José Antonio Linares Moleiro* / Artículos de opinión.- A comienzo de los años ochenta, un familiar nos visitó después de residir varios años en una ciudad americana. Nos hablaba de la suerte que teníamos de vivir en un pueblo. Nos decía que añoraba las relaciones humanas que se mantenían en las zonas rurales, la inexistencia de las prisas; hablaba de lo afortunados que éramos por vivir en un lugar donde se estaba en contacto directo y fraternal con la naturaleza.
Cierto día le acompañamos a Santa Cruz, tenía que “arreglar papeles”, y nada más llegar a la ciudad, nos dio la bienvenida, como sigue haciéndolo, un profundo y fuerte olor que emanaba de la refinería. No tardó nada en que su olfato reaccionase al hedor afirmando de inmediato: “Ese olor me está dando la bienvenida a la civilización”.
Los vecinos de Chío no queremos que se le de la bienvenida a nadie, con olor ni con civilización desarrollista impuesta en forma de turbinas. Estas turbinas son parte imprescindible del modelo desarrollista y falso progreso que nos imponen y no se puede permanecer en silencio mientras los políticos cambian de ideas según le convengas. Existe una cronología institucional de este atentado ecológico pues un día dicen que “ni ayer, ni hoy, ni mañana se pondrán las turbinas” y al día siguiente: “una aquí, otra allá” para añadir luego que “hay que garantizar la luz a los vecinos” y mañana tendremos la isla como un semillero de turbinas.
La fiebre desarrollista se va expandiendo rápidamente, destruyendo los pequeños pueblos que se resisten ante la ambición de unos pocos que no dudan en mentir, saltarse la legislación vigente; en negar la información a la ciudadanía, en intimidar a los que se revelan ante estos crímenes, en insultar a los que se niegan a contribuir en el enriquecimiento de una minoría a cambio de la destrucción y la salud de todos.
Las turbinas impuestas en Chío no pueden quedar impunes. No pueden “civilizar” salvajemente a los vecinos. No pueden silenciar ni amedrentar a un pueblo. No pueden ser la tarjeta de visita de nadie. No pueden ser parte de nosotros porque nunca las hemos querido. No pueden derrotarnos porque lo injusto, lo ilegal y lo inmoral no debe ser asumido.
Las virtudes del pueblo de Chío no han desaparecido, sólo han quedado enmascaradas por la mancha “amarillo-defecación” que emiten unas turbinas impuestas por gente sin escrúpulos que sólo ambicionan riqueza y a que pretenden asilvestrar “civilizadamente” a las personas que saben a ciencia cierta que este modelo desarrollista sólo esta destinado a iluminar la muerte.
Estando metidos como estamos en procesos judiciales, podemos afirmar que visto el caso y reconocido los hechos, suscribimos la canción de Roberto Carlos: “Quiero ser civilizado como los animales”
* Presidente de Tagoror Achinech
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