África / La Jiribilla | Visiones alternativas.- Con el 22 porciento de la superficie terrestre y la cuarta parte de la biodiversidad planetaria, África alberga sólo el 11 por ciento de la población mundial. Excepto las oligarquías y otras minorías, sus 550 millones de habitantes, son pobres y casi la mitad pasa hambre.
En el África negra, el hambre no es endémica ni coyuntural, sino estructural, resultado de deformaciones introducidas por la conquista, el colonialismo y el neocolonialismo, que condujeron al subdesarrollo y a algunos países, a la postración caracterizada por el reducido nivel de la actividad económica que da lugar a escalofriantes niveles de pobreza.
El pasado colonial, racista y esclavista, creó deudas económicas, políticas, sociales y culturales que dieron lugar al entorno actual caracterizado por anacronismos como la organización tribal y sistemas políticos extraordinariamente vulnerables a la influencia y la dependencia extranjera.
A la desigual e injusta distribución de la riqueza, África suma la escasa cohesión nacional y la debilidad de los sistemas políticos, que da lugar a constantes conflictos internos y devastadoras guerras. A ello se suman la carencia de infraestructura y la precariedad de los servicios de salud, educación, agua potable, alcantarillado, la escasez de vivienda y la existencia de enfermedades y epidemias.
Cumplida la etapa de liberación nacional y los intentos por consolidar la independencia, frente a los empeños de una formidable camada de lideres nacionalistas, encabezados por Sekou Touré, Leopold Senghor, Kwame Nkrumah y otros, en varios países prevalecieron los designios neocoloniales y neoliberales que han conducido a una situación en la que no se vislumbran movimientos políticos capaces de retar el status quo y de modificarlo.
Excepto en Sudáfrica, a escala africana no se perciben movimientos políticos avanzados, ni es notable la voluntad política para promover el rescate de los recursos nacionales y fortalecer el papel de los estados para sostener programas de desarrollo y otros de beneficio social, relacionados con la salud pública y la educación, la atención a la niñez, la juventud y la ancianidad.
A la existencia de camarillas que dilapidan y malversan los escasos recursos que logran allegarse y profundizan la corrupción y la exclusión, se suman los decepcionantes resultados de las apelaciones a la generosidad de los países ricos, los inoperantes acuerdos de reuniones cumbres y convenciones, los programas auspiciados por Naciones Unidas y por organizaciones no gubernamentales y las ayudas para el desarrollo de la Unión Europea y los Estados Unidos.
África ha llegado a una encrucijada en la que los avances dependerán, sobre todo de su voluntad y de la movilización de sus recursos, en una coyuntura histórica caracterizada por la existencia de una nefasta economía global y de una crisis ecológica de alcance planetario que virtualmente le impide un comportamiento tradicional.
Las culturas que a partir de la explotación intensiva y a veces salvaje de los recursos naturales hicieron posible la industrialización, crearon las grandes metrópolis, explotaron la tierra hasta dejarla exhausta, represaron ríos y abrieron caminos, construyeron túneles, desecaron marismas y humedales, convirtieron en cloacas el Sena y el Támesis, hicieron del Mediterráneo un mar muerto e instauraron las sociedades de consumo, pretenden que el entorno geográfico africano se mantenga como en el primer día de la creación.
Los procesos que en Europa y algunas regiones de Asia comenzaron hace miles de años y en Estados Unidos doscientos, en muchos parajes de África apenas se inician. El gran desafió para el continente negro y la única esperanza de poner fin a la hambruna es utilizar sus tierras, sus aguas y su clima para producir alimentos para sus pueblos y crear bienes exportables.
No existe manera de desarrollar la economía sin modificar el medio natural. La agricultura supone desmontar y roturar la tierra para sembrar en ella plantas distintas a las que existían, emplear maquinaria y animales y utilizar pesticidas y fertilizantes. A esas transformaciones, suele añadirse el riego y las obras de infraestructura de todo tipo. La minería y la industria producen un impacto aún mayor.
Someterse a las políticas y esperar por la generosidad de los países ricos que, en lugar de explotar las riquezas minerales africanas, utilizar su rica biodiversidad, cosechar sus productos agrícolas y forestales en condiciones mutuamente ventajosas, se apropian de ella, prácticamente de modo idéntico a como hicieron los conquistadores de hace medio milenio, es suicida.
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