Bitácoras alternativas / Ser Rizomatico.- Carmen Moreno Martín (Alias Hannah). Nuestro universo puede ser comparado a un organismo viviente cuyas galaxias, nebulosas, constelaciones, estrellas, planetas, satélites y demás cuerpos pueden considerarse cómo sus vísceras, órganos, sistemas vasculares, neuronales, etc. Nada permanece extático en nuestro universo, todo se desplaza y todo tiene vida propia, al igual que un organismo vivo terrestre, pongamos un animal, por ejemplo, un ser humano. Así visto, podemos decir que nuestro planeta, la Tierra, es una organización pluricelular dinámica y viva de ese gran cuerpo que es el universo, y, consecuentemente, se desplaza con él. Pero el universo tiene un grave problema, y es que nuestro amado planeta tiene una febrícula crónica que, a una velocidad de vértigo, amenaza con convertirse en fiebre alta que lo puede llevar a la muerte. El agente causal patonogmónico provocador de la enfermedad, es el maligno virus de la despótica y devastadora acción del ser humano civilizado industrial, y su desmedida ambición de poder y de comodidad. A nuestro amado planeta, le hemos disparado cañonazos a discreción que han dado de pleno en su sistema inmunitario: bosques y selvas; casquetes polares y glaciares; océanos y faunas; y la atmósfera.
Hemos cambiado los árboles y la masa forestal en su conjunto, por ladrillos, campos de golf, carreteras, arrasándolo todo a nuestro paso. Los cultivo desmedidos y extensivos, los procedimientos de pesca, salvajes e indiscriminados, no en aras de dar alimento a la población –que un cuarto de humanidad se sigue muriendo de hambre-, sino en aras de engrosar las cuentas de unos cuantos –se tiran toneladas de productos alimenticios para mantener los precios-, también ha incrementado la deforestación y la esquilmación de la fauna marina. Y seguimos abusando del consumo de bio-combustibles, negándonos a energías alternativas, fundamentalmente, por comodidad y por egoísmos pecuniarios de los grandes magnates de la energía.
El petróleo no sólo ha pasado a ser el oro negro, sino que es el ídolo de pies de barro que mueve al mundo, llevándolo a su destrucción, con tal de asegurar los intereses de esos magnates despiadados, disfrazados de benefactores de la humanidad, que juegan a desviar nuestra atención con su F.M.I. Sus deudas, y sus pseudo-bondades, mientras paralizan lo que sería el antídoto seguro para combatir la enfermedad del planeta: las energías alternativas, por un lado; la racionalización de las explotaciones agropecuarias y marítimas; y, finalmente, una distribución equitativa y racional de los recursos y de la riqueza, acabando con esta consumista que el neocapitalismo y el neoliberalismo les ha metido en el cuerpo a las fuerzas político-industriales, y ha esclavizado a las fuerzas productivas: obreros y empleados varios, esto es, al resto de la población, contemplados por las multinacionales, únicamente, cómo “mercado” y consumidores; acarreando, además, el mal de que los mercados con un poder adquisitivo suficiente son rentables y en consecuencia, dignos de poder recibir todo, desde prestaciones médicas, hasta productos de comodidad, pero prescindibles; mientras que los mercados cuyo poder adquisitivo es nulo o mínimo, son condenados a la miseria y a la aniquilación más inhumana; como pasa con los medicamentos y alimentos en África, por ejemplo.
En la actualidad, vivimos un momento de grandes migraciones que, de uno u otro modo, también están relacionadas con la enfermedad del planeta, agravándola, ya que el causante principal de tales migraciones es el desmedido interés económico y la avaricia patológica descomunal de los países ricos, quienes, a mayor abundamiento, cómo única solución del mal y para no perder las ganancias que la neocolonización les brinda, amurallan sus estados para impedir la entrada a los “miserables” hambrientos invasores, o los repatrían, dando las espaldas por toda respuesta. Cuando grandes núcleos de población, abandonan sus territorios de origen, incrementando la población de otros, masivamente; se rompen los microsistemas de los territorios abandonados, a la vez que aumenta la densidad de población de los territorios de destino, creando grandes desequilibrios y aumentando el gasto de energía en esos territorios, ya de por sí con problemas. Pero es un pez que se muerde la cola, puesto que los territorios de los que huyen, carecen de infraestructuras, y los recursos del lugar, cuando los hay, están explotados por multinacionales cuyos beneficios no redundan en esas poblaciones, sino en los bolsillos de dirigentes locales corruptos y en los bolsillos de esas mismas multinacionales. Se suele denominar, falazmente, a esos territorios, países empobrecidos; pero lo correcto sería llamarlos países expoliados y neocolonoizados, cuyas poblaciones se ven empobrecidas con progresiones geométricas.
En fin, que vivimos tiempos paradójicos que por un lado enferman al planeta, mientras que por otro lado, se dispone de todo lo que podría sanarlo. ¿Qué falla? Evidentemente el sistema y la voluntad. El sistema falla desde su propia idiosincrasia y objetivos, que lo único que ven son las leyes del consumo y de sus perversos mercados, y del enriquecimiento de unos cuantos; y se pierden en “bla-bla-blas” de falaces ayudas y planes de supuestas soluciones que a lo único que sí ayudan, es a seguir engrosando sus particulares bolsas de riqueza y sus avariciosos intereses. Y la voluntad nos falla a todos: desde la voluntad individual de cada uno de nosotros por separado, hasta la voluntad de los gobiernos y de las multinacionales. Pero de un modo u otro, estos fallos no son sostenibles ni a corto, ni a mediano, ni mucho menos, a largo plazo; ya que hemos llegado a un punto de no retorno en el que la Tierra, tiene herido de gravedad su punto de flotación y se va a pique. ¿La salvaremos? ¿La salvarán? ¡Veremos! Porque si no es así, ese ser vivo maravilloso que es el universo, se verá privado de uno de sus miembros muy prematuramente.
¡Qué pasen un buen lunes!
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