Bitácoras icodenses / La otra Camy.- Aquel 4 de abril de 1979 fue un día de esos que hacen historia. Esa mañana soleada entró mi padre por la puerta con un tesoro para nosotros dentro de una caja de cartón, bastante grande por cierto, y, aunque su rostro denotaba el cansancio de la jornada anterior, en cierto modo, un síntoma de felicidad le asomaba en la mirada, pero no demasiado notorio, que no se dijera que se alegraba de semejantes resultados porque, como cabría esperar, por los antecedentes en los que le había tocado moverse, seguramente su decisión habría ido a reunirse con aquella de su vecino y compañero de los Cursillos de Cristiandad, con la de su tercer compadre y con la del señor calvo que le gestionaba los seguros cuyo nombre siempre recuerdo en los restos de lo que fue alguna vez un almanaque que representaba “La nevada” de Goya y que tanto me aterrorizó de pequeña por lo siniestra y a la vez misteriosamente atractiva aureola que desprendía la escena.
Aquél fue realmente un día bastante feliz para mí. Se había acabado por fin la escasez de papel que siempre había existido en mi casa, porque a los niños para todo nos hace falta el papel y entonces no lo había, a no ser que recortáramos a escondidas los cuadernos usados o aprovecháramos esa hoja en blanco, la página de guarda, que todos los libros tienen justo después de la portada y antes de la contraportada. Así hoy, cuando veo con qué desinterés un alumno, en busca de una pulcritud efímera, arranca una hoja de cuaderno donde apenas hay escrita una línea, se me engrifan los pelos del lomo como a un gato en presencia de un rival y es como si un trocito de pena se me desgarrara con cada jirón del microperforado que queda olvidado en el resorte del cuaderno.
Aquella valiosa caja de cartón que mi padre rescató de la quema como miembro de una mesa electoral traía de todo. Y ese “de todo” literalmente no era más que fajos enormes de papeletas de votar de varios colores, sobres, hojas con rayas de las que se usan para anotar los nombres de los votantes que hacen uso de su derecho en una determinada mesa electoral… Muchísimo más de lo que aquellos primeros doce rotuladores míos de marca desconocida anterior a los Carioca podían desear.
Pero después de ojear y hojear toda aquella fortuna de celulosa pura, pegué mis ojos a la joya de la corona, unas papeletas blancas en cuyo anverso, arriba a la derecha, lucía un escudito redondo con el drago en el que rezaba “Asamblea Icodense”. Este hallazgo me llamó tan poderosamente la atención, porque al hacer el gesto de “nada por aquí, nada por allá” observé que le sobraba en la parte inferior, después de los veintiséis nombres, un buen cacho de unos 50 cm2 en los que bien cabía un vestido de mi muñeca recortable… o dos si se aprovechaba prudentemente la “tela” como me había enseñado mi abuela, es decir, midiendo cincuenta veces antes de cortar una.
De aquellos escasos fajos de papeletas blancas, porque se ve que fueron de los que más se gastaron en la mesa, pronto no quedó ni el recuerdo, convertidos en dibujos, en papel para escribir las cuentas en sucio, en viñetitas de tebeos, en minicuadernos, en guirnaldas, en billetes de casino, en listas de la compra,… en vestidos de noche, pantalones de campanas, pamelas, abrigos, bañadores… Yo no sé ni cuánta creatividad derrochamos en los años que nos duraron las papeletas de aquellas primeras elecciones democráticas de 1979. Y lo que da de sí una caja de ésas en épocas de escasez de papel es inimaginable.
Pues el otro día, echando un vistazo a un libro que en alguna ocasión compré y arrimé por ahí, vi en una de sus páginas una de aquellas apetecidas papeletas blancas de mi infancia y me entró la curiosidad, por fin, de leerlo.
¡Qué cosa más sorprendente encontré allí! Cada vez estoy más convencida de que la historia, también en nuestro pueblo, se repite cada tanto en una suerte de ciclo, como el propio ciclo vital o como aquella teoría generacional que formuló Ortega y Gasset, porque leyendo en este libro, el conmemorativo del aniversario de Asamblea Icodense, da la impresión de que, después de 28 años, un ciclo ha concluido, a juzgar por las afirmaciones que en él se recogen de cómo era la situación en Icod en aquellos albores de la democracia.
Según relata este ejemplar que tengo en las manos en su página 14 “nuestro Ayuntamiento se ha caracterizado, a lo largo de estos años, por su ineficacia a la hora de afrontar los problemas de la vida diaria del municipio. Un “Sí”, que a nadie convence. Un “Ya veremos”, que se perderá en el olvido… han sido las respuestas a los problemas planteados”.
