritual, quienes se dan golpes de pecho los domingos pero el resto de los días andan con el feng sui de cualquier canal de TV. Entonces, vivimos en otro tiempo, en tiempo donde las mujeres luchan por el derecho al aborto, los homosexuales a casarse, los transexuales ha dirigir sus vidas, los jóvenes a recibir otra pedagogía, los obreros a que no los exploten, los pueblos indígenas con sus tradiciones y cosmovisiones ancestrales, las prostitutas a ser consideradas trabajadoras sexuales, que las minorías étnico-culturales tengan igualdad de derechos y no discriminación frente a mayorías etno-culturales, que los afro-descendientes puedan llevar sus santos con orgullo, en fin, vivimos tiempos de diversidad moral y espiritual, y hay que apelar a mínimos de convivencia, no a los integrismos. De allí que ni el socialismo del siglo XXI podrá lograr la homogenización ideológica que algunos estalinistas pretenden, ni la jerarquía católica nos impondrá un nuevo horario para rezar el rosario: el siglo XXI ha llegado con sus signos de fractura, diversidad y desconfianza por los grandes relatos. Entonces, no hay nada mas sano que poner a la jerarquía católica en su lugar, que son los templos e iglesias, y en caso de que se metan en política tratarlos como actores políticos, como factores de poder. Así quedará claro cuando juegan a la moral privada y cuando juegan a la política pública.
Por tanto, si el socialismo del siglo XXI quiere tener futuro tiene que romper con el monologo mono-cultural de la jerarquía católica. Incluir la diversidad cultural, ideológica y filosófica en el Socialismo, que fue diverso aunque anticapitalista y solo fue homogeneizado ideológicamente por una burocracia política. El cristianismo es anticapitalista pero no es el único núcleo ético-cultural del anticapitalismo, pero la jerarquía católica se ha acomodado al poder del imperium desde su creación como jerarquía, no se engañen las audiencias. Hablar de iglesia católica, apostólica y romana es hablar de Imperium.
Llama la atención, que Chávez, quién ha apelado al cristianismo popular en sus discursos, sea atacado por la jerarquía católica como un demonio marxista-leninista, cuando lo que existe realmente es una desmitificación paródica del poder en todas sus formas. Repito: desmitificación paródica del poder. Aunque sea una consecuencia no intencional del accionar de Chávez, todos los poderes están desnudos, los poderes formales del Estado capitalista-rentista y los poderes fácticos de las clases dominantes en el país. Hoy todos los factores de poder están sin mascaras ni ropajes metafísicos, y están desnudos desde el 11 de abril del año 2002. Entonces, no es tiempo de moralinas virginales, ni de exhortaciones ni de diálogos hipócritas y/o cínicos, sino de enfrentar el desafío del debate político sobre el presente y futuro del país para el siglo XXI, escúchese bien: XXI. Se trata de plantear un terreno democrático para dirimir controversias de forma y fondo; es decir, el tribunal de la razón democrática define las opciones, no lo acostumbrados pactos cupulares. Hay que otorgarle a la CEV razón cuando plantea sus reservas sobre el procedimiento de la reforma constitucional, pero esta media verdad esconde grandes mentiras institucionalizadas por la propia jerarquía católica.
La posición de la CEV no es más que la ratificación del siglo XX, una actitud continúa de la jerarquía católica por alimentar la propaganda anticomunismo en el país. El rechazo al marxismo como método de interpretación de la realidad socio-histórica y como herramienta de formación política ha sido una constante, y su actitud contraria a la teología de la liberación en el seno de la iglesia es parte de los episodios invisibilizados de una guerra cultural de baja intensidad que ha sido permanente para distanciar a los sectores populares de herramientas teóricas criticas que les permitan pasar de un estado de pasividad política a una actitud de concientización social y política, donde la retórica de la justicia de paso a los hechos de justicia social. En este sentido, y siguiendo al asesinado sacerdote de los pobres, Ignacio Martín-Baró, la jerarquía católica ha apostado mas por el “opio domesticador” que por la liberación de los oprimidos.
En Venezuela existe una profunda mentalidad anticomunista arraigada desde el gomecismo hasta la doctrina Betancourt de “disparen primero y averigüen después”. Es decir, el siglo XX venezolano está marcado ideológicamente por el anticomunismo, por el antimarxismo ramplón, por el inciso sexto del artículo 32 de la constitución gomecista, que solo la culminación paroxística de estos prejuicios en una formalización jurídica. El debate sobre el nuevo socialismo del siglo XXI ha removido viejos fantasmas de la jerarquía católica venezolana.(ver: http://www.aporrea.org/ideologia/a31043.html).
