Agapito de Cruz Franco / Artículos de opinión.- "Ningún Gobierno y ningún Estado promueven verdaderos y profundos cambios. Los Movimientos Sociales, de diverso signo y actuando en diferentes niveles, son la única garantía de transformación.” El Libert@rio, Venezuela, nov/dic 2004.
Nunca como hasta ahora había habido tal explosión de ácaros en el medio ambiente. Antes sucedía en primavera, pero con el cambio climático, las alergias se han disparado, invaden nuestros ecosistemas y se aprovechan del trabajo de los nuevos movimientos sociales, que son los que producen el cambio en nuestras sociedades globalizadas, y marcan la agenda de las burocracias electorales.
Cada día son más los alérgicos a los partidos políticos. Estamos ante la cultura del individuo libre, pero comprometido y solidario y en donde las coordenadas de la política tradicional basadas en aquellos como ejes fundamentales de representatividad ciudadana en las tareas públicas están desfasadas. Los plurales movimientos ciudadanos, cada vez menos ciudadanos y más planetarios, se han convertido en movimientos políticos que no necesitan a nadie para que los represente. En la era de Internet, la aldea global es, además, un hecho.
Nuestra sociedad pide actuar directamente, sin intermediarios, secuestrado como está el individuo por las teorías del pluralismo político, de la sociología crítica neomarxista o del Estado-organización. El mundo de la burocracia y de las organizaciones “cosificadas”, se ha convertido en algo contradictorio con la participación ciudadana, la cual, no debe estar mediatizada por aquellas, que a su vez lo están por élites, comités o líderes interesados, y que coloca a los actores sociales como meros espectadores de la cosa pública. La participación debe ser directa, persona por persona, sin artililugios ni falsos microorganismos sucedáneos. La participación ciudadana es imposible en los partidos políticos.
Pero también en las organizaciones sociales. Ambos terminan engullidos por la férrea ley de la jerarquía. Pero la participación, es la única defensa frente a un cosmos económico mundial en el que ha de vivir y que le impone unas relaciones de mercado imposibles de ignorar.
Los 4ºC que subirán las temperaturas y los 200 millones de refugiados climáticos que se avecinan, han hecho saltar por los aires todos los “–ismos” surgidos de la revolución francesa y la sagrada cultura del antropocentrismo. De repente, hemos descubierto que habitábamos en la Tierra y que éramos parte de ella. Y nos cegó la luz al salir de la caverna.
Sin embargo, y a pesar de esta crisis civilizatoria y ecológica, sigue habiendo un lugar: la ciudad, el pueblo, la polis, donde las relaciones entre sus habitantes pueden permitir la utopía de la democracia directa que propugnaba el desaparecido activista e ideólogo del pensamiento verde y libertario Murray Bookchin. Para ello es condición sine qua non, la destrucción de los sistemas jerárquicos de los Consistorios y la conversión de los partidos políticos locales en auténticas asambleas de barrio, que nada tienen que ver con las asociaciones vecinales, meros eslabones institucionales y partidarios. Sólo que los Ayuntamientos están secuestrados a su vez por el Estado y los partidos con vocación municipalista y autogestionaria no abundan, obedeciendo más bien a estructuras políticas supra-municipales, con lo cual, mientras la situación no se invierta, ¿estaríamos en realidad, aunque dentro, fuera de la urbe?
Porque en el mundo exterior a la polis esa relación directa es imposible, aunque las nuevas tecnologías y la globalización van acabando con la realidad de los Estados nacionales y erosionando sus pilares. Pero hoy por hoy, más allá de la urbe, y en el entramado de las burocracias de los Estados y de las globalizaciones neoimperiales, a niveles de participación ciudadana solo existe el silencio… La batalla por la democracia directa –que es la única forma de participación ciudadana real- podría comenzar en las ciudades, donde me reafirmo en que otro Ayuntamiento y otra sociedad son posibles… ¿O no?
Artículo publicado en La Gaceta de Canarias, 8/02/07, "Tribuna Abierta" pág. 4
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