Parece que, después de que, tal como dice el libro, “se integraron, dentro de un acaecer auténticamente asambleario, carente de liderazgos, una amalgama de ideologías que partiendo desde opciones puramente conservadoras y liberales, radicales y moderadas, se entrelazaban con identidades socialistas, comunistas, monárquicas, nacionalistas, apolíticas… Agnósticos y creyentes… Hombres y mujeres… Jóvenes y no tan jóvenes… Profesionales de la enseñanza, del derecho, estudiantes, agricultores, amas de casa, obreros, comerciantes…”, al final el gran proyecto del grupo de asamblearios con pinta de hippies trasnochados duró menos que un dulce en la puerta de un colegio “y como nació, murió”, y allá quedaron algunos de sus restos integrados en un partido, el PSOE, que habiendo sacado sólo dos concejales en el 79, pasó a ganar las elecciones una y otra vez. Claro, imagino yo, porque no pudo ser de otra manera, que después la gente asociaría la cara de Carmelo con la ya extinta Asamblea Icodense y pensaría que era lo mismo. Y me da la sensación de que la mayor parte de los ciudadanos en su momento no supo qué pasó exactamente. ¿Qué pasó para que el PSOE pasara de dos concejales a barrer las elecciones?
Recuerdo que Carmelo en aquella época era poco menos que un dios, guapo, con gran bigote y patillas a la moda y traje-chaqueta, cuya foto de galán en casa la teníamos pegada hasta en la lata de los creyones, que ya es decir. La gente parecía contenta con sus logros. Pero en este mundo de los humanos hasta los dioses son provisionales y vulnerables: Un buen día Carmelo desapareció del mapa, después de presentarse a las elecciones con alguna secreta intención de dejar al pueblo colgado, pues al rato de tomar posesión, se marchó dejando su puesto al actual alcalde y al pueblo más bien desconsolado. Yo por lo menos no lo vi en unos cuantos años hasta que me fue presentado en una ocasión que tuve que dar un par de clases en el colegio Emeterio y reconozco que se me cayó el alma al verlo tan demacrado, con una calvicie avanzada y cara de preocupación.
De todas maneras, también en los principios la gente parecía contenta con el nuevo alcalde. Yo en aquel momento comparaba y opinaba que al menos a éste se lo veía presente en todos los actos acompañando al pueblo, siempre tan bien vestido, con su pelo de pincho engominado, muy a la moda,… pero no recuerdo su foto pegada por todos lados hasta las pasadas elecciones en que la llegué a ver hasta en una capilla… Tal vez porque la gente al principio estaba desconfiada.
Lo de la foto de Cheo fue pura fiebre electoral y se la hizo grabar en todas partes con verdadero delirio. Fue tanto el alcance que desde entonces aquí sobre el ordenador tengo yo una cuya presencia mis compañeros encuentran inexplicable. Y de hecho, a veces cuando hace calor suelo dormir con una de esas camisetas idolátricas con su foto serigrafiada. Lo más portentoso de todo es que mi Jose duerme con otra de Paulino Rivero que pone “El Sauzal, lo nuestro”… Me ahorraré de contar más travesuras… ;-)
Pero la fotogenia también es algo transitorio y aquella expresión de frescura del año 99 poco a poco se ha convertido en un rictus amargo y duro. En lo que a propaganda electoral se refiere, se ha pasado con el tiempo, de “un programa concreto, haciendo hincapié en los problemas de la propia población y no con grandes retóricas, frases librescas o manifiestos teóricos” de la ASIC a verdaderas “calca Yeyes Mamos” (como dice Aída, que traducido al español corriente viene a ser “carta a los Reyes Magos” y lo aplica cada vez que me ve escribiendo algún testamento o rollo de mucha letra como este que leen). Cualquiera puede hacer una sencilla comparación de aquel de ASIC con el programa del PSOE de las elecciones de 2003 y puede ver cómo en éste último no parece ni de lejos que “el realismo aflora en todo su contenido”.
Tampoco la consigna de “a más indigencia más ingenio” de aquel entonces le vale al Partido Socialista de ahora, que, lejos de velar por políticas sociales efectivas, ha pedido 832 millones de crédito para invertirlos en los últimos meses de campaña para principalmente ahogar la amargura del estancamiento que padece este pueblo a base de piche y más piche, porque no me negarán que Icod huele a asfalto caliente por todos lados (menos por mi calle, porque los vecinos están ahorrando para comprar amortiguadores para sus coches).
El reparto de la tarta consistorial del año 79 me resultó asombroso, insólito y de difícil comparación con un grupo como el actual supuestamente heredero de aquellos de ASIC, y especialmente lejano me resulta ese lema de “un ayuntamiento de todos”. ¿Quiénes son todos hoy? Y es que, si no fuera porque todos y cada uno de los concejales de entonces tuvieron un área específica, iba a soñar el compañero Bernardo con el área de Limpieza de entonces militando en el PSOE y con los resultados que los socialistas sacaron en esas elecciones… Por cierto que tantos años trabajando en esta área y sin embargo Icod sigue estando sucio y estamos a años luz de los contenedores enterrados que hay en otras zonas de la isla o de una cosa tan sencilla como el reciclaje.
Así pues, sigo empeñada en que todo es cíclico. Y para empezar, habrá que volver a hacerles a los cabezas de lista de las próximas elecciones la misma pregunta que el periódico El Día les hizo aquel 29 de marzo: “¿Por qué este letargo actual de Icod?”
Mi agradecimiento a Juan Carlos García Luis, autor de “Asamblea Icodense, 25º Aniversario”, por la información vertida en las páginas de su libro.
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