Ya en enero de 2007, la conferencia episcopal venezolana, sus arzobispos y obispos, en documento titulado “Exhortación del episcopado venezolano. Tiempo de diálogo para construir juntos.”, plantea su posición política frente al tema, que es consistente con diversas declaraciones de altos voceros de la jerarquía católica, que parecen estar claros en los intereses terrenales que defienden: el capitalismo con “velos humanistas” y la democracia liberal. Para aquellos interesados e interesadas, solo basta revisar algunos documentos muy recientes:
Solo basta comprender la intencionalidad política de las opiniones emitidas, los sesgos y falacias planteadas para constatar el déficit de Modernidad Política; es decir, la debilidad de la secularización política en espacios significativos de la esfera pública de la sociedad venezolana, y la permanente intrusión de los intereses políticos de la burocracia eclesiástica en la vida política del país, que nos remonta a las estructuras institucionales del período colonial.
Colonialidad del poder, de allí deriva la pregnancia de la Iglesia católica como factor de poder en el país. Aunque ya no juegue el papel central en el guión del teatro de poder que jugó en tiempos del absolutismo político, la iglesia católica sigue siendo un factor de poder, y lo sigue siendo porque nosotros se lo permitimos. Es decir, porque todavía hay quienes piensan que la moral y la política hablan con el mismo juego de lenguaje, cuando ya es imposible que sea así, a menos que queramos eliminar del tablero de juego a los que son distintos a nosotros. También la jerarquía católica tiene que aprender a jugar el juego democrático que aparentan defender, sin atajos como el 11 de abril.
Pero lo grave no es solo esto, sino además que los llamados a la espiritualidad auténtica, a la trascendencia y a la defensa de la persona humana se asocien explícitamente a una retórica política, de corte reaccionario y tendencioso, basada en la mala fe y en la distorsión de la propuesta del Socialismo del siglo XXI. Los citados documentos plantean y reiteran aberraciones como las siguientes:
“Se inicia una nueva etapa en la historia política del país no solo por la reelección presidencial sino también por la propuesta de un nuevo modelo político-social denominado. Su raíz ideológica es la doctrina clásica marxista–leninista de los dos últimos siglos, adaptada a nuestro medio y sustentada en una interpretación de textos de los escritos de Simón Bolívar y de otros pensadores del pasado, intentando poner sus fundamentos en experiencias sociopolíticas y económicas de países socialistas, tanto asiáticos y europeos como latinoamericanos.”
Esta ha sido el prejuicio de base de la jerarquía católica, no ver ningún síntoma ni señal de lo distinto en la propuesta del socialismo del siglo XXI. Para ellos esto es puro estatismo comunista soviético, transvasado por el castrismo cubano. Desconocen entonces, la conexión popular de amplios sectores populares, y no tantos, con el mensaje de cambio de la revolución bolivariana. Acostumbrados a la manipulación espiritual, tal vez la jerarquía católica juzgue el movimiento bolivariano como una simple demagogia de un autócrata, producto del infantilismo y pobreza cultural de las masas. Es decir, miden a Chávez con su estándar de “racionalidad”. Pero en la revolución bolivariana hay algo más que psicología de masas y los poderes del líder personalista, hay un imaginario popular que trata de salir de un laberinto histórico.
Y este laberinto histórico, es el laberinto que han construido las clases dominantes, el colonialismo y el imperialismo para mantener los patrones de explotación, dominación y opresión en su lugar. Mas allá o mas acá de Chávez hay algo mas que una “masa de maniobra” de un caudillo popular. Ese pueblo que se canso de humillaciones, vejaciones, agravios, injusticias y discriminaciones. Allí reside la esperanza de la revolución bolivariana, y si no logra cumplir sus promesas, la fuente del descontento y de su superación histórica. Y lo que saben las clases dominantes, es que sin Chávez, la explosión popular le puede pasar por encima a los factores de poder, incluida la jerarquía católica. Por esto, llaman a una reconciliación sin justicia social ni cambios estructurales, sin transformaciones profundas, llaman a los mecanismos de diálogo y concertación de la democracia elitista y a un capitalismo que es y será siempre, salvaje de todos modos. A esta revolución, sin embargo, le hace falta una verdadera revolución democrática, para salir de las trampas de la estadolatria cesarista y las nostalgias de la concertación elitista de la IV República.
Comentarios