Sindicatos / Confederación Nacional del Trabajo (CNT-Canarias).- Plenamente inmersos en la vorágine propagandística de las elecciones, se me plantea una cuestión, no tanto relacionada con los programas, intervenciones y demás que desbordan los medios de comunicación, como con la financiación de todo este derroche que se hace difícil de entender, sobre todo cuando ya los partidos disponen de espacios publicitarios en las principales cadenas de televisión, y minutos suficientes en las mismas durante todo el año como para explicar lo que ahora no es posible, dado el bombardeo e intercambio de salivazos en que se convierte cada disputa electoral.
El gasto de dinero público que supone el mantenimiento de las estructuras partidarias es inadmisible moralmente por una sociedad que padece graves problemas sociales, diferencias económicas abismales entre sectores diversos de la población, un elevado número de personas en paro, y otro numeroso contingente que no alcanza, bien con su sueldo, bien con su pensión o subsidio, el Salario Mínimo Interprofesional que actualmente está en 570,6 euros. Frente a esto, los altos cargos de los partidos políticos llegan a cobrar hasta 15 veces esa cantidad, y ello sin que añadamos otras prebendas que a fuerza de su mal uso se han instaurado como propias al cargo. Hablamos de comisiones, regalos, títulos honoríficos y premios, pensiones vitalicias, etc, etc, etc.
Los partidos políticos, que deberían a mí entender mantenerse por las cuotas de sus afiliados, exigen con la modificación de la Ley de Financiación más dinero público, al mismo tiempo que dicen reducir las posibilidades de recibir aportaciones de dinero privado. Aunque está bien claro que ambos al final no son iguales, por lo que éste último, el privado, siempre tendrá mayor consideración que aquel que sale de los bolsillos de la ciudadanía. El dinero público no exige, es dinero que desaparece, mientras que el dinero privado tiene detrás a una persona, una entidad o una empresa que ha de esperar y reclamar una cierta compensación por ese ingreso en las cuentas del partido. De ello se derivan hechos posteriores como los que continuamente saltan a las portadas hablando de corrupción, recalificaciones, prevaricación, tráfico de influencias, nuevas palabras muy en boga que vienen a sustituir a otras que suenan peor: amiguismo, clientelismo, caciquismo, y otros males que siempre han afectado a la política.
Al mismo tiempo que los gastos de los partidos políticos se disparan, con una previsión para 2007 de 111 millones de euros de dinero público destinados a este fin, se plantea la cuestión de la deuda que arrastran gran parte de dichos partidos, y que superan los 200 millones de euros. Muchas personas quisieran para sí las facilidades que obtienen de las entidades financieras entes como los partidos políticos para renegociar sus deudas o incluso verlas condonadas, lo cual muestra lo íntimamente ligados que están política y banca. Así, en un mundo donde desgraciadamente manda el dinero, ya nos podemos imaginar quien marca el paso.
Con todo este dinero de por medio no es de extrañar que los propios partidos sean instrumento de control sobre la participación directa de la población en los asuntos públicos, reduciendo ésta a la emisión de un voto un día determinado. Caro, muy caro nos sale como para no plantearnos la continuidad de esta exaltación del despilfarro. Por ello, paren un momento, tomen aire, reflexionen sobre lo aquí expuesto y contesten ¿realmente "concurren los partidos políticos a la formación y manifestación de la voluntad popular"? ¿O es la ciudadanía votante, y dicho sin ánimo de ofender, la mera voluntad de los partidos políticos?